Por Elisa Bearzotti
Un susto en la semana, un susto mayúsculo. Cuando parecía que íbamos por buen camino, y finalmente nos dedicaríamos a abordar los temas serios y siempre postergados en las respectivas cumbres mundiales dedicadas al clima y a la economía, un misil ¿perdido? vino a cambiar el eje de las preocupaciones, renovando el riesgo de una guerra más amplia y de imprevisibles consecuencias. Así de frágiles estamos, así de vulnerables. La humanidad, sentada sobre una ojiva nuclear, no logra enfocarse en su propia preservación, porque sus líderes parecen estar más ansiosos por mantener su plumaje lustroso que por establecer modos de convivencia pacíficos e igualitarios.
Desde el inicio, la cumbre del G20 que se realizó en Bali, Indonesia, impuso importantes desafíos debido a la extensión y consecuencias alimentarias provocadas por la guerra de Ucrania, haciéndole decir al presidente del Consejo Europeo, Charles Michel que “esta cumbre del G20 es una de las más difíciles que ha habido”. “El Kremlin decidió convertir a los alimentos en un arma que aumenta la pobreza y la inestabilidad”, apuntó el funcionario refiriéndose a las dificultades para comercializar los granos ucranianos bloqueados en los puertos, y las propias barreras impuestas para la exportación de fertilizantes rusos. En el mismo sentido se manifestó el presidente chino, Xi Jinping, quien advirtió que “debemos oponernos firmemente a la politización, instrumentalización y uso como arma de los insumos alimenticios y energéticos” pero al mismo tiempo reafirmó su oposición a la política occidental de sanciones unilaterales.
Marcando el tono de la conferencia, el presidente de Indonesia, Joko Widodo, al realizar la apertura del encuentro exigió “terminar la guerra” para que no derive en otra “guerra mundial”. “Si la guerra no termina va a ser difícil para nosotros asumir la responsabilidad del futuro de las próximas generaciones”, continuó el anfitrión y declaró: “No deberíamos dividir el mundo en partes. No podemos permitirnos caer en otra guerra mundial”. El oscuro presagio pareció hacerse realidad a las pocas horas, cuando un misil fuera de rumbo que cayó en Polonia y mató a dos personas, encendió todas las alarmas, y obligó a los embajadores de 30 naciones a una reunión de emergencia en Bruselas para analizar el tema. Finalmente, Jens Stoltenberg, Secretario General de la OTAN indicó que “de acuerdo a informes preliminares” el misil fue “probablemente” lanzado por las defensas antiaéreas de Ucrania, y no por Rusia, para defenderse de bombardeos rusos. Y, bajando un poco el nivel de tensión agregó: “No hay indicios de que haya sido el resultado de un ataque deliberado ni indicaciones de que Rusia esté preparando acciones ofensivas contra la OTAN”. Finalmente, en la declaración final del foro aprobada por todos los países, entre ellos la propia Rusia, se expresó que “la mayoría de los miembros del G20 condenan con firmeza la guerra en Ucrania, agregando que el conflicto estaba causando “un inmenso sufrimiento humano y exacerbando las fragilidades existentes en la economía mundial”.
Mientras tanto, la 27° Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, COP27, que reunió a casi 200 delegaciones en el balneario egipcio de Sharm el Sheij es el marco de duras negociaciones por la división persistente entre los países ricos, responsables históricos del calentamiento global, y las naciones en desarrollo, que reclaman más dinero para afrontar los estragos del cambio climático. “Pérdidas y daños” es el tema que genera más controversia dentro de la cumbre, es decir la conformación de un fondo específico por el cual los países más ricos se ocupen de cubrir los daños ambientales y pérdidas sufridas por los pobres, más vulnerables al cambio climático, cuyo plazo de creación es 2024. En este sentido, Colombia está proponiendo que se le condone deuda a los países en desarrollo, a fin de darles espacio fiscal para su acción climática, aunque Estados Unidos -uno de los dos países más contaminantes del mundo- ya adelantó que no aceptará una “estructura legal” que sea sinónimo de “compensaciones” por el cambio climático, ya que el concepto hace temer futuras denuncias ante la justicia.
En relación a las metas planteadas en cumbres anteriores sobre la disminución de gases de efecto invernadero, si bien la Unión Europea tiene una de las normativas sobre cambio climático más ambiciosas, habiéndose comprometido a reducir sus emisiones netas en un 55% para 2030, y a eliminarlas para 2050, la crisis energética desatada por la guerra en Ucrania, provocó que nuevamente se utilizaran en forma masiva el gas y el petróleo, por lo cual las emisiones de CO2 baten récords históricos este año (+1% respecto a 2021). Una visita muy esperada fue la del presidente electo de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, quien se reunió con los enviados especiales para el clima de Estados Unidos y China, las dos economías más grandes (y contaminantes) del mundo. El futuro presidente de Brasil aprovechó la Cumbre para anunciar su compromiso con la “deforestación cero” de la Amazonia, un giro medioambiental importante luego del gobierno de Bolsonaro cuando, según cifras oficiales, la deforestación anual en el llamado “pulmón del planeta” aumentó un 75% respecto a la década anterior. “Vamos a acabar con el proceso de degradación que están viviendo nuestros bosques tropicales”, proclamó Lula en medio de los aplausos de los asistentes.
Para finalizar, no está de más remarcar las contradicciones de este mundo alocado, porque The Coca-Cola Company -una de las patrocinadoras de esta cumbre climática- resulta ser nuevamente (y por quinto año consecutivo) la empresa más contaminante del mundo, debido a los 3,2 millones de toneladas de residuos que generan sus envases plásticos, según denunció la organización ecologista Greenpeace. Y no sólo eso, sino que además, este año se duplicó el número de envases de productos de Coca-Cola que se encontraron en relación a 2018. “El 99% del plástico procede de los combustibles fósiles, por lo que el papel de Coca-Cola en la COP27 desconcierta a los activistas medioambientales”, explicó Greenpeace. Sí, también a nosotros nos desconcierta. Se requiere un alto grado de psicosis institucional para promover esta duplicidad de roles, y un alto grado de hipocresía para aceptarlo. Ya lo advirtió el Quijote: “pocas o ninguna vez se cumple con la ambición que no sea con daño de terceros”. Sólo que ahora –y es increíble que no se entienda- estamos todos bajo el mismo sol, la misma lluvia, el mismo cielo y seremos víctimas del mismo desastre universal.