Ezequiel Adamovsky @EAdamovsky
Tras su muerte el 25 de mayo pasado, Daniel Toro fue despedido como el excepcional folklorista que fue. Los obituarios destacaron los puntos altos su carrera y su valioso legado en la música argentina. Algunos pocos también recordaron que era un hombre de izquierda, que escribió una canción de elegía al Che Guevara (“El cristo americano”, de 1974) y que estuvo en las listas negras de la última dictadura, con sus canciones prohibidas.
Me gustaría destacar un aspecto poco tenido en cuenta, pero de importancia no menor. A través de su arte, Toro fue uno de los artistas que con mayor énfasis pusieron en cuestión la idea de una Argentina blanca y europea. Y lo hizo desde finales de la década de 1960, mucho antes de que en el país hubiese una militancia antirracista, como la tenemos hoy.
Sus canciones insistieron en una revalorización de lo indígena, de lo negro, de lo moreno. Su álbum debut lo hacía de manera sutil, como en “Indiecito dormido” o en el canto a la belleza de la piel cobriza de “Canción para tu piel” (ambos de 1967).
En el álbum Canciones para mi pueblo (1969) la reivindicación ya es decidida. Allí, la recordada zamba “El antigal” traía a la memoria “el llanto del indio” y recordaba su “negra piel”. La canción “Hermano moreno” reponía el color de la pobreza. Más tarde vendrían menciones a los afrodescendientes en “El negro sinforoso” (1974) y muchas otras del estilo en canciones posteriores.
Toro era salteño, de familia humilde, y llevaba el mestizaje en el rostro
Temáticas de este tipo fueron comunes en el folklore de esos años, que buscó acercar más a la Argentina al escenario político y cultural latinoamericano (el cancionero de Mercedes Sosa está repleto de ellas). En el caso de Daniel Toro, el proyecto estético está relacionado con su propia experiencia de vida.
Toro era salteño, de familia humilde, y llevaba el mestizaje en el rostro: era de tez morena y rasgos aindiados. Como decía en uno de sus poemas, “Argentino, color de arcilla y honor”. Decía que se consideraba “indio”, pero eso era una sospecha. Como sucede acaso con la mayoría de los argentinos de tez morena, no tenía ninguna información concreta sobre su procedencia étnica. Sólo la que sugería su rostro. Desde ese indicio repuso las referencias étnicas presentes en su música.
El texto de contratapa de Canciones para mi pueblo, escrito por el propio Toro, traía “una pintoresca anécdota”. Contaba allí que en una reunión del ambiente artístico en Buenos Aires se había acercado a saludarlo el actor cómico José Marrone, conocido en el ambiente “por sus frases satíricas”.
Mientras le estrechaba la mano, Marrone dijo a gritos, delante de todos: “¡Este grone lleva el país en la cara!”.
Marrone era porteño, blanco, descendiente de italianos. Pero también era de cuna humilde, como Toro, y había crecido en una Buenos Aires multiétnica. La anécdota parecería venida de tiempos remotos. Posiblemente, un grito como el suyo sería considerado hoy, al menos entre académicos o activistas, de una incorrección política inaceptable.
Por la importación acrítica de pautas culturales del hemisferio norte vamos perdiendo de vista completamente los códigos del humor plebeyo local y el papel que tienen esas “agresiones jocosas” consentidas a la hora de construir vínculos afectivos entre las clases populares.
Toro, en ese momento, entendió perfectamente que lo que superficialmente parecía una agresión era exactamente lo opuesto. Y así lo tomó, como una cucarda: su aspecto físico era, para él, prueba de autenticidad nativa, argentina. De hecho, el texto de contratapa recoge la anécdota para afirmar justamente eso, que era “desde ese país, indio y moreno”, que Toro se proyectaba como artista.
Como ejemplifica la música de Toro, la cultura argentina tiene una larga historia de voces y de obras que confrontaron con el racismo y se plantaron en contra de los discursos blanqueadores, a veces de manera abierta, otras más sutil y larvada, pero siempre buscando un lugar de enunciación cercano a nuestras propias realidades.
Hoy, por suerte, debatimos de manera abierta estos temas y contamos con un movimiento antirracista todavía pequeño, pero creciente. Junto con las referencias inevitables que vienen del norte, existen antecedentes locales de lucha contra el racismo de una riqueza que todavía permanece poco explorada, en buena medida desconocida.