El martes 1º de marzo de 1938, un derrame cerebral puso fin a la vida de un polémico y extravagante personaje de la historia italiana: Gabriele D’Annunzio. Admirado por unos y execrado por otros, fue poeta, periodista, dramaturgo, novelista, político, aviador, mujeriego y aventurero. Escritor prolífico, logró éxitos literarios a temprana edad, y a lo largo de su vida vivió mil y un romances. Pudo haber sido el líder del fascismo italiano –del que se lo considera un precursor de sus ideales y técnicas–, aunque sólo llegó a encabezar una breve y singular dictadura en la ciudad de Fiume.
En lo más alto de la fama, D’Annunzio fue aclamado por la originalidad, el poder y la decadencia de sus escritos. Su obra tuvo un gran impacto en toda Europa e influyó en generaciones de escritores italianos. Pero su reputación literaria se vio empañada por su asociación con el fascismo.
Hijo de un terrateniente, había nacido el 12 de marzo de 1863 en Pescara, en la región de Abruzzo, como Gaetano Rapagnetta. Luego, cambió aquel apellido de sonido poco brillante y lindando con lo grotesco por el de D’Annunzio, con el Gabriele antepuesto para darle más solemnidad. Cursó sus estudios en Florencia y en 1881 ingresó en la Universidad de Roma para estudiar Filosofía y Letras, carrera que dejó inconclusa por su interés en la poesía, el drama y la novela.
Por ese tiempo integró varios círculos literarios y comenzó a escribir artículos y críticas literarias para el periódico romano Tribuna. A los 16 años publicó un libro de versos, Primo vere. Luego vinieron obras en las que mostró su inclinación por la escuela decadentista y simbolista: Canto novo (poesía), Terra vergine (cuentos cortos) y L’intermezzo di rime, donde mostró un estilo característico que fue el que predominó en sus escritos siguientes. Pero ese estilo, y también los contenidos, empezaron a causar incomodidad: algunos críticos que lo habían aclamado como un niño prodigio empezaron a rechazarlo argumentando que era un pervertidor de la moral pública.
En 1883, D’Annunzio se casó con María Hardouin di Gallese, con la que tuvo tres hijos, aunque su matrimonio naufragó en 1891. Entonces comenzó una agitada vida romántica. Tuvo un tempestuoso affaire con la actriz Eleonora Duse, quien ocupó roles principales en obras de teatro de su amante tales como La cittamorta (1898) y Francesca da Rimini (1901). En 1889, D’Annunzio publicó su primera novela, El Placer, que fue seguida por El Inocente –que escribió en 1892 y que el director Luchino Visconti llevó al cine en 1976–, El triunfo de la muerte (1894), y La Virgen de las Rocas (1896). En 1904 publicó Alción, su trabajo poético más destacado. La novela El Fuego (1900) es un cándido y a la vez cruel relato basado en su relación con Eleonora Duse. Y La hija de Jorio (1904) es su obra teatral más vital.
A la relación con Duse, que terminó en 1910, le siguieron muchos otros romances. Paralelamente, D’Annunzio comenzó a incursionar en política y en 1897 fue elegido diputado nacional como candidato independiente. Pero en 1910 tuvo que huir a Francia, escapando de sus acreedores. Allí colaboró con el compositor Claude Debussy en una obra musical titulada El martirio de San Sebastián (1911).
Al estallar la Primera Guerra Mundial (1914-1918), D’Annunzio regresó a Italia y empezó a pronunciar discursos a favor de la entrada de su país en el conflicto. Pedía que Italia se plegara al bando de los aliados, lo que finalmente se concretó e hizo que se fortalecieran sus ideas nacionalistas. Entonces se convirtió voluntariamente en audaz piloto de combate y en un accidente aéreo perdió la visión de un ojo. El 9 de agosto de 1918, como comandante del escuadrón número 87 conocido como La Serenísima, organizó una de las mayores hazañas de la contienda al conseguir que nueve aviones realizaran un viaje hasta Viena para lanzar panfletos propagandísticos.
Terminada la Primera Guerra Mundial, D’Annunzio se enfureció cuando en la Conferencia de Paz de París propusieron que Italia entregara la ciudad de Fiume –hoy Rijeka, en Croacia–. Su ira llegó a tal punto que, el 12 de septiembre de 1919, tomó la ciudad al frente de una tropa compuesta por unos 2.000 milicianos nacionalistas, que lograron forzar el retiro de las fuerzas de ocupación estadounidenses, británicas y francesas. Pero los nacionalistas liderados por D’Annunzio no consiguieron que Italia anexara Fiume. Por el contrario, Roma inició un bloqueo a Fiume, reclamando que se rindieran.
Mientras tanto, D’Annunzio declaró la ciudad independiente, con una Constitución corporativista que, aunque curiosamente declaró que la música era el fundamento del Estado, también sentó las bases de la futura forma fascista de gobierno. D’Annunzio asumió desde Fiume el papel de Duce (guía militar o caudillo) y pretendió organizar una alternativa a la Liga de Naciones para los Estados oprimidos del mundo –como Fiume–. También intentó realizar alianzas con varios grupos separatistas de los Balcanes sin demasiado éxito.
D’Annunzio ignoró también el Tratado de Rapallo y declaró la guerra a Italia. Pero la flota de este país bombardeó Fiume y él se rindió en diciembre de 1920. Luego, se retiró a su residencia del Lago di Garda, donde siguió escribiendo y seduciendo mujeres.
El escritor que inspiró al Duce
Aunque Gabriele D’Annunzio tuvo una gran influencia en la ideología de Benito Mussolini nunca estuvo directamente involucrado en los gobiernos fascistas italianos. No obstante, Mussolini imitó y aplicó en toda Italia la estructura de la dictadura de Fiume y llegó a ser el Duce de toda la península. Particularmente, a Mussolini le interesaron los métodos de D’Annunzio en el gobierno de Fiume y la economía del Estado corporativo.
También el saludo que se haría característico de los fascistas, con la mano derecha levantada, las camisas negras de sus seguidores y las actitudes brutales frente a los opositores. Por ejemplo, se asegura que fue D’Annunzio quien empezó la repugnante práctica, luego adoptada por los camisas negras de Mussolini, de forzar a los opositores a beber grandes cantidades de aceite de castor para humillarlos, incapacitarlos y hasta eventualmente matarlos. En ese marco, el político, militar y pionero de la aviación italiana Italo Balbo –ministro de la Aeronáutica y gobernador de Libia– llegó a proponer que D’Annunzio fuera el líder del fascismo italiano. Pero el poeta vacilaba entre los extremos políticos y ni siquiera participó en la famosa Marcha sobre Roma, el ingreso triunfal de los fascistas a la capital italiana, el 28 de octubre de 1922, por el cual Mussolini llegó a tomar el poder.
Es que D’Annunzio y Alceste de Ambris –quien redactó la Constitución de Fiume– no querían tener un papel activo en el nuevo movimiento y cuando los fascistas les propusieron que se presentaran a los comicios del 15 de mayo de 1921 –en los que Mussolini fue elegido diputado–, ambos se negaron. Ese mismo año, D’Annunzio sufrió un grave accidente al caer desde una ventana, tras el cual Mussolini empezó a pasarle dinero como un aparente soborno para que no volviese a la política. Cuentan que el Duce decía: “Cuando uno tiene un diente cariado, hay dos posibilidades. O bien uno se lo hace extraer o bien lo llena con oro. Con D’Annunzio elegí lo segundo”.
Con todo, D’Annunzio quiso seguir interviniendo en política: en 1924 fue nombrado príncipe de Monte Nevoso y en 1937 presidente de la Real Academia Italiana. En 1933 le escribió al Duce tratando de convencerlo de que rechazara el pacto con el dictador alemán Adolf Hitler. Su fallecimiento, antes de cumplir los 75 años, lo salvó de ser testigo de la Segunda Guerra Mundial y de la caída del detestable régimen que lo había mimado.