Cuando murió David Bowie cinco años atrás, la sensación era que ese músico increíble que fue dejaba a sus seguidores y al universo de la música en general, sin el singular oxígeno de su sonido que, a juzgar por Blackstar, el disco que había lanzado dos días antes de su partida el 10 de enero de 2016, retomaba y recreaba sus mejores recetas con una potencia que nada tenía que envidiar a su gloriosa época de Ziggy Stardust, aun en los temas más tranquilos.
Blackstar resultó un disco impresionante, grabado incluso mientras el cáncer de hígado que terminó llevándole la vida lo acicateaba con postraciones y falta de energía, y, además, muchos creyeron escuchar en el disco una premonición de su suerte.
En el tema “Lazarus”, lanzado promocionalmente, canta: «Mira aquí arriba, estoy en el cielo, tengo cicatrices que no se ven, tengo drama, no puede robarse, todo el mundo me conoce ahora», y que en el videoclip que lo acompaña, tales líneas se expresan en un Bowie que aparece con sus ojos vendados mientras levita sobre la cama de un hospital.
Las siete canciones de Blackstar, su disco de estudio número 25, no tienen desperdicio y en un par de semanas el álbum escaló sin problemas hasta el primer puesto de listas de casi todos los países europeos con atendibles niveles de venta y de descarga y en Estados Unidos consiguió una primera posición en la ambicionada Billboard.
Se trata de un disco altamente emotivo y estructurado muy libremente, es decir, los climas son cambiantes y es evidente que no se tuvo tan en cuenta lo que podría ir mejor en las páginas de descarga o en las radios sino que desanda con exquisita precisión el rock, el funk, y hasta la electrónica desde una perspectiva más jazzera a partir de las bondades de la Maria Schneider Orchestra, la banda que toca en el disco.
Grabado casi en secreto en New York, ninguno de los músicos de esa ajustada formación, que no desoye rítmica que le apetezca, sabía de la enfermedad que envolvía al Duque Blanco y no hay nada en su registro, salvo esas letras y ese clip, que haga presagiar lo inevitable.
Pionero, estrella pop y actuaciones argentinas
Por eso ese álbum no solo cumplía su cometido como una pieza con el mejor sello distinguible de Bowie sino que también prometía mucho. Su voz mantenía ese timbre inquieto que podía alcanzar alturas impensadas y bajar con la misma gracia y delicadeza de las que hizo gala en sus grandes álbumes.
Su guitarra sigue con su ritmo precipitado y punzante y es capaz de escalas que todavía sorprenden. Es temerario afirmar que Bowie sabía de su próximo fin pero también es harto probable que así fuera. Se sabe, el cáncer parece decidir sin previo aviso pero su víctima puede presentirlo.
Y entonces no es imposible deducir que el pionero del glam-rock, el pop star más glorioso y merecedor de ese lugar se haya despachado con un disco despedida tan electrizante como fue, para nombrar uno de los más primitivos, The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, desde donde el legendario músico británico pisó bien fuerte e inició un camino sin vuelta atrás.
Allí están, desde luego, The Man who Sold the World (1970), el mencionado Ziggy… (1973), Diamond Dogs (1974), Low (1977), Heroes (1977), Let`s Dance, Lodger (1979), Outside (1995), Earthling (1997), Heathen (2002), The Next Day (2013), para citar sólo algunos magníficos registros de una discografía que resplandece por su calidad y coherencia, por innovadora y audaz; incluso en un periodo donde para algunos fanáticos decae en su “alto” nivel, a fines de los ochenta, el par de álbumes grabados en ese tiempo no desentonan y hay temas que los sostienen con creces.
Dueño de esa imagen tan ambigua como sugestiva, Bowie fue uno de esos músicos dedicados a lo suyo, es decir a componer y grabar y a dar sus espectaculares shows, como esos que ofreció en Buenos Aires en 1990 y 1997.
El primero, en setiembre de 1990, lo dio en el estadio de River Plate y tuvo nada menos que a Brian Adams como telonero y en el repertorio de esa noche que ninguno de sus fans olvidará hizo restallantes versiones de temas como “China Girl”, “Ashes to Ashes”, “Suffragette City”, entre otras.
En su segunda visita, en 1997, fue el número central de un festival armado por la emisora Rock & Pop en el estadio de Ferrocarril Oeste, una jornada donde también tocaron Molotov, Café Tacvba y No Doubt, entre otros.
Un poco antes, el ahora impresentable Mario Pergolini, lo había entrevistado para el envío radial ¿Cuál es?, donde abundó sobre su carrera y dijo que de no dedicarse a la música le hubiese encantado ser actor.
El cine, su otra pasión
Y desde ya que no se privó de ese deseo, tal vez un tanto más débil que el de la música, pero cada una de sus actuaciones en el cine tuvo un destacado protagonismo más allá del lugar que le tocó ocupar.
Desde la ya lejana El hombre que cayó a la tierra (1976, de Nicolas Roeg) –su debut mundial en la pantalla grande–, pasando por Feliz Navidad, Mr. Lawrence (1983, del japonés Nagisha Ôshima, ambientada en la Segunda Guerra y con música del reconocido compositor Ryuichi Sakamoto; el exquisito y adorado film El ansia, (Tony Scott, 1983) junto a las seductoras Catherine Deneuve y Susan Sarandon; Laberinto (Jim Henson, 1986), donde tuvo a la hermosa y prometedora debutante Jennifer Connely como coprotagonista; La última tentación de Cristo, la potente versión de Martin Scorsese sobre la crucifixión de Jésus –en la que hizo de Poncio Pilatos–, hasta El gran truco (Christopher Nolan, 2006), donde interpreta a Nikola Tesla en una historia sobre dos magos de principios del siglo XX que compiten cada uno por ser el más grande.
Acompaña a dos actores de fuste como Christian Bale y Hugh Jackman y Nolan agradeció siempre a Bowie el haberle pasado la novela epistolar de Christopher Priest sobre la cual se construyó el argumento.
Al respecto hay una pequeña anécdota que pinta entero al Duque blanco. Al parecer, como modo de compensación por conocer esa novela que convertiría en película, Nolan ofreció a David el papel de uno de los magos pero éste lo rechazó con el siguiente argumento: “Toda mi magia está en la música, no creo que tenga resto para otra, ni siquiera en la ficción”, dijo Bowie al rechazar el convite. En 1992 tuvo un rol a su medida como el agente Phillip Jeffries en la icónica serie Twin Peaks, de David Lynch.
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La energía en alto
También Bowie pintó al óleo y hasta hizo un par de exposiciones, intervino en el diseño de tapas de sus discos y llevaba unos diarios musicales que en este momento están siendo revisados y editados.
Y la demostración de que su energía estaba en alto es la acabada factura de Blackstar, un disco en el que vuelve a encantar a cualquiera que crea que fue uno de los músicos más trascendentes y uno de los mejores cantantes en su asombrosa forma de la interpretación vocal. Por eso, a cinco años de su desaparición se lo sigue extrañando porque faltan sus poderosas canciones.