¿Se puede cambiar si nada cambia? La pregunta parece confusa, pero refleja la realidad de este Newell’s. La derrota en el Clásico fue dura, dolorosa, costará olvidarla. Y cuando muchos imaginaban que Omar De Felippe iba a sacudir al equipo con abundantes variantes y algunos referentes castigados, hizo todo lo contrario. Apenas el cambio de Cacciabue por Rivero, como para darle algo al hincha furioso que como en el circo romano hace días que pide cabezas.
Nada cambió, y entonces es más sencillo explicar el triunfo de Racing. Newell’s lleva 14 partidos sin ganar fuera del Coloso, está a unos días de cumplir un año sin sumar de a tres como visitante. Y era improbable que los mismos nombres que perdieron ante Central pudieran hacerle fuerza al líder del torneo. Sólo De Felippe pudo pensar que era posible. Tal vez quiso respaldar al grupo, o sabiendo que se jugaba su futuro, quiso hacerlo con los referentes, esos que pueden bancarlo dentro y fuera de la cancha. Aunque no lo hicieron, una vez más.
Hubo un rato de entusiasmo y orden. No darle comodidad a Marcelo Díaz cuando agarraba la pelota era una buena estrategia. Y ayudó para eso la presencia de Cacciabue y la colaboración de Bernardello y Bíttolo. Y Racing, que salió algo relajado, se impacientó fácil. Centurión empezó a jugar su propio partido, los laterales no encontraban espacios para proyectarse y, y tanto López como Cristaldo cayeron bajo las garras de Paredes y Fontanini, atentos y firmes para sacar todo lo que se acercaba al área leprosa.
El miedo entonces no pasaba por la táctica. Y casi que tampoco por el ánimo de la Lepra. El problema era no mandarse una macana, esas fallas absurdas a las que está acostumbrado este Newell’s cada vez que juega lejos del Parque. Equivocarse nunca es admisible, hacerlo era una condena a perpetua para De Felippe. Y tal vez un castigo para varios futbolistas, por ser cómplices de este pésimo presente.
El partido fue comiendo los minutos. Y Newell’s empezó a entusiasmarse. Aunque su estado de ánimo positivo siempre estuvo condicionado a la falta de peso en ofensiva, con un Leal imcomprensiblemente dentro de la cancha. Y nunca desapareció ese temor siempre latente de fallar y pagarlo caro. Para peor, el partido le presentó otra alarma, un arbitraje perjudicial, que falló al no cobrar penal por mano de Zaracho, y tuvo un insólito cobro de un off side a Leal tras un lateral. Con Newell’s los árbitros se distraen, demasiado.
Racing estuvo 45 minutos imaginando donde quedaba el arco de Aguerre, no había tenido chances de acercarse. Pero tuvo un córner, situación que para cualquier equipo rival de Newell’s tiene las mismas sensaciones que un tiro libre de riesgo o casi de un penal. Ya no hace falta magia, ni un ejecutante lúcido. Con tirar la pelota al centro del área la chance de gol es grande. Y pasó, una vez más, como una película repetida de un domingo por la tarde. No hubo mérito de los cabeceadores altos, tampoco un centro de perfecta parábola, como sucedió con Herrera y su taco, ahora Cristaldo se tuvo que agachar para cabecear anticipando a Nadalín y el castillo se derrumbó, porque era de arena.
La adversidad nunca es zona confortable para la Lepra. Es casi un laberinto sin salida. Y entonces el partido quedó condenado a otra derrota. La misma que empezó a construir Omar De Felippe cuando decidió cambiar algo, sin cambiar nada. Fue como declararse culpable por una condena que parecía irremediable.