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De fragilidades y firmezas

Por Carlos Solero.- Un momento para pensar sobre la infancia y la juventud. Pero hay tantas “juventudes” e “infancias” como situaciones se registren al interior de una sociedad. Están los hiperintegrados al sistema de la mercancía y los excluidos.

¿Hacia dónde se orienta la brújula de las sociedades contemporáneas si se reflexiona acerca de la situación de la mayoría de los jóvenes y los niños ?

Las señales preliminares no son alentadoras si observamos que una competitividad brutal y un consumismo compulsivo y exacerbado son los mensajes que se lanzan como consignas para llegar primeros no se sabe adonde y tampoco para qué.

Es cierto que hay tantas “juventudes” e “infancias” como situaciones se registren al interior de una sociedad.

Están los hiperintegrados al sistema de la mercancía y los excluidos y marginados.

Cada uno con particularidades de existencia y expectativas. Pero la señal unívoca desde el sistema establecido parece ser trepar en la pirámide, lo que bien puede ser un salto hacia diversos abismos.

A pesar que desde la publicidad-propaganda de las sociedades de consumo contemporáneas se pretenda generar la ilusión de infinitud debemos ser concientes de lo vulnerable, limitada y frágil que es nuestra existencia.

En efecto, el llamamiento nieztcheano hacia el superhombre del Zaratustra era un imperativo categórico moral, un llamamiento hacia la superación ética en medio del tembladeral de la bisagra decimonónica y no el clamor hacia la dominación de los otros.

Las ofertas de eternidad pagadera en cuotas, con dinero plástico serían un boleto de viaje sideral a la trascendencia en medio del derrumbe. Aparecen como mensajes desde el más acá propalando una infinitud inexistente, llamadas telefónicas de por vida para intercambiar banales comentarios que nada dicen sobre la vida genuina, múltiples probabilidades de compra de productos obsolescentes apenas cruzado el umbral de los bazares y emporios mercantiles.

Presente perpetuo

Como explica el filósofo Michell Maffesoli en su libro “El instante eterno. El retorno de lo trágico en las sociedades posmodernas”, se predica por sobre todo hacia los sectores juveniles el llamamiento a goces extremos, mágicos e inmediatos. Algo así como un culto dionisíaco de sensaciones fuertes para cubrir el vacío de las existencias que no pueden articular proyectos de largo alcance. El vértigo con la música tecno como y los energizantes y estimulantes, operarían como placebos para las múltiples soledades que se encuentran en estos rituales. Tragedias contemporáneas a alta velocidad y nomadismo. Como un reflujo de vidas tribales que no logran anclaje para la construcción colectiva y donde los simulacros estéticos de ornamentos y vestimentas sean la coraza de los guerreros del nuevo milenio sin divisas perennes. Juegos y más juegos de guerra en las pantallas de los ordenadores y en calles de las grandes urbes. Un  ludismo trágico en el que todo fluye y se evapora, juegos virtuales con actuantes reales pero efímeros.

Vidas precarias, corroídas y desechadas por el mercado como un residuo más de la maquinaria mercantil.

Como señala Marc Augé la ideología de un presente perpetuo que busca clausurar perspectivas de transformación progresiva.

Metrópolis recargada

Vale la pena recordar la magnífica y conmovedora película de Fritz Lang Metrópolis, en la misma, una verdadera obra maestra del cine expresionista alemán se muestra una sociedad ficticia de abundancia y placeres para una reducida elite dirigente, mientras en el subsuelo y una vasta legión de seres sometidos es la que sostiene el despilfarro a costa de su crónico sacrificio.

Las sociedades del presente parecen no distar demasiado de aquella antiutopía. En efecto, los avisos televisivos incitan al consumo compulsivo de mercancías que por lo demás no hacen sino generar la ilusión colectiva de bienestar que no es tal.

Ya que como sabemos, más allá de los índices exhibidos de modo público la distribución de bienes no es ni cerca equitativa.

Vivimos en sociedades cada vez más desiguales, y como en la ya centenaria crónica ciudadana de Rafael Barrett es dable ver cada día a cientos de personas hurgando en los contenedores de residuos para buscar sustento a necesidades básicas insatisfechas. Sombras que deambulan por las calles cuando el sol comienza a ocultarse y las luces artificiales que asoman sólo para aquellos que gozan del festín capitalista.

El auge de la construcción, la multiplicación edilicia no refleja un aumento de viviendas para los sectores populares, sino una espectacular expansión de inversiones financieras.

Esto significa que la brecha entre los poseedores y los desposeídos se amplia ad infinitum.

Quizás haya que preguntarse cómo señala Martínez Estrada en La Cabeza de Goliath cuántas ciudades conviven en el seno de las grandes urbes. Para concluir en una inquietante reflexión  y es que la exclusión social se mantiene vigente aún trascurridos los años y los,  gritos de libertad más ahogados que tronantes, gracias a las estructuras vigentes y dominantes.

Serenidad y firmeza

Las reflexiones precedentes no deben orientarnos hacia el escepticismo y la quietud, sino al intento de un esfuerzo de debate y construcción colectiva para superar los tiempos sombríos cargados de profecías y presagios que buscan paralizar, controlar, manipular.

Desde nuestra perspectiva preferimos afirmar con José Saramago la importancia de mantener la serenidad de sabernos transitorios y ser capaces de reírnos de esto. Pero por sobre todas las cosas como dice este brillante narrador filosófico de la vida “el valor de ser firme en tiempos de inconsistencia”.

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