Guillermo Chiaraluce trabaja hace 25 años en una empresa de atención de salud. Cuando se le pregunta la edad, dice ser “modelo 61, joya, nunca taxi” y lo acompaña con una risa cómplice. Le encanta cocinar y comer, si es junto a seres queridos mucho mejor, y desde hace poco más de un año es furor en las redes sociales, donde lo conocen como “Willy, el de Locos x la cocina”. Con la ayuda de su hijo Pablo, quien fue el mentor de toda esta “locura”, como la define Willy, cada día presenta en su cuenta de Instagram un video de recetas de platos abundantes, clásicos y muchos de ellos “con lo que hay en casa”.
La mayoría de sus seguidores afirma que es el Paulina Cocina de barrio La Florida. Hasta el momento, según contabilizó, hay en sus redes más de cien videos y unas cinco horas «de entretenimiento gratuito mostrando nuestra esencia, compartiendo la cocina de cada día. Dios sabrá porqué estoy haciendo esto, pero me divierto mucho, sobre todo en este momento tan especial en el que tengo la suerte de poder trabajar y llegar a casa para dedicarme a lo que más me gusta: cocinar”, sostiene.
Cada receta, o bien su pasión por la cocina, viene desde su más tierna infancia, cuando a los 4 años, sentado en la mesada de su abuela Catalina que lo cuidaba a diario mientras sus padres trabajaban en la carnicería de la familia, ayudaba a revolver la salsa o a amasar algo rico que su abuela preparaba. “Siempre tenía el honor de meter el pancito en la salsa y arriba de un banquito la ayudaba a preparar las tortas o masitas con las que esperaba a mi abuelo para tomar la leche a la tarde, después de trabajar. Siempre tengo presente la imagen de la mesa larga, llena de fideos recién amasados cada domingo cuando nos reuníamos con los tíos y primos a almorzar. De hecho, muchas de las recetas que conocen por mis redes son de las que pude rescatar en mi familia, otras las saqué al voleo, probando y acudiendo a los recuerdos”, compartió.
En diálogo con El Ciudadano, Willy contó que todo nació cuando, tras haberse roto su teléfono celular, su hijo, quien estudia arquitectura y en medio de sus materias tenía que sumergirse en la edición de videos, le sugirió comprar uno nuevo y aprovecharlo para subir videos a Instagram TV. “Le pregunté qué quería decir eso porque lo único que tenía en mi teléfono era WhatssApp”, comentó Willy sobre el espacio que comparte con Facebook y su canal de Youtube, al que ya se sumaron casi 120 mil seguidores de Argentina, Rusia, Japón, Uruguay, Brasil, España, Chile y Canadá.
Además, cada martes se puede ver un micro de recetas desde las 14 en Somos Rosario, los viernes de las 11.30 a 11.45 se lo puede escuchar a través de dial de LT3 con más ideas y su cuenta de Instagram fue distinguida por la provincia de Santa Fe como de interés provincial, “por resaltar costumbres de la región y el espíritu familiar”. A esto también se le sumaron (hasta el verano pasado) eventos privados en la provincia y en Buenos Aires a los que fue invitado como cocinero estrella por bodegas Araujo y demás espacios gastronómicos. Y al mismo tiempo adelantó que en breve se viene un encuentro vía zoom para cocinar en vivo junto a quienes quieran aprender más de este arte.
—¿Qué recuerdos o secretos que conociste de la carnicería de tus padres aplicás ahora en tu rol de instagramer?
—Mirá, mi papá quería que siguiera el oficio pero nunca me interesó, sin embargo algunos secretos me quedaron y hoy, con los nombres modernos y yanquies que le ponen a los cortes me quiero agarrar la cabeza. Hoy le llaman tibón a la costeleta, el roast beef es la costeleta de aguja, que viene del cogote de la vaca. Es normalmente más sabrosa pero más dura, pero bueno, le sacaron el hueso y ahora te lo venden como un corte de Estados Unidos, obvio que sale más caro así. El público se renueva, como dice la Legrand, y hoy los grandes restaurantes hablan del ojo de bife, ese mismo que yo conocía como la costeleta redonda. Ni hablar de eso a los que muchos llaman carne madurada, que en realidad es que se está pasando de viva, se empieza a abombar y los tejidos quedan más flojos. Ojo con eso. Hoy hay muchos lugares que tienen métodos muy cuidados para no descomponer la carne, pero hay que saber dónde comprar. Yo siempre, por conocimiento, recomiendo comprar en la carnicería de barrio, en los supermercados te lavan la carne con vinagre cuando se está por poner vieja y cuando llegas a tu casa no sirve ni para el perro. Antes los alimentos eran genuinos. Me acuerdo cuando mi abuela preparaba gallina a la cazadora, primero hacía el helicóptero con la cabeza para matarla y le quedaba colgando el cuerpo en sus manos, después nos la comíamos en unos guisos que madre mía (risas). Esas eran gallinas felices. Hoy los pollos tienen anabólicos y eso es lo que comemos.
—Supongo que además de las recetas en sí, algunos seguidores te deben comentar que tus platos les traen algún recuerdo de familia.
—Sí. Mi mamá falleció a los 49 años y mi viejo a los 66. Soy hijo único así que me quedan muy pocas personas de las que podemos conversar de aquel entonces, pero el contacto con la gente a través de los videos es muy fuerte porque me cuentan que con cada receta viajan en el tiempo, les hace acordar a su familia. Es que la cocina tiene esas cosas, se te cruzan los sabores, los olores de cuando la pasaste lindo.
—No puedo dejar de preguntar por tu plato favorito.
—Y yo no puedo responder a eso, es una lista larga (risas). Con todos los platos me llevo bien, pero amo el clásico argentino: las milanesas con puré, o con papas fritas. Igualmente siempre respondo a los gustos de mi familia, un día milanesas, otro pollo a la crema, hay de todo. Si me preguntás por lo que me gusta cocinar, te digo “todo” también. En la cocina, una vez que aprendes la técnica, empezás a jugar con los sabores, hay que ser creativo. Para ser piloto tenés que tener muchas horas de vuelo, para ser cocinero tengo que tener muchas horas de fuego, ser práctico y tener actitud.
—Y, según tu premisa, emprender el desafío de cocinar con lo que hay en casa.
—Totalmente. Vengo de una familia muy trabajadora y aprendí a hacer magia con lo que había en la heladera. En esta época de pandemia traté siempre de cocinar con las cosas que tenemos a mano. En casa tenemos un patio amplio y siempre tuve una huertita con aromáticas y calabazas que fueron las reinas a comienzo de la cuarentena. Le dije a mi hijo: “Vamos a hacer recetas con las calabazas, que hay un montón” y en el medio de todo esto vi los posteos de un reconocido cheff que decía también de cocinar con lo que tenía en su casa. Cuando empezó diciendo “vamos a preparar una penca de salmón rosado” no podía parar de reír, eso es una chantada. Pero bueno, siempre digo que el sol sale para todos y hay que disfrutarlo como se pueda.
—¿El “punchi punchi” que mencionás en los videos es algo así como tu poción mágica?
—Es algo divino, te revive cualquier plato (risas). Es picante, pero si le tenes miedo podés poner unas gotitas y le das vida a lo que sea. Hace tiempo sembré unos jalapeños y los puse en un frasquito picados, con semillas y todo, aunque siempre se guarda algunas para volver a plantar, y le pongo lo que tenga: romero, ajo, y mucho aceite de girasol. Es una bomba atómica de perfume que le da un gusto diferente a cualquier preparación terrenal (risas).
—¿Hubo alguna receta que te costó hasta el cansancio?
—Soy auténtico, si algo no me sale, no me sale. Y si me sale un fiasco, me lo como solito, como me pasó con el pan de masa madre, del que todo el mundo habló en esta cuarentena. No es tan fácil como dicen, luché un montón y en un momento tenía el frasco desbordado, se activó la levadura como debía e hice una focaccia, pero salió de un centímetro de alto, un desastre. Lo mío es más la pizza y recetas clásicas. Por ejemplo de repostería no se casi nada, tampoco me metí en ese mundo, pero si querés un postre borracho, te lo hago tan borracho y sabroso que no te vas a quedar despierto después de comerlo (risas).
—¿Sos ortodoxo de la cocina o cada tanto llamás al delivery?
—Soy de mente amplia (risas). Soy humano, y a veces estoy cansado y pedimos algo que nos guste. Eso sí, suelo descubrir los errores de algunas recetas y cuando pasa, a ese lugar no llamo más. En casa me retan pero bueno, sé reconocer un plato mal hecho. Y no sólo hay delivery en esta casa, siempre hay un salamito oreándose, porque acá el sandwichito no puede faltar. Así como en cada botiquín hay una aspirina, en mi heladera no debe faltar el fiambre, siempre debe haber algo para preparar un sandwichito que acompañe un mate cocido para una pausa reparadora.
—Sos como Paulina Cocina, pero del barrio La Florida
—Muchos me dicen eso, es un honor. Aunque me faltan algunos sponsors y una melena larga y negra (risas).
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