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De la Guerra Civil Española hasta Rosario sólo por amor

Por Arlen Buchara.- La historia de Carmen, quien se enamoró de un soldado republicano que se refugiaba en su casa cuando era niña.

“Mi marido siempre me decía que hay que festejar el día que naciste. Yo nací el 2 de abril de 1926 pero me anotaron el 21, porque en ese entonces en España no te daban el día en el trabajo para ir al Registro”. Carmen nunca dice Manuel, ni tampoco Manuel Fernández León y mucho menos Comandante Flórez. Carmen dice: “Mi marido”, como si estuviera ahí cerca, a punto de aparecer por la puerta, aunque hace ya muchos años que partió.

María del Carmen Alonso Fernández es de Oviedo, Asturias, del barrio de Latores. En realidad lo fue hasta los 28 años, cuando emigró a la Argentina para cumplir con una promesa hecha 6 años antes a Manuel, quien lograba, por fin, salir de España en un barco atunero con dirección a Francia, luego de 11 años de fugitivo en las montañas de Asturias.

“Cuando llegó la guerra yo tenía 10 años. Fue muy feo, porque las guerras no son buenas nunca, no tendrían que existir. Los primeros días éramos 4 familias refugiadas, estábamos en una casa grande, vieja, antigua. De noche se estiraban los colchones y de día se ataban”, cuenta la española, con un acento tan marcado que pareciera que no pasó un día desde su desembarco. “Nosotros éramos socialistas, mi padre era socialista y mi madre también”, cuenta. Durante la guerra y varios años después, en la casa de Carmen se refugiaban ex soldados de la República, ahora guerrilleros. Muchos de ellos vivían clandestinos en las montañas, y paraban algunos días en casas de familia para comer, lavarse, y tratar de dormir sin sobresaltos. “A veces venían 4 ó 5 fugitivos que buscaban para enlazar con otros y organizar la lucha clandestina. Mi padre nos decía: «Dejen la cama para estos hombres que no duermen nunca en cama. Ustedes duerman en el piso», y dormíamos en el piso”, viaja hacia atrás Carmen. Y uno de estos hombres era Manuel.

Manuel Fernández León, conocido como el Comandante Flórez, fue un guerrillero asturiano que combatió en distintos frentes durante la Guerra Civil Española. Cuando cae Asturias, en 1937, se traslada a las montañas junto con otros revolucionarios y permanece en la clandestinidad por 11 años. Durante ese tiempo, la casa de Carmen era uno de sus refugios.  “Yo tenía 13 ó 14 años cuando lo conocí y no me pasaba nada. Yo era una niña, jugaba todavía con las muñecas”. Manuel era 20 años mayor que Carmen, pero “fue creciendo el tiempo”.

“Cuando yo ya era una señorita tenía varios pretendientes, pero no me enamoraba ninguno, no había caso”, cuenta la española. Uno de los pretendientes era un hermano de un amigo de Manuel. “Mi marido me decía que no me ponga con ése, que era un borracho, pero eso era mentira: lo que pasaba es que él ya me había puesto el ojo”, cuenta.

Por ese entonces, la situación de España era cada vez peor. “La persecución política era muy fuerte, mataban y torturaban gente todo el tiempo, y a nivel económico era terrible”. La familia de Manuel se había exiliado en Francia, su padre era un reconocido sindicalista, ya veterano, y con ayuda de organizaciones de mineros ingleses habían logrado salir y establecerse en el país vecino. Desde Francia consiguieron que un barco atunero que iba a Asturias juntara a los fugitivos que quedaban en el puerto y los sacara del país. Se reunieron 29 personas, que viajaron a pie durante dos noches, en plena oscuridad, para no ser descubiertos. Hasta que llegaron a la costa. “Un amigo que se casaba les dijo que iba a hacer la fiesta de despedida de soltero esa noche y los iba a invitar a los de la Guardia Civil, así podían salir tranquilos”, recuerda Carmen.

“Antes de marchar, le tuve que alcanzar unas cosas a donde él estaba, y ahí fue me que dijo: «Bueno, mañana ya salgo, si te reclamo, ¿vas para Francia conmigo? Yo me caso contigo nada más que llegues allí»”.  Ahí, junto con el exilio, empezó un largo noviazgo por carta. Manuel le escribía haciéndose pasar por una amiga de ella.  Finalmente, en 1951, doce años después del fin de la Guerra Civil y tras dos años de exilio en Francia, Manuel viajó a Argentina, donde tenía un amigo, un compatriota, viviendo en Rosario. Ya establecido en la ciudad, envió a su novia un pasaje en un barco que salía de Barcelona. Un pasaje sólo de ida. Días antes de su partida de España, Carmen recibió una carta del gobierno prohibiéndole salir. Pero  ella ya tenía la decisión tomada: “O me iba o me echaba al mar”, dice. Con esa decisión  se encaminó a Barcelona, arriesgándose a ser detenida. “Cuando soltaron las amarras del barco, pegué un grito y empecé a llorar a todo lo que daba. Todos cantaban «Adiós mi España querida, dentro de mi alma te llevo metida» y yo lloraba a gritos, no me podía contener. Era libre”.

En cada puerto de mar, la asturiana encontraba una carta de su prometido. Finalmente un 27 de julio arribó a las costas rioplatenses. Era 1954. Un mes después, el 27 de agosto, Carmen y Manuel se casaban, en Rosario.

En Argentina las cosas no fueron fáciles. Él trabajó de astillero por un tiempo y luego fue metalúrgico. Ella zurcía medias. Mal que mal, se fueron haciendo lugar en la ciudad adoptiva. Tuvieron dos hijos, en los 60. Y no volvieron a pisar suelo español hasta 1982, después de 40 años de dictadura del “generalísimo”  Francisco Franco. España, al fin, volvía a la democracia. Fue entonces que sus compañeros de lucha les enviaron pasajes para que pudieran regresar y asistir a distintos homenajes que se habían organizado para los sobrevivientes.

Su hija cuenta que de pequeños no tenían la dimensión del lugar de lucha y el reconocimiento que su padre había tenido. “Él tenía un perfil muy bajo, incluso cuando volvió en el 82 contaba algo, pero tampoco demasiado. Es más, se había vuelto bastante pacifista, no tenía esa cosa reivindicativa. Ella sí, como que tiene más garra”, dice sonriendo.

En 1986, poco antes de cumplir 80 años, el Comandante Flórez falleció. “Estaba muy enamorada de él. Y lo sigo estando”, dice Carmen ahora, 27 años después.

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