“Estamos en el clímax de la tecnología en nuestra vida cotidiana pero no la percibimos, es transparente a nuestros ojos” porque ya no es necesario entenderla para utilizarla. Una paradoja que esta semana en Rosario lanzará a debate Eduardo Serra. Biólogo, doctor en Ciencias y decano dela Facultadde Ciencias Bioquímicas dela UNR, es además un amante de la ciencia ficción, por lo que traza una relación entre esta “desaparición” social de la complejidad tecnológica y la mutación en fantasía del género que, nacido a fines del siglo XIX, supo representar la visión social de la técnica y la ciencia.
Se trata de una invisibilidad contemporánea, advierte Serra. Pero que tiene una historia cuyo origen, con la modesta pretensión de la metáfora, invita a rastrear en la invención del mouse y de la interfaz gráfica creada por Macintosh-Apple: a partir de allí, explica, el manejo de las pantallas y accesorios “amigables para el usuario” se hizo tan sencillo que volvió innecesario adquirir siquiera una noción básica de lo que hay detrás y de cómo funciona. Todo un cambio. Hoy las interfaces, con su lógica accesible y común de uso, no solo enmascaran la sofisticación de microprocesadores y software de una computadora personal: pasaron también a ocultar la complejidad y diversidad de los aparatos con los que –cada vez más– el hombre interactúa a diario. Celulares, televisores y autos inteligentes o electrodomésticos se manejan de forma parecida y son percibidos también así, simples y similares, porque ya no hace falta molestarse en comprender sus lógicas.
Mundo feliz
Una primera lectura invita a pensar que en este derrotero la vida se volvió más “fácil”. Pero, ¿hay un peligro? La respuesta de Serra es afirmativa. La maraña tecnológica que moldea la vida de la gente al tiempo que esconde sus complicados mecanismos es, por esa doble evolución, percibida como “magia” por una parte mayoritaria de la sociedad. En cambio, su dominio y la definición de los cursos que tomará quedan restringidos a un círculo proporcionalmente decreciente de expertos y empresas, cuyas decisiones afectan y afectarán a todos. Una combinación de alto riesgo, que bien puede remitirse a una manifestación de la tan mentada concentración de poder.
Este miércoles, Serra tendrá a su cargo la reapertura de los Cafés Científicos que organizala Secretaríade Ciencia, Tecnología e Innovación provincial. Será en el BarLa Fábrika, de Tucumán1816. Apartir de las 19, el travestismo de la tecnología en magia será su invitación al debate. El disparador elegido tiene que ver con su condición de asiduo lector de ciencia ficción: del mismo modo que el género, cuyo perfil se configuró definitivamente a principios del siglo XX con H. G. Wells, fue expulsando la trama científica para dar paso a la fantasía –traicionando de paso su nombre–, la percepción social de la tecnología se desdibujaba para retroceder a la simplificación mágica.
1983
“Nos propusimos hacer un ordenador tan simple de manejar como una tostadora”, dijeron los diseñadores del entorno gráfico Lisa, de Apple, a fines de los 70. Su versión mejorada salió al mercado en 1983, un año antes que el elegido por George Orwell para titular su apocalíptico relato. Y sobre “interfaces lisas y ergonómicas” que “enmascaran” la complejidad tecnológica habla Serra. El paralelo con la evolución de la ciencia ficción es tentador. “Lo que planteo es que así como el género apareció y creció en el período en el que la tecnología se hizo visible a la gente común, podemos analizar cómo a través de él se vio esa tecnología en cada período. Y la conclusión es que ahora no la vemos más”, resume. De hecho,la Ciencia Ficcióntransitó por la etapa de convivencia con el western y el policial en las publicaciones Pulp, se independizó a principios del siglo XX y tuvo en los ‘50 una edad de oro que cedió paso a su fase New Age para finalmente derivar hacia el período Ciber Punk. “Después, nada”, lamenta Serra: dejó el campo abierto a la fantasía, los magos y los poderes paranormales. Es decir, de la ciencia pocas noticias.
El túnel del tiempo
Regresó, al género y a la vida cotidiana, la magia de los primeros tiempos de la humanidad. Pero entonces era la consecuencia de estar en una antesala del conocimiento que equiparaba a todos. Ahora, ocurre que el común de los mortales ya no necesita entender los aparatos que manipula, por más complejos que sean, y el riesgo es terminar aceptando sin crítica las decisiones de unos pocos que sí “saben”. No se trata de teorías conspirativas. “En una encuesta realizada hace unos años en Inglaterra, que preguntaba de dónde viene la electricidad, un porcentaje alto de adultos respondió que del enchufe. ¿Cómo se hace para generar ciudadanos, que en última instancia deberían también tomar las decisiones sobre la tecnología en un sistema democrático, con una formación que les permita apreciarla sin ser unos expertos? Porque todo el mundo no puede estudiar física cuántica, química o biotecnología”, reflexiona el decano de Bioquímica. “Por lo pronto, una cuestión básica es tratar de desenmascarar la complejidad que hay detrás de las interfaces con las cuales nos movemos”, propone. Y completa el ejemplo: “Quien piensa que la electricidad viene del enchufe, qué opinión puede dar sobre la construcción de una represa hidroeléctrica, de una central nuclear o termoeléctrica”.
Una mirada en la oscuridad
Un efecto secundario de esta trama es el encierro en posiciones cerradas y hasta esquizofrénicas que impiden avanzar en la resolución de los desafíos actuales que plantea el paradigma tecno-científico. “Como la de aquellos que están en contra de las pasteras pero no aceptarían escribir sobre papel marrón, no blanqueado con el cloro contaminante. O quieren que se retiren las antenas de celular pero no dejar de usar los teléfonos móviles, o rechazan sin más la minería sin relacionarla con lo que ella permite fabricar”, plantea Serra sin minimizar las preocupaciones medioambientales. Acá también, señala, las interfaces bloquean relaciones de causa y efecto al mismo tiempo que impiden espacios de intersección entre posturas diferentes.
El genetista
El ocultamiento de la tecnología para el grueso de la sociedad, dice Eduardo Serra, impulsa equívocos y posturas fundamentalistas. Como ejemplo, plantea el de la biotecnología. Sin minimizar la preocupación ecológica, refuta las oposiciones tajantes y recuerda que el hombre siempre realizó, si bien que con diferente grado de virulencia, experimentos genéticos. “El maíz es uno, no existe en la naturaleza, es una creación del hombre”, apunta. El perro es otro: fruto de innumerables cruzas a partir de la domesticación de manadas de lobos, “un experimento de ingeniería genética descomunal”, acota en referencia a las actuales razas caninas que no “parió” la naturaleza.