Por Roberto Parrottino / Tiempo Argentino
Como si estuviese lesionado, el representante les avisa a los dirigentes: “Ah, miren que este pibe es puto, eh”. Este pibe: un futbolista que había jugado y salido campeón en un club grande de Argentina y que llega de Europa a un equipo del interior en 2003. Y el jugador les advierte a los compañeros que tiene novio. “Secret Footballer”, un ex jugador inglés que publicó libros sin develar su identidad y columnas en The Guardian, reveló años más tarde que varios futbolistas contaron que eran gays ante planteles de la Premier League.
Pero en aquel tiempo, los jugadores argentinos ni siquiera hablaban en público de homosexualidad y homofobia en el fútbol, como en la actualidad. Ahora estamos en 2020, y en Argentina, públicamente, todavía ningún futbolista salió del clóset. Tampoco después del retiro, como pasó en Inglaterra. De los más de 20 mil que jugaron en Primera desde la profesionalización en 1931, ninguno dijo ser gay. La diversidad sexual en el fútbol masculino es un tema tabú. Aunque cada vez menos.
En el último año, una nueva generación de futbolistas, como Matías Vargas, Juan Cruz Komar y Augusto Solari, habla de la sexualidad en el fútbol. Durante los primeros días de 2020, Nahuel Guzmán se tiñó el pelo con los colores de la bandera LGBT, símbolo del orgullo gay, y atajó con Tigres en la liga mexicana. Lo siguió Daniel Osvaldo, que jugará en Banfield en su regreso al fútbol. “No tendría ningún problema de decirlo si fuese homosexual -dijo Osvaldo a Infobae-. Pero la gente no tiene por qué saber qué hacés en tu habitación. Respeto la decisión de no decirlo. Si uno lo dice es un riesgo que después vaya a una cancha y te discriminen. Es una realidad horrible. Y ojalá cambie”. En 1995, cuando era DT de la Selección, Daniel Passarella obligó cortes de pelo, sacó aritos y sometió a jugadores a rinoscopias. Y dijo que no aceptaría a un jugador homosexual.
Rodrigo Díaz llegó a debutar en Huracán de Tres Arroyos en el Argentino A en 2009. Hoy tiene 27 años y ya no juega al fútbol. Baila y canta. En 2012, mientras entrenaba a prueba en El Porvenir, admitió: “Sé que soy el primero en blanquear una elección sexual diferente en un ambiente muy machista. Ojalá muchos se animen”. Díaz jugó amistosos en El Porvenir y luego se probó en Atlas. Pero abandonó el deporte. “El fútbol argentino es muy popular, y el hincha argentino, muy castigador -dice ahora Díaz, que había hecho pública su relación con el empresario mediático Ricardo Fort-. Ni aún retirados dicen lo que son. Existe el miedo. En el fútbol hay varios que no lo confesaron y conviven con eso. Lo veo mal: tendrían que salir al frente y que los demás opinen lo que opinen, más allá de que en la vida privada cada uno hace lo que quiere”.
Ariel Heredia es presidente y jugador de Los Dogos, primer equipo de fútbol gay de Sudamérica, creado en 1997. Cuenta que muchos jugadores de Los Dogos llegaron después de sufrir discriminación en clubes del fútbol argentino durante el camino al profesionalismo. “En los equipos de Primera -agrega- se sabe si un jugador es gay o no. Pero no se habla. Piensan que un jugador puede ir a menos porque es homosexual. El deporte en general ahora se está abriendo, pero la homofobia en el fútbol es increíble”. Un jugador gay que se mantiene en el fútbol tiene miedo a los insultos, al rechazo de clubes y patrocinadores: a ponerle fin a su carrera. Y se oculta, miente, finge. Otros jugadores desconocen cómo abordar la situación. Uno de cada cuatro futbolistas, técnicos y árbitros del fútbol inglés, según un estudio de la Universidad de Staffordshire, conoce en persona a jugadores homosexuales. Pero en la cultura del fútbol, concluyeron, los representantes y los clubes presionan para mantener el secretismo.
“Se ponen en juego la vergüenza, la penalización del deseo y, tal vez, el aislamiento de la esfera laboral”, aporta Juan Branz, ex futbolista de Cambaceres y doctor en Comunicación, autor de Machos de verdad, libro en el que explica cómo se moldean las masculinidades desde el deporte. “Es tabú porque la historia del fútbol argentino modeló a los jugadores dentro de un esquema absolutamente heteronormativo. Desde cada párrafo de El Gráfico hasta cualquier picado en cualquier barrio. El futbolista se rige y responde a la heterosexualidad”.
Mario Lüthi juega en la Sub 21 del club suizo Young Boys. Llega el alemán Leon Saldo, también delantero. Dupla de ataque. Lüthi, goleador. Saldo, asistidor. Son las promesas. Comparten entrenamientos, salidas, PlayStation. Y el club decide “invertir”: que vayan a vivir a un departamento. Se enamoran. “Si queremos ser profesionales -le dice Lüthi- no podemos hacer esto”. “No me importa”, le responde Saldo. Hasta que los compañeros y el club se enteran de la relación. “Bromas” en el vestuario. El pedido de silencio y “normalidad” de dirigentes y representantes. Saldo se cansa de mentir -y de las mentiras de Lüthi- y regresa a Alemania. Lüthi sigue con novia-amiga y problemas para dormir. Lo compra el St. Pauli de la 2. Bundesliga alemana. Y se reencuentra con Saldo. “Elegiste el fútbol. Yo, otro camino”. Al siguiente partido, Lüthi mete un gol. Y llora. Mario (2018) es una película. Ficción de la realidad. Argentina o europea. Del fútbol.