El Hincha

Qatar 2022

De los clubes de barrio y la amalgama federal salió el nuevo campeón mundial

El plantel formado por Lionel Scaloni une el Norte argentino con la Patagonia, y se asienta en la prosperidad agraria de Córdoba, el talento desbordado de Rosario y la técnica del Gran Buenos Aires


Por Roberto Parrottino / Tiempo Argentino

El acervo acumulado del fútbol argentino, su proceso cultural quizás iniciado en 1867 con aquel primer partido de football, hizo cima en Qatar 2022, el Mundial que la selección volvió a ganar después de 36 años. El triunfo, la alegría popular de los seis millones de argentinos en las calles de Buenos Aires y otros tantos en el resto del país, no sólo fue de los 26 jugadores (y del cuerpo técnico y de la AFA). Pero en ellos se representó la Argentina, un mapa de juego que exhibe la amalgama de geografías, estilos y estirpes. En el plantel campeón del mundo se une el Norte con la Patagonia, la prosperidad agraria de Córdoba, el talento desbordado de Rosario y la técnica de Buenos Aires. Y lo atraviesa la socialización de los clubes de barrio, asociaciones civiles sin fines de lucro, el primer paso formal hacia una pelota. Sin balcón de la Casa Rosada, los futbolistas se recluyeron después de Qatar –y antes de regresar a Europa– en las patrias chicas, en los rincones en los que comenzaron a jugar, donde hoy algunos son murales en las paredes del pueblo, o «ciudadanos ilustres» de una narrativa de fútbol agresivo y solidario.

Los siete mediocampistas natos de la selección de Qatar 2022 comparten un origen común: el baby fútbol del Conurbano y la Capital Federal. Incluso Alexis Mac Allister, nacido en Santa Rosa, La Pampa –el primer pampeano en jugar un Mundial–, pero iniciado en la escuelita JJ Batista –el club de Fernando y el Checho Batista, campeón en México 86– y moldeado en Parque. El baby fútbol, un viaje de los 4 a los 13 años, de la niñez a la adolescencia, curte un fútbol dinámico en canchitas de cemento o de pista: cinco jugadores y arquero al inicio, cuatro jugadores y arquero al final, dos tiempos de 20 minutos, pase, pisada y pegada, sin demasiada elaboración y estrategia. La rosca de Enzo Fernández en el gol a México salió de una baldosa de La Recova, su club de barrio en San Martín, y más tarde la estilizó en Parque Chas, del otro lado de la General Paz. Enzo Fernández fue elegido por la FIFA como el mejor juvenil del Mundial. El Conurbano también exudó en los pies de Rodrigo De Paul (Sarandí), Leandro Paredes (San Justo) y Nicolás Otamendi (El Talar). Y en cómo llevaron adelante los festejos en el micro descapotable, bajo el sol: en cueros, botella cortada, fernet y gorra para atrás. Gonzalo Montiel, el hombre que convirtió el penal que le dio la Copa del Mundo a la Argentina, nació en González Catán, sede de torneos de penales por dinero.

Guido Rodríguez (Sáenz Peña) también es del Conurbano. Y Papu Gomez, el único porteño de los campeones mundiales en Qatar, aunque sólo nació en Capital, y creció en Avellaneda. Nicolás Tagliafico (Rafael Calzada) y Thiago Almada (Ciudadela, de Fuerte Apache) cierran el conjunto del AMBA en el grupo. De la provincia de Buenos Aires es el Dibu Martínez (Mar del Plata). De Bahía Blanca, la capital nacional del básquet, Germán Pezzella y Lautaro Martínez. Como el Dibu, jugaron en clubes pero con la pelota naranja. Y de La Plata, la capital bonaerense, son Gerónimo Rulli y Juan Foyth.

Las corridas de Nahuel Molina con Países Bajos y de Julián Álvarez con Croacia, cabalgatas desaforadas de potrillos hacia el gol, las parieron en los campos a cielo abierto de Embalse y de Calchín, sus pueblos de la mediterránea Córdoba. Es la topografía y sus paisajes trasladados a los movimientos corporales. Paulo Dybala, cordobés de Laguna Larga, fue el que bajó y despejó la pelota en la última de las últimas jugadas, a los 123:03:57, cuando Kylian Mbappé había eludido a Cuti Romero, Paredes y Enzo. «Acá, como en muchas localidades pequeñas de provincias, lo primero que hay es el campito, ir a jugar al campo, en baldíos, en plazas. Se juega en el potrero. Ahí los chicos arrancan, con arcos que se hacen con buzos, con piedras. Eso todavía se hace», dice Hernán Laurino, periodista en La Voz del Interior, nacido en Almafuerte, localidad de 11 mil habitantes, similar a la Embalse de Molina (15 mil), y por encima de la Laguna Larga de Dybala (7 mil) y la Calchín de Julián (3 mil). «Y después –explica Laurino– empiezan en el club, en canchas de siete, que suelen estar pegadas a las canchas grandes, a las que pasan a los 12 años. En Córdoba capital, por ahí, la formación es más parecida a la de Buenos Aires». De Córdoba capital, en efecto, es el recio Cuti Romero.

No sólo los goles en la final histórica ante Francia fueron rosarinos, sino la jugada que destrabó la mente de la selección en el Mundial, en el segundo partido del grupo, ante México, después de la derrota en el debut con Arabia Saudita: el toque de Ángel Di María, el flacucho que debutó en Rosario Central, encontró a Lionel Messi tan libre como cuando comenzó en las infantiles de Newell’s. «¡De Di María a Messi, desde La Bajada hasta Perdriel, siempre Rosario, la ciudad del calcio!», nos emocionó el exfutbolista italiano Daniele «Lele» Adani, el comentarista de la RAI. La Bajada es el barrio rosarino de Messi, desde donde partió a los 13 años a Barcelona, dejando lágrimas y fotos con amigos. Perdriel, la calle donde para(ba) Di María y su banda. Y Rosario, la ciudad de la furia argentina, de la pasión a veces enfermiza, otras criminal. Todo es más grande en Rosario, la producción en serie de futbolistas mágicos y la tasa de homicidios, cuatro veces mayor que a la del resto de Argentina. En la ciudad en la que se izó por primera vez la bandera celeste y blanca, en 1812, también nació Ángel Correa. En Casilda, a 66 kilómetros de Rosario, Franco Armani. Difícilmente la Argentina hubiera ganado la Copa del Mundo si Messi no hubiera seguido comiéndose las «eses» cuando habla, a pesar del arraigo catalán.

«Fortificar un poco la relación entre el futbolista y la gente», se había puesto como objetivo el rosarino César Menotti, DT campeón mundial en 1978, cuando asumió como director de selecciones de la AFA, en enero de 2019, porque «la selección», agregó entonces Menotti, «durante mucho tiempo se ha debilitado, y no por el éxito o el no éxito. Es una obsesión que tengo, sigo soñando con una selección de la gente». Si Rosario, con seis, es la ciudad con más jugadores campeones del mundo argentinos entre los 69 de Argentina 78, México 86 y Qatar 2022, Buenos Aires encabeza a las provincias, con 33. Lisandro Martínez fue el único futbolista de Entre Ríos en el plantel de Qatar. Pero es el segundo campeón del mundo nacido en Gualeguay, después de Jorge Burruchaga, el autor del 3-2 en la final ante Alemania en México 86. El corazón del cuerpo técnico es una síntesis. El entrenador Lionel Scaloni nació en Santa Fe (Pujato) y los ayudantes Pablo Aimar (Río Cuarto) y Walter Samuel (Laborde) en Córdoba. Aunque Samuel se crió en la santafesina Firmat, a 110 kilómetros de Rosario. De Entre Ríos, como Lisandro, es el otro ayudante, Roberto Ayala, pero de Paraná. A los exfutbolistas mundialistas los acompañaron el analista Matías Manna (San Vicente, Santa Fe), el entrenador de arqueros Martín Tocalli (Capital Federal) y el preparador físico Luis Martín (La Plata).

Millones de chicos y de chicas, en cada rincón de la Argentina, desde el Norte (en Famaillá, Tucumán, nació Exequiel Palacios) hasta la Patagonia (en Zapala, Neuquén, el Huevo Acuña), vieron la final por TV, suspendidos en el tiempo. El recuerdo, con cada repetición, con cada año transcurrido, se asentará en la cabeza, tierra fértil de sueños. Comenzarán o seguirán jugando en los clubes de barrio, «organizaciones libres del pueblo», como las llama el investigador social Osvaldo Jara. En el club General Urquiza de Mar del Plata, como Dibu. En El Tala de Catán, como Montiel. En Barrio Nuevo de Villa Devoto, como Otamendi. En Belgrano de Sarandí, como De Paul. En Grandoli de Rosario, como Messi. En el club Calchín de Córdoba, como Julián. En cuatro años –o en ocho– jugarán un Mundial y contarán cómo vivieron el 18 de diciembre de 2022, el día que la selección ganó la tercera estrella. Es la base, y mucho más: es el trasvasamiento generacional en un país que respira fútbol.

Orgullo de cada equipo

La tabla de los clubes en los que debutaron los campeones del mundo (los 22 de Argentina 1978, los 22 de México 1986 y los 26 de Qatar 2022) la lidera ahora River (8), seguido por Boca (6). Más atrás, Estudiantes de La Plata y Newell’s, con cuatro, y Argentinos Juniors, Instituto de Córdoba y Rosario Central, con tres. Si en el 3-3 de la final con Francia los goles fueron rosarinos –dos de Messi, uno de Di María–, sólo un club de debut aportó más de una asistencia en las finales de los últimos diez mundiales: Argentinos, de Diego Maradona a Burruchaga en el 3-2 en el Azteca, a Alexis Mac Allister a Di María en el 2-0 parcial en el Lusail, el gol de contraataque a puro toque en velocidad. En el podio de los clubes con más futbolistas argentinos campeones del mundo –que su ficha se registraba en el momento del Mundial– quedaron River (9, con Franco Armani en la última Copa), Independiente (7) y Atlético Madrid (Rodrigo De Paul, Nahuel Molina y Ángel Correa), Sevilla (Huevo Acuña, Papu Gómez y Gonzalo Montiel), Huracán y Talleres de Córdoba (3).

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