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De principios y finales: tras las huellas de Angélica Gorodischer y la reina de Inglaterra

Hoy, cuando la vacunación ha logrado disminuir el impacto y el mundo se encamina hacia una regular “convivencia” con el virus, estos relatos también llegan a su fin. Y en mi última “Crónica de Cuarentena” no puedo dejar de recordar a Angélica Gorodischer, maestra de las letras y señora de barrio

Elisa Bearzotti

 

Especial para El Ciudadano

 

Estas crónicas, nacidas como recurso, estrategia y consuelo, mantuvieron desde el inicio su condición de registro y expresión, abusando quizás del eficaz remedio escondido en todo relato: la condición redentora y el poder sanador de la palabra. La rutina ejercida durante dos años –desandar portales informativos con una mirada transversal y amplia, enfocándome en aquello que caracteriza la condición humana sin importar raza, condición social, edad, cultura u origen– fue mi modo más genuino de transitar la peculiar crisis producida por el Sars-CoV-2. Las impensadas 94 entregas fueron reproducidas semana a semana por el portal de “elciudadanoweb” y tuvieron su versión radial los días miércoles, en el programa “Rubén Fraga con la gente” emitido por LT8. Pero hoy, cuando las campañas de vacunación mundiales han logrado disminuir el impacto de la enfermedad, y el mundo se encamina hacia una regular “convivencia” con el virus en calidad endémica, estos relatos también llegan a su fin, junto con la pandemia.

La nueva situación sanitaria mundial implica que el virus seguirá circulando de manera continua, tal como ocurre con la gripe y otros coronavirus como el 229E, HKU1, NL63 y OC43. Seguramente todos nos hemos contagiado alguna vez con ellos, aunque ni nos enteramos, ya que causan infecciones muy leves, la mayoría de las veces imperceptibles. De manera que es muy probable que, a partir de ahora la pérdida de olfato, el extremo cansancio, el dolor de cabeza, la tos seca, y demás síntomas que hasta ayer fueron el augurio de oscuras premoniciones, pasen a ocupar la lista de advertencias normales para cualquier enfermedad viral, sin más consecuencias que un resfriado común. Hoy ya son 169 los países que han decidido abrir parcialmente sus fronteras, admitiendo el ingreso de personas vacunadas o con PCR negativo. Yendo un paso más allá –como acostumbra– el primer ministro británico, Boris Johnson, anunció que el aislamiento obligatorio de las personas infectadas de coronavirus finaliza en Inglaterra este jueves, con lo que se elimina la principal restricción que quedaba contra el virus tras dos años de pandemia, a pesar de las preocupaciones de los expertos en salud y grupos de personas vulnerables. La estrategia del gobierno británico se enmarca en el plan “Vivir con el Covid-19”, por lo que se espera que se emita una nueva guía, similar a la ya publicada sobre la gripe estacional, diseñada para permitir que las personas tomen sus propias decisiones sobre el riesgo de contraer o transmitir el virus, ya que, de acuerdo con Johnson, los niveles de inmunidad en Inglaterra son “altos” y las cifras de muertes son “bajas”. Todo ello sin importar que la mismísima reina Isabel II, a sus 95 años, diera positivo de coronavirus, de acuerdo a lo informado por el Palacio de Buckingham, su residencia oficial. Según la cadena BBC la monarca tiene “síntomas parecidos a los de un resfrío”, por lo cual “recibirá atención médica y las directivas apropiadas”, mientras sigue atendiendo sus obligaciones reales. Como se dice: toda una declaración de principios.

Mientras tanto, por estos lares el clima decididamente otoñal anuncia el inicio de clases ya con una presencialidad sin fisuras, si bien se seguirá manteniendo un estricto protocolo sanitario que implica el uso de barbijo en espacios cerrados durante toda la jornada educativa, además de la ventilación cruzada y constante.

Pero el otoño tiene para mí otras connotaciones, porque viene ligado al amarillo rabioso de un ginkgo biloba enmarcando el jardín de una casa de la zona sur rosarina. Una imagen que disfruté muchos años y precedía otros placeres: el del café con torta, la escritura tímida y el descubrimiento de grandes autores de la mano de Angélica Gorodischer. Gracias a nuestros encuentros de los miércoles descubrí que el mundo literario era mucho más vasto y disímil que lo que yo imaginaba, y sobre todo que lo primordial en el arte de la escritura era nutrir al lector que todos llevamos dentro, a veces tan descuidado. Angélica era una lectora voraz, golosa, desprejuiciada, no le importaba desgranar “todo” el texto, ni tenía prurito en dejar un libro para comenzar otro; por el contrario, era muy común que estuviera leyendo varios libros a la vez y en distintos idiomas. Estoy segura de no equivocarme si digo que amaba más leer que escribir, y ese placer envolvía cada una de los objetos diseminados por su taller, el cual abría generosamente una vez por semana para nosotras, alumnas peculiares de una maestra genial.

En una entrevista que le realicé en 2008, cuando ya había cumplido 80 años, para la revista Ciudad Nueva, me confiaba: “Desde los 7 años he leído como una desesperada. Nací entre libros, todo en mi casa conspiraba para que yo me dirigiera a los libros como mi recurso, eso fue determinante. Odiaba las matemáticas, hasta que a cierta altura de la vida descubrí su magia. ¡Me quería abrir las venas! Me dije: ¿cómo no me di cuenta antes de esto? Y de allí en adelante empecé a leer filosofía de la matemática…”.

A pesar de todos sus logros y reconocimientos (que sólo nombraba al pasar, y si venían a cuento de algún viaje, o una anécdota que mereciera ser recordada), nunca se sintió en la cima, su curiosidad era más fuerte, siempre tenía alguna nueva veta, algún nuevo universo por descubrir. “En este momento me gustaría incursionar en otras cosas, por ejemplo en la novela negra. Hice un intento hace poco, pero no me salió, me fui para otros lados, sin embargo me atrae mucho. ¡Y justo ahora que hay una oleada impresionante de escritores como Petros Márkaris, Andrea Camilleri, Henning Mankell y Fred Vargas! ¡Toda esa gente me tiene alucinada! ¡Yo quiero hacer lo mismo que hacen ellos, caramba! Pero hasta ahora no me salió…”, me confió entre risas en esa oportunidad. Feminista confesa, la defensa de los derechos de las mujeres ocupó gran parte de su vida y su obra, sin temor de expresar su postura en todas las oportunidades que se le presentaron. Decía que se sentía orgullosa de haber ofrecido al mundo una mirada de mujer, “algo que ningún hombre puede hacer, ni siquiera Flaubert”.

Habiendo pasado pocos días de su partida, no podía dejar de recordar a Angélica Gorodischer en mi última “Crónica de Cuarentena”. Dueña de un estilo inconfundible –en donde coexisten los más elegantes recursos literarios junto a la locuaz irreverencia de una señora de barrio– me dejó mucho más que libros y consejos. “No escribo para promover nada ni para defender nada, sino porque soy feliz al hacerlo”, decía sin complejos. Y eso sí, señores, es toda una declaración de principios, digna de la reina de Inglaterra.

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