“Acá la violencia en el barrio es cosa de todos los días, esto no lo para nadie. La Tablada ya está sucia de sangre. Acá no hay horario. Están matando a chicos de 18, 20 años”. Con la resignación de vivir en una barrio que no para de escupir víctimas fatales, un vecino se quejaba en la mañana de este jueves de otra muerte que enluta las calles de la zona sur de Rosario. Mauricio Sancimino, de 25 años y afincado en Ayacucho al 4000, falleció a las 22 del miércoles tras ser emboscado cuando volvía de hacer unas compras en un almacén, junto a su hijo de 5 años. La mecánica es harto conocida: la aparición repentina de dos tiratiros en moto que disparan a boca de jarro sobre un blanco desprevenido. Esta vez, el arma fue una ametralladora y fue un milagro que la criatura haya salido ilesa. Como móvil del crimen, por la zona en que ocurrió el homicidio, se especuló con el resurgir de un viejo conflicto entre adolescentes que asoló el barrio hace un lustro: la disputa entre los de Centeno y los de Ameghino, como se nombraban a sí mismas dos grupos territoriales. Una versión, acaso más trágica, cobró fuerza a medida que pasaron las horas: los ejecutores erraron de blanco por un parecido físico.
Eran las 21 y Mauricio había salido de su casa, por Ayacucho entre Centeno y Doctor Riva, acompañado de su pequeño hijo de 5 años. Familiares le dijeron a El Ciudadano que iba a hacer unas compras para cenar. Cuando el joven pasó por el portón de chapa que tiene el 4029 escrito en aerosol negro, apareció una moto con dos pibes. Uno de ellos desenfundó un arma –los testimonios mencionan una ametralladora– que hizo blanco en Mauricio Sancimino. Al menos dos balazos, uno en el brazo derecho y otro, el fatal, que ingresó por la axila izquierda, lo dejaron agonizando en el pasillo de entrada de su casa. Como muestra de la ferocidad del ataque, sobre el portón quedaron cuatro perforaciones que los peritos de criminalística resaltaron más tarde con fibrón.
Para los familiares de Sancimino, el raíd criminal no concluyó allí: “No sólo mataron a mi hermano. A la vuelta, por Necochea, le pegaron un tiro en la pierna a un pibe mientras se iban. Acá ya no se puede vivir”. Se refirió al adolescente Brian M., un joven de 19 que sufrió un disparo en el sector conocido como la U y fue trasladado por sus padres al Heca.
Cuando este diario llegó a Ayacucho al 4000, los familiares de Sancimino todavía esperaban que el cuerpo saliera de la morgue del Hospital Provincial. “Todavía no podemos velarlo, no sé qué esperan, hace 12 horas ya”, se quejaron. Y aprovecharon para agradecer al empleador de la empresa de catering donde trabajaba Mauricio. “Él nos está ayudando en este momento difícil, al igual que Alejandro, del programa Nueva Oportunidad (de capacitación en oficios)”, dijeron compungidos.
Mauricio era parte del taller para aprender electricidad en el Nueva Oportunidad y se la rebuscaba con changas en obras de construcción y en una empresa de catering, al igual que su hermana. Otros dos hermanos tenían antecedentes que iban desde el abuso o portación ilegal de arma de fuego hasta el robo. En septiembre pasado, su casa en Tablada fue allanada por la PDI en el marco de una causa que tuvo origen en la venta de elementos robados a través del grupo Cirujeando de Facebook, y en la que un familiar resultó imputado por encubrimiento y portación de arma. Del interior de la vivienda incautaron un arma y medio ladrillo de marihuana, dijeron en ese momento fuentes policiales.
Antes, dos hermanos de Mauricio fueron mencionados en los relatos de los enfrentamientos entre las bandas de adolescentes conocidas como los de Centeno y los de Ameghino. Esa disputa se cobró más de una decena de muertes y sumió al llamado Cordón Ayacucho en un espiral de violencia cuyas cenizas nunca terminan de apagarse. Una guerra en que la calle Garibaldi oficia como frontera de ambos territorios. Por caso, a sólo 100 metros de donde mataron a Mauricio, sobre un pasillo de Alem al 4000, hubo 7 asesinatos desde 2012. En los alrededores, la cifra supera holgadamente el medio centenar en el mismo lapso.
Hasta hace poco, los enfrentamientos entre las bandas de Lautaro «Lamparita» Funes y Rubén «Tubi» Segovia sembraron de fatalidad las calles de Tablada. Este año, los líderes más notorios de esas facciones marcharon presos o fueron asesinados, y las organizaciones quedaron parcialmente desarticuladas. La violencia, en cambio, sigue aunque intermitente. Un ejemplo: el 10 de noviembre pasado, tres disparos en la cabeza terminaron con la vida de Carla Correa, una mamá de 27 años, en calle Ameghino entre Chacabuco y Necochea.
“Mirá, acá el comentario en el barrio es que dos pibes de la banda de Ameghino se enfierraron con una metra y fueron a tirar. Era para todos, al que manoteaban primero lo hacían bolsa”, contó un vecino de Tablada sobre el crimen de este miércoles. Otra hipótesis apunta a que las balas que mataron a Mauricio no eran para él y que los verdugos lo confundieron con un familiar con parecido físico.
“Lo acribillaron como un perro. Acá estaba lleno de chicos. Los vecinos no pueden hacer nada, mirá nosotros: salimos en la televisión con la cara tapada. La Policía tiene que hacer algo”, dijo la madre de Mauricio. Y cerró su testimonio: “Acá ya no se puede vivir, los pibes en moto pasan armados, tiran. Ya hablé con periodistas antes, ¿de qué me sirve dar testimonio si no cambia nada? Acá la pagan inocentes.