El llamado arte contemporáneo tiene por igual devotos y detractores. Desde la aparición de la denominación, que intentaba englobar una serie de expresiones artísticas surgidas a mediados del siglo XX y que necesitaba de museos, galerías o bienales para legitimarse aunque al mismo tiempo cuestionase estos lugares, hubo quienes negaron su estatus de arte y hubo quienes lo adoraron valiéndose de antecedentes que lo emparentaban con el arte de vanguardia o con todo lo que atañe al pensamiento posmoderno. Lo cierto es que las expresiones siguieron sucediéndose y hoy generan no pocas y encendidas polémicas entre los mismos artistas, o entre quienes resisten en llamarlos así –artistas– a los que hacen arte contemporáneo, y galeristas, directores de museos o curadores de ferias y bienales artísticas. Las razones para defenderlo son variadas: libertad a ultranza para el planteo artístico, el derecho a utilizar objetos u obras consagradas para convertirlas en otra cosa (piénsese en Duchamp y su urinario o al mismo autor poniéndole bigotes a la Mona Lisa), y, sobre todo, la a veces ofensiva exposición de cualquier cosa legitimada por un curador o galerista que además provee de un certificado o una aprobación académica para que alguien, una vez adquirida la obra, utilice otro objeto similar al expuesto en el lugar que quiera. Instalaciones, videos, acciones performáticas, objetos intervenidos son las vedettes del arte contemporáneo y han sido consagrados por instituciones de prestigio internacional con reconocimientos y cuantiosos premios en metálico, lo que de ninguna manera mueve un pelo a quienes no confían en que esas obras lo merezcan y por consiguiente hasta dudan de la idoneidad o la pertinencia de las instituciones porque las suponen movidas por intereses basados en prestigios de pertenencia o simplemente monetarios.
“Parecido al neoliberalismo”
“La de artista es una profesión como cualquier otra, en una profesión lo que buscás es tener un mínimo de excelencia, yo lo exijo en una obra de otro y también para mí, que sean cosas que mires y te asombren, son cuestiones que tienen que ver con la experiencia humana, hablamos de sensaciones, de emociones, en las obras de arte hay algunas que me emocionan conceptualmente por lo que dicen, sobre todo lo que pertenece al qué y al cómo, entonces me cierra lo que es la idea con la materia, eso me parece que tiene una base de excelencia, y la mayoría de las obras de arte contemporáneo no son así, hay un patrón de calidad que no importa, el arte contemporáneo es una tendencia, incluso diría que tiene un patrón de conducta similar o parecido al neoliberalismo, entrar a matar, dicen «todo lo que no tiene nada que ver con nosotros lo liquidamos», lo han hecho con muchos artistas, lo que no tienen que ver con el arte contemporáneo lo sellan como al ganado y lo dejan sin espacios”, dice el artista plástico rosarino Aldo Ciccione Chacal sobre las manifestaciones a las que cabría el rótulo de arte contemporáneo.
En mayo de 2018, en el 95º Salón Anual de Santa Fe o Salón de Mayo, cuyo ámbito fue el Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez, de la ciudad capital, el primer premio fue para la obra Recordar (Textil, Letras de crochet sobre seda lavada y sobre batista) que, a simple vista, era una tela negra con inscripciones; la obra fue adquirida por el Museo y se llevó 180 mil pesos. Era, sin dudas, una obra que reunía todas las características asumidas del arte contemporáneo. Ciccione Chacal cree que “eran una telas bordadas, lisas, hagas lo que hagas creo que una de las cuestiones importantes es que se note una calidad visible o invisible por el concepto o por la materia terminada en objeto, ¿cuál es si no el mensaje conceptual? Básicamente debe tener calidad, hay obras que tienen una idea alucinante pero no está formulada como corresponde, y menos desde el desarrollo de la obra; si se trata de una pintura, por ejemplo, la cuestión está en cómo llevar esa idea a la materia, en ese proceso está la excelencia, y en muchas obras de arte contemporáneo se nota que no hay oficio, las obras deben tener un lenguaje, allí está la poética de la línea, el uso de la física, los efectos de luces y sombras, siempre hay una parte que le corresponde al observador; a mí me parece bien que exista el arte contemporáneo, es una tendencia más y las nuevas generaciones deben tener la posibilidad de expresarse a través de esta tendencia, pero me parece egoísta que no permitan que a otros artistas que no pertenecen al arte contemporáneo, se expresen y tengan cabida, eso pasa mucho últimamente”.
Un estilo de hacer las cosas
La crítica y curadora de arte mexicana Avelina Lesper dice de la obra artística que “es producto del talento, la inteligencia y la sensibilidad humana, parte de la nada para crear algo, un objeto que pueda comunicar y participar de la sensibilidad del otro; Aristóteles dijo que es un proceso de creación racionalizado, (Carl) Jung que nos va a salvar de la barbarie, los dos tienen razón porque uno va creando algo y va pensando hacia dónde quiere llevar esa pieza. El arte se define en cuanto a filosofía negativa; el arte no requiere de su contexto para existir, es lo que trasciende, lo que va más allá de su contexto político, es lo que sobrevive al artista, lo que no necesita de una explicación para que lo entienda todo el mundo”. Lesper se muestra muy crítica con las manifestaciones del arte contemporáneo y señala: “No existe el arte contemporáneo como tal, el arte contemporáneo es un estilo, el estilo contemporáneo, es lo que llamo video, instalación, performance, es un estilo de hacer las cosas, un estilo de abordar el dibujo, un estilo de abordar el video, la performance; el arte contemporáneo hace del instante presente su tema y de la falta de factura, su canon. Ya lo dijo Duchamps, «arte es lo que designa el artista como tal», cuando la gente no lo entiende es porque no es arte, el arte no necesita de un intermediario, la academia lo legitima porque hay un aparato de marketing inmenso detrás para vender algo a través de la retórica de ese discurso que vende como arte algo que no lo es, es un fraude, estamos sosteniendo algo que no es arte y sólo es un negocio inmenso”.
Una bolsita de carne podrida
¿Qué debería reunir un artista contemporáneo para que sea genuino y aporte con algo nuevo o diferente? En ese cúmulo de expresiones muy diverso hay cierto arte contemporáneo que se aprovecha de esa línea expresiva para hacer algo sin un trabajo de conceptualización, sin un trabajo de forma, sin una elaboración profunda y sin una idea de significado, porque hay expresiones de arte contemporáneo muy distintas entre sí, algunas con mucho vuelo creativo pero otras que no dicen nada y sin embargo son premiadas. ¿Cuáles serían los criterios utilizados? Parece fácil pensarlo desde el lado de los amiguismos, entre los sectores que digitan dentro del mundo del arte contemporáneo, donde todo podría pasar por tener a alguien conocido dentro del jurado, pero al mismo parece pasar por otro lado. ¿Por qué entonces se premia una obra que no dice nada?
“Es lo mismo que sucede más allá de lo que esté bien o mal cuando uno sostiene una postura , qué otra cosa premiaría el arte contemporáneo que no sea una expresión que coincida con lo que se entiende como eso, un concepto de obra que los que juzgan se impusieron; si no está dentro de eso no existe, entonces es coherente que lo elijan. Hace un par de años en ArteBA (la feria de arte más importante de Buenos Aires) premiaron una bolsita de carne podrida como algo que pueda romper una línea en el horizonte, avances que puede tener el arte en función de aperturas, ahora, lo que me preocupa es que lo único que se quiere es lo que entra en esa especie, todo lo que está fuera de eso se negocia por intereses o amistades. El problema para mí es que el arte contemporáneo no le da cabida a algunos talentos que no tienen nada que ver con el arte contemporáneo, quienes no pueden competir con este tipo de obras, la táctica que tienen los salones de arte contemporáneo es que vos mandes conceptos, ideas, con eso es suficiente, pero luego aparte del concepto, tengo que ver la obra”, apunta Ciccione Chacal.
Artistas del sistema
Avelina Lesper parece coincidir con esos criterios: “Que el Guggemheim (museo gigantesco de Bilbao, España) exponga obras de ciertos artistas no es porque los considere genios sino porque son artistas del sistema que pueden vender cualquier cosa como arte y lo que se expone es basura del tipo botellas vacías, fotografías de chicles masticados. Este sistema permite que cualquier persona sea artista, que cualquier objeto sea catalogado como arte porque las cosas se evalúan con cifras, es decir lo que cuestan y las citas que llevan; ponés algo en una galería y lo validás con una cita de (Jean) Baudrillard, de (Henri) Michaux, de (Walter) Benjamin, alguien lo cotiza y ya las obras tienen un valor ficticio, es una mafia y un gran fraude y participan desde las instituciones culturales y las educativas, hasta los museos, las galerías y las casas de subastas, ellos son los que contratan a los curadores. Hay un montón de pintores y dibujantes talentosos que no pueden entrar a los museos, todo esto va en detrimento no sólo del arte sino de la inteligencia humana, crear lleva muchísimo tiempo, es una carrera que no termina nunca”.
La cuestión jurado
“He tenido ganas de participar de manera invisible en un jurado de arte contemporáneo para tratar de entender los parámetros, porque a veces veo los trabajos premiados y me pregunto qué paso para que premien eso, los parámetros en los salones son muy complejos, los jurados están alineados en una forma de pensar y ver el arte, supongo que verán los conceptos y la técnica empleada. Hace años atrás mandé un dibujo a un salón y me lo rechazaron, yo acepto que me rechacen, siempre tuve claro que depende del jurado; un poco después mando la misma obra a otro salón y me la premian, todo eso cabe en la pregunta de cómo se arma un jurado, cómo premia. A mí lo que me molesta del arte contemporáneo es que lo tomen como la única tendencia, es de un egoísmo terrible”, refiere Ciccione Chacal. Cuando se expone un objeto manufacturado (una pala, un trozo de bolsa de arpillera, por caso), Duchamp desplaza la problemática del proceso creativo poniendo el acento sobre la mirada del artista hacia el objeto, en detrimento de cualquier habilidad manual. Afirma que el acto de elegir basta para fundar la operación artística, al igual que fabricar, pintar o esculpir: darle una idea nueva a un objeto es ya una producción considerando de ese modo la palabra “crear”. Entonces, ¿cómo sería contemplar todos los aspectos posibles para un jurado “competente”? “Habría que ver qué tipo de salón sería, cuál es el tipo de obra que se juzgará, cuál es el piso y cuál el techo, marcar la mayor cantidad de parámetros posibles y hay que suponer que cada artista manda lo mejor que pudo hacer, no se puede mandar bazofia, porque en cada cosa que uno hace, está tu huella, se nota tu manera de pensar, tus emociones, qué querés decir, cómo lo decís, el arte es un poco ese juego, si no hay emoción no hay nada, hay obras que son técnicamente inaceptables para la academia y sin embargo a mí me han conmovido”, refrenda el rosarino Ciccione Chacal.