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De robos, balas, muertes y noticias

Por Carlos Duclos

crimendentro

Caen las palabras, una tras otra, sobre la superficie brillante de la pantalla. Ellas se acomodan vestidas de sustantivos, verbos, artículos, pronombres. Se van haciendo sujetos, predicados, complementos. Todas, en oración, son arreadas por la creación hacia una sintaxis que quiere ser noticia: “Un joven de 16 años fue baleado hoy, en Rosario y herido gravemente, por dos individuos que se desplazaban en una moto. Tras apuntarle con un revólver, le exigieron que entregara sus pertenencias. Logrado el propósito, los delincuentes se dieron a la fuga, no sin antes descerrajarle un tiro en la cabeza. El joven murió mientras era trasladado al hospital…”.

Caen las palabras, una tras otras, días tras día, queriendo ser noticia. Y lo son finalmente; una, dos, tres, cien, trescientas veces; tantas, como muertos caen los inocentes en la ciudad.

Al cabo de un tiempo, como un animal que sin variantes recorre cada día el mismo camino, ellas caen solas sobre la brillante pantalla. La creación le ha dado paso, dramáticamente, a la costumbre. Esa misma costumbre que acomoda, como no se debe, el corazón del lector para que no se conmueva ante el verdadero mensaje, ante la fatal realidad: “Un jubilado murió hoy de un infarto, mientras su esposa era brutalmente golpeada por dos delincuentes que ingresaron a su vivienda del barrio…” El delito más cruel y la noticia, al fin, terminan siendo una costumbre.

Y así como caen las palabras acostumbradas que se vuelven noticias, así también retumban en los impertérritos corazones (entendidos como centros de las emociones) de uno, cien y mil lectores. Porque cuando la noticia acaba siendo nada más que una noticia que no desentraña el drama humano, que se sucede cada día sin que algo o alguien alcance a detenerlo, los corazones acaban siendo nada más que órganos que laten acostumbrados a leer la noticia del día que sale como sale el sol. Todo se da por sentado, todo sucede de suyo, todo debe ser así.

Corazones impertérritos para noticias estandarizadas; noticias que son un rito cotidiano; una triste cultura enquistada y que a veces no dicen la verdad. O, cuanto menos, cuentan apenas una parte de ella y de seguro no la más importante. Las palabras, entonces, no son más que un mero formalismo mediático, una simple información que, por reiterada, (insisto) se vuelve un trato de rigor, un autómata disfrazado de mensaje o, para mejor decir, un mensaje automatizado. La noticia, que alguna vez fue arte y servicio, delicadamente construida, hoy es colgada en la línea de ensamble. Algo así como el acta tipo que los escribanos tienen archivada en sus computadoras. Siempre dicen lo mismo, sólo cambian las personas: “Una mujer que se trasladaba hoy a su trabajo, fue interceptada por dos motochorros quienes tras arrebatarle la cartera le dispararon a quemarropa…”.

Al fin, las palabras no caen de la creación, forman parte de un formulario que puede transformarse en noticia y que está archivado en la mente de algunos comunicadores. Un mero formulario que hay que llenar con nombres y con alguna circunstancia que difiere, nada más que en cierto aspecto, de aquella otra que formó parte de la noticia de ayer. Siempre es lo mismo, o casi lo mismo. “Murió…”.

Y siempre esa verdad que no se cuenta, esa realidad sobre la que mil lectores no meditan. Esa realidad que se esconde detrás de cada letra. Es decir, esa vida que apagó una bala, esos sueños que destruyó un truhán coronado con mil impunidades, ese vacío que jamás se llenará, ese dolor que sólo siente el ser amado que quedó llorando y muerto en vida.

Esa es la verdad, la dramática realidad, lo demás es sólo una noticia, dos, tres, trescientas; tantas, como tantos inocentes muertos hay, como tantos funcionarios parecidos a las palabras automatizadas que se van haciendo noticia en la línea de montaje; o como esas que se van escribiendo hasta completar el acta tipo del notario.

Total, siempre es lo mismo: alguna pequeña modificación del guión, otros actores, pero la misma noticia y el mismo frío en tantos corazones que hace latir la maldita costumbre de andar entre la injusticia de la muerte a manos de un homicida, como si todo fuera parte de la naturaleza social.

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