Uno. Mienten. Es puro sofisma. No tienen argumentos. Sofistas. Tres veces en esta semana, por lo menos, hubo que escuchar que lo que no coincidía con el pensamiento de quien hablaba fuese calificado así. Sofisma. Un sindicalista otrora del oficialismo y que ahora es bien visto por los que hasta, tapándose la nariz, juegan a verlo alto y rubio. Un ministro que cree que todo es modificable según el clima de quien gobierna. Un ex gobernador que manda a fumar a quien quiera pero le molesta el olor a marihuana. Y tanto más. Sofistas. Y me molesta más, porque leo un gran libro sobre Protágoras y sus seguidores y siento que ellos reclaman reivindicación.
Dos. Parece que el término deriva de un verbo griego que era practicar la “Sofía”. La sabiduría. Maestros con sabiduría, sería más ajustado. Dicen los que han estudiado la historia de la ciencia madre que el pobre calificativo sufrió una evolución malintencionada terminando por entenderse como “embaucar”. La derivación “sophistes”, leo, se dio a los Siete Sabios en el sentido de “filósofos” y así llama Herodoto a Pitágoras, a Solón, y a quienes fundaron el culto dionisíaco. También se llamaba así a los poetas y, en general, a todos los que ejercían una función educadora. El uso peyorativo empezó a tomar forma en el siglo V a.C., coincidiendo con la extensión del uso del término a los prosistas. El momento coincide con un incremento de las suspicacias de los atenienses hacia los que mostraban una mayor inteligencia. Isócrates denostaba que el término “hubiera caído en deshonor” y Sófocles lo atribuye al hecho de que los educadores y maestros recibieran una remuneración por su trabajo. Esta es la tesis que se considera más apropiada.
Tres. La foto impacta. Con la onda expansiva del 8 de noviembre, Hugo Moyano logró sentar a la misma mesa al honesto Pablo Micheli, que viene peleando desde hace años por evadirse del monopolio burocrático de la CGT. Junto a ellos, abre desde bien a la derecha Gerónimo “Momo” Venegas, pasa por el moderado Omar Plaini y culmina con la izquierda más trostkista del ferroviario Rubén “Pollo” Sobrero. Si algo faltaba para desconcertar, de pie, tras el camionero, poniéndole una mano en el hombro derecho con gesto fraternal, el presidente de los productores agropecuarios pequeños y medianos Eduardo Buzzi, que prefiere olvidarse de cuando Hugo y sus muchachos contrapiqueteaban en las rutas entrerrianas a los chacareros indignados por la 125. Y a todo eso, un ex ministro, el de siempre, califica de sofisma.
Es cierto que hay cosas que de ahí no se entienden. Como tampoco se comprende que sea nacional y popular que un trabajador que no llega a los 6.000 pesos pague impuestos a las ganancias o que las asignaciones familiares para él valgan lo mismo que hace casi quince meses. Tampoco se explica que alguien se golpee el pecho por la foto mencionada si del lado del poder se admiten retratos con los sindicalistas más gordos y burocráticos que por décadas han sostenido un nivel de vida que en nada se parece a sus representados. Si Buzzi y Moyano hacen ruido, el gobierno K al lado de Cavalieri o Lescano ¿suena menos?
Eso no es un sofisma en términos de contradicción. Apenas si lo es, y sería bueno que aprendieran los que lo invocan, desde el punto de vista del relativismo llevado al extremo de los que hablan por izquierda y cierran por derecha. Entonces sí.
Cuatro. Los sofistas de los siglos V y IV a.C. consideraban que las leyes y normas sociales son meramente convencionales y que, dado que cada pueblo tiene las propias, carecen de valor absoluto. Cada hombre es la medida de todas las cosas. Para mí, esto. Para vos, aquello. Esta contraposición entre ley y naturaleza se convierte en el gran tema. Adoptan una actitud relativista y escéptica. ¿Para qué seguir discutiendo sobre aquello que nunca se llegará a conocer en términos de verdad? Pero además se muestran relativistas con relación a los problemas humanos, ya que observan que distintos pueblos poseen leyes y costumbres diferentes. Ser adúltero es grave en Roma, podrían decir hoy. No en Fez. Cada pueblo posee costumbres y leyes diversas y considera que las propias son las mejores. Es Protágoras de Abdera el que se anima: la justicia es lo que el poderoso dice que es.
Cinco. No es de mejor democracia someter la regla última a consideración popular permanente. Mucho menos un sofisma. Es un silogismo erróneo. Cuando el ministro Julio De Vido propone que la Constitución no sea un hecho inamovible y que corresponde ser debatida aquí y ahora por todos para ver si hay mayoría para la re-reelección de Cristina no actúa como un republicano. Claro que podría pensarse en una permanencia indefinida en el poder del que lo consiga en las urnas, aunque esto repugne el principio inveterado de la periodicidad en los cargos públicos de la República. Pero eso es para el que no ha juramentado defender las reglas con las que ha asumido. La actual presidenta prometió defender y hacer respetar este texto de 1994 que le da derecho (y ella lo ha ganado holgadamente) para permanecer ocho años en la Casa Rosada. Si se quiere modificar la Constitución, sea. Pero para adelante. Para el que venga, para el que no dijo “sí, juro” a una regla preexistente. No lo hizo Menem, arguyen recordando que aprovechó un texto sancionado en su gestión. Es cierto. Menem, no lo hizo. ¿Y?
No hay voluntad popular ni mayoría ninguna que tuerzan aceptar las reglas del juego concebidas antes de sentarse a disputar la partida. Otra cosa, y no es sofisma, es acomodarlas a los impulsos de cada momento.
Seis. Protágoras, Gorgias, Hipías, Calicles y tantos otros consideraban que la gran hipocresía de la sociedad de ellos (¿y de la nuestra?) era sostener la existencia de verdades universales e inmutables que el poder debía defender. Para hacerlo, discutían con fervor demostrando blanco y cuando su auditorio se convencía sostenía con igual ardor negro. Demostrado, invitaban a la gente a vivir sin dañar a su prójimo. Casi a la par del viejo artículo de la Constitución que cree que ninguna acción privada de los hombres que no perjudique a un tercero está solo reservada a la conciencia o a Dios, para quien en él crea.
Siete. Alguien le ha dicho al ex gobernador Hermes Binner que se modernice en sus conceptos y que intente más contundencia. Es raro que él haya decidido hacerlo con el tema de consumo personal de estupefacientes cuando el debate sobre los controles de su gobierno en el narcotráfico santafesino hace agua en cada investigación. Desde postular que se drogue el que quiera a relatar la “baranda” de los viejos coffee shops holandeses (casi no quedan más, como antes, doctor Binner, ya que se ha pegado la vuelta en la liberalización total). Sin embargo, no es esto un sofisma como una diputada de la oposición dijo. Es un contrasentido. Una probable liviandad de análisis. Para liberar el consumo y la comercialización debe haber un Estado eficiente que sepa poner en cárcel a los narcotraficantes y sancionar con dureza a la Policía cómplice en el negocio ilegal. Por ahí hay que empezar y no por endurecer algún calificativo de ocasión que desdibuja la pretendida mirada opositora a un modelo.
Ocho. “La palabra es una gran dominadora, que con un pequeñísimo y sumamente invisible cuerpo, cumple obras divinísimas, pues puede hacer cesar el temor y quitar los dolores, infundir la alegría e inspirar la piedad (…) los distintos remedios expelen del cuerpo de cada uno diferentes humores, y algunos hacen cesar el mal. La persuasión, unida a la palabra, impresiona al alma como ella quiere (…). Tal como otros la vida, así también, entre los discursos algunos afligen, y otros deleitan, otros espantan, otros excitan hasta el ardor a sus auditores, otros envenenan y fascinan el alma con convicciones malvada”. Del gran sofista Gorgias.
Sofista era ser de inteligencia superior. El tiempo hizo que ser un sofista sea ser un embaucador. Es más cómodo. ¿No?