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De Venado Tuerto a Saliqueló: la historia de la destrucción del monumento al Golpe de la Libertadora

Una década atrás un grupo de militantes llegó al pueblito bonaerense decidido a poner fin a una controversia que los vecinos de la localidad, aún hoy, no han podido saldar: demolieron el monumento inaugurado un año después del golpe de Estado de 1955. Aquí, una crónica de esa acción

Por Javier Vogel / Télam

En la madrugada del 2 de febrero de 2011, diez personas llegaron a Salliqueló, en el oeste de la provincia de Buenos Aires, con la intención de terminar a mazazos lo que hasta entonces no había podido resolver el debate político: querían poner fin a la existencia de un monumento emplazado el 16 de septiembre de 1956 para rendir honores al golpe de Estado que había derrocado a Perón un año antes, el 16 de septiembre de 1955.

La estatua pretendía celebrar el inicio de la autodenominada Revolución Libertadora, que nueve meses después, entre el 9 y el 12 de junio de 1956, fusilaría a 18 militares y 13 civiles en una masacre de la que mañana se cumplirán 65 años.

La escultura, ubicada a metros de la plaza principal, había dividido a los sectores más politizados de Salliqueló desde el mismo día de su inauguración.

Sin embargo, ninguna discusión había logrado interpelar al conjunto de los salliquelenses que, con el correr de los años, ya habían incorporado a su cotidianeidad aquel «Monumento a la Libertad», ignorando en muchos casos el sentido que le habían impuesto sus promotores.

La operación

Después recorrer los 416 kilómetros que separan Salliqueló de la ciudad santafesina de Venado Tuerto, Guille, la Vasca Naty, Tommy 2 y «el Mormón» entraron por el acceso principal a bordo de un Ford Fiesta color amarillo.

Cien kilómetros antes de llegar, el «Comando Cacarulo» -así habían decidido identificarse-, se reunió en Trenque Lauquen con el grupo del «Movimiento Nacional Revolucionario» (MNA), integrado por Diego, Jonathan, Manuel y Miguel, que viajaban desde Buenos Aires y Quilmes en una Peugeot Partner blanca.

En el punto de encuentro comieron unos choripanes y revisaron el plano que había hecho Toni, otro de los integrantes de la misión, que se desplazaba en una Kawasaki Ninja 250.

Montado en esa misma moto, había visitado la ciudad previamente para tomar notas y dibujar la ubicación de la municipalidad y la comisaría, trazar la ruta de escape y, lo más importante, el croquis con la dirección del objetivo, en 25 de Mayo y Pueyrredón.

Todo marchaba de acuerdo a lo planeado, pero poco antes de llegar a esa esquina un patrullero interceptó a la Partner blanca para identificar a esos desconocidos que daban vueltas por la ciudad.

Para disimular, preguntaron dónde podían comer: la respuesta poco amable fue escoltarlos hasta el acceso.

El Ford Fiesta y la moto los siguieron discretamente hasta que volvieron a reunirse a un costado de la ruta, para analizar el contratiempo. La decisión fue volver al pueblo y seguir adelante con la empresa.

Cuando llegaron a la plaza, sólo quedaba una pareja que interrumpió los besos para mirar a esos desconocidos, quienes bajaron corriendo de los dos vehículos con un pico de minero y una maza de albañil para pegarle con furia al «Monumento a la Libertad».

«La operación duró alrededor de 30 segundos, pero para nosotros fue interminable, la comisaría estaba cerca y la adrenalina era mucha», contó a Télam diez años después uno de los integrantes del grupo de militantes peronistas.

«Apenas empezamos a golpearlo nos pareció que era mucho más duro de lo que creíamos y el ruido de los golpes era muy fuerte en el silencio de la noche», relató a Télam Guillermo Viganó, uno de los que llegó desde Venado Tuerto.

Sobre un pedestal de hormigón, de unos dos metros, estaba montada la figura: un rostro con un brazo extendido que sostenía una antorcha.

«El monumento era hueco y lo perforábamos, pero no lo rompíamos. Además, la maza tenía un mango corto y la figura estaba más arriba de lo que habíamos calculado», recordó.

Al otro lado de la plaza, los impactos sonaban cada vez más estridentes. Era cuestión de segundos para que la policía reaccionara.

Uno de los golpes de Diego fue tan potente que el pico quedó trabado en el material.

«En ese momento salté con el brazo estirado y con toda la fuerza del cuerpo le di un mazazo al pico. Ahí se derrumbó», rememoró, emocionado, Viganó.

Apenas cayó, los militantes se abalanzaron y terminaron de molerlo a martillazos.

Todo, menos un fragmento que todavía se conserva como testimonio de aquella jornada.

La reivindicación

Cuando llegaron los uniformados, los forasteros ya habían emprendido la retirada hacia Trenque Lauquen, donde los grupos volverían a separarse.

Las actuaciones fueron caratuladas como «daño» ante la Unidad Fiscal de Investigaciones (UFI) N° 1 del Departamento Judicial de Trenque Lauquen, que no avanzó demasiado en la investigación.

Ese mismo día, Télam reflejó el hecho con un cable que decía: «Un grupo autodenominado ‘El pueblo de la Patria’ destruyó en la madrugada del miércoles el monumento construido en la ciudad bonaerense de Salliqueló, que reivindicaba el golpe militar que derrocó al gobierno de Juan Domingo Perón en 1955».

El despacho de la agencia reflejaba el contenido de los volantes que habían dejado los autores: «Salliqueló, capital nacional del homenaje a los golpes de Estado. ¡Basta de reivindicar a golpistas asesinos! Bombardearon Plaza de Mayo dejando cientos de heridos y miles de muertos. Fusilaron, asesinaron, masacraron, torturaron y encarcelaron a un pueblo».

El portal local Veradia.com publicó el manifiesto del «Instituto por la memoria del pueblo», que reivindicó el derribo, y el 5 de febrero el «Movimiento Nacional Revolucionario» publicó en YouTube un video con una proclama e imágenes de los militantes en plena faena.

Tres años después, en 2014, Natalia Jaureguizahar Serra publicó el libro «Notas de militancia para siempre volver», en el que incluyó el texto titulado «36 segundos».

Era un relato en primera persona con detalles de la preparación y ejecución de la rotura del monumento de Salliqueló.

«Luego de ver que las vías diplomáticas se habían agotado, sin obtener respuestas, en noviembre de 2010, nace la idea de hacer nosotros mismos lo que evidentemente las autoridades locales no iban a hacer», se sinceró.

Lo que según el escrito de Jaureguizahar Serra había empezado «casi como en broma», un mes después se había convertido en un plan que terminaría de concretarse aquel 2 de febrero de 2011, cuando el «Monumento a la Libertad» terminó despedazado sobre el pavimento.

Con la caída del último trozo de la obra del escultor bonaerense Máximo Maldonado, lejos de aplacarse, en Salliqueló volvió a discutirse la pertinencia de conservar aquel emblema.

Diez años más tarde, el debate continúa sin haber logrado ninguna síntesis.

Un debate postergado

El historiador Guillermo Donari , con años estudiando el tema, publicó en 2016 el libro «El pedestal vacío», una obra que ayuda a entender el surgimiento y la existencia de la conflictiva estatua.

Donari sostiene que la Sociedad Rural, el Aeroclub, el Club Social y el Club Jorge Newbery fueron los espacios donde se gestó el homenaje al golpe contra Perón.

«El primer monumento a la ‘Libertadora’ se construyó primero en las conciencias, en las instituciones y en los partidos políticos no proscriptos, mucho antes de que tomara forma de pedestal y de estatua», sostuvo.

En su trabajo, Donari rescató la crónica de la fundación, publicada por el diario salliquelense Noticias, la publicación más influyente del momento: «Mientras el representante del interventor de la Provincia concluía su discurso, los tres aviones N.A de (la base) Comandante Espora, evolucionaban en perfecta formación, pasando sobre el lugar en simpática adhesión de la aviación naval al patriótico acto con el que se erigía, por primera vez en el país, un monumento a la Libertad, en el primer aniversario de la Revolución Libertadora.»

Carlos Raffino es un peronista histórico de la ciudad que, a partir de la investigación de Donari, descubrió que su nombre figuraba en la lista de donantes para la construcción del monumento. El dato curioso es que, cuando se hizo la obra, él tenía 5 años.

«Mi viejo, un radical de pura cepa, colaboró con la comisión que se armó para levantarlo y, para hacerlo más lírico, puso el nombre de los hijos», explicó Raffino a Télam.

«Esta es una ciudad eminentemente radical con un anti-peronismo muy marcado. La calle principal es Leandro Alem, la Plaza se llama Hipólito Yrigoyen y al hospital, que se llamaba Eva Perón, en 1955 le arrancaron las letras con martillo y cortafierro y desde entonces se llama Hospital Municipal Salliqueló», detalló este arquitecto y docente nacido y criado en la ciudad.

¿Qué hacer con los escombros?

«Al día siguiente de la rotura, el intendente Enrique Cattáneo juntó los cuatro cascotes que habían quedado y la gente aceptó que ahí se terminara el asunto», analizó Yanina Rivero, docente y comerciante que en 2011 fue elegida concejal por el peronismo salliquelense.

Rivero sostiene que «los más jóvenes ignoraban el significado original del monumento, que terminó siendo el punto de encuentro para festejar los campeonatos de fútbol local o el resultado de algún partido de la Selección».

Durante su mandato presentó un proyecto para canalizar el debate que llevaba más de cinco décadas. «Propusimos dejar la estructura como está y ponerle dos placas, una que explicara lo que era y otra explicando cómo fue derribado».

La destrucción modificó el sentido del debate sobre aquella antorcha de cemento. «Su existencia fue un disparate, igual que la forma en que se lo rompió», lamentó.

Roberto Rodas también fue concejal y acompañó el proyecto de Rivero porque coincidía en la necesidad de explicar esa obra, que nunca debió haber existido.

«Desde el día en que llegué, para mí ese era el ‘Monumento al Helado’ porque la antorcha parecía un cucurucho», recordó el hombre que lleva más de 30 años en la ciudad.

Rodas cree que para los menores de 30 años la figura no representaba nada, mientras que los más grandes lo repudiaban o guardaban silencio ante ese «homenaje a un gobierno que persiguió, asesino y proscribió».

Jorge Hernández, quien hace diez años presidía el Concejo Deliberante, aseguró a Télam que su idea era «dejarlo tal como había quedado tras el ataque, restituyendo las placas que tenía y agregando otra que explicara lo que había pasado» ese 2 de febrero de 2011, para «explicar a los jóvenes por qué fue creado el monumento y por qué fue tirado abajo, porque no podemos negar la historia».

Para Hernández, un histórico militante del radicalismo local, «equivocados o no, quienes lo levantaron y quienes lo destruyeron tuvieron razones para hacerlo».

Tras haber sido intendente en el período 2015-2019 en representación de Cambiemos, Hernández sostuvo que «es un buen momento para volver a tratar el tema con la comunidad y el Concejo Deliberante».

El historiador Donari es muy crítico de lo que pasó esa madrugada de febrero de 2011.»La destrucción fue una derrota de la política en su conjunto, tanto de los anti-peronistas como los peronistas que gobernaron el distrito durante algo más de una década porque, a pesar de los intentos, nadie logró generar el conflicto y la tensión para desnaturalizar la presencia de un monumento, que estaba tan incorporado a la ciudad que la antorcha había mutado en un helado y eso era vaciarlo de contenido histórico y político», se lamentó.

Viganó, uno de los protagonistas directos, se tomó unos segundos cuando se le pidió un balance acerca de aquella acción, pero su respuesta fue terminante: «Ese monumento era una injusticia contra la causa del pueblo. Era la exaltación del bombardeo a Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955, que fue el atentado más grande de la historia argentina y la representación del odio al pueblo. Lo volvería a hacer porque fue un acto de justicia», concluyó.

Mientras en Salliqueló prometen retomar la discusión, a cientos de kilómetros de allí, un trozo del rostro que talló el escultor Molinari en 1956 permanece escondido.

Sólo asoma de vez en cuando para rememorar lo que pasó en la madrugada del 2 de febrero de 2011, cuando un grupo de militantes peronistas reabrió a mazazos un debate que todavía no está saldado.

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