Por Romina Sarti*
Si algo pretendemos con este espacio es incomodar. Incomodar para repensarnxs, para cuestionarnxs, para avanzar, retroceder y no cerrar debates. Asumiendo entonces que nada es tan categórico como para dar como finalizadas conversaciones o análisis (en estas temáticas), que todo está en movimiento todo el tiempo (¡e pur si muove!); nos abrazamos a esta dulce y frustrante sensación que nos retrotrae al mito de Sísifo, como idea de eterno retorno, como idea de cuando estamos llegando recién estamos comenzando, como idea de “hacia el infinito y más allá”. Esperamos que el estiramiento conceptual del paralelismo que planteamos, sea una herramienta más para acercarnos a la comprensión de los sistemas de opresión, que lejos de ser lejanos, siempre están cerquita y hasta pueden vivir en frente.
En la calentura del momento nos ponemos a escribir. Un hecho reciente con una persona del barrio nos sorprende. Esperando que llegue el transporte jugábamos en la vereda con hija. Pasa una vecina y pregunta cuantos años tiene. Allí comienza la catarata de adjetivos hacia la pequeña:
que es muy bonita,
que es muy linda,
que es muy dulce,
que es muy bla,
y cierra: decí que te salió sanita -y murmura- qué bueno que agarro lo genes del papá.
Cruza y se va a su casa. Nos quedamos pensando en sus palabras. ¿Dijo lo que dijo?, ¿posta?, ¿acaso eso será algo para decir?, ¿a qué se refería cuando hablaba de salud?, ¿siendo yo la gorda y mi compañero el flaco, su delgadez lo hace inmune a cualquier trastorno, enfermedad o demás?
Este comentario, que nace como algo casual, tiene su correlato en un imaginario que devela esta problemática de la que venimos conversando en cada encuentro. Sin embargo aquí entra una dimensión nueva por analizar, una suerte de gordofobia por elevación, una afectación colateral de una opinión en un contexto en que el comentario no entraba pero, por moral impulsiva, la vecina tuvo que expresar. De manera análoga, sembrar la genética paternal como salvaguarda, el alivio, el tiro de gracia. Acá reaparecen todos aquellos cuestionamientos y ecuaciones que posicionan a la gordura como el reflejo de algo que está mal, que no debe pasar y, como podría ser modificado por intervenciones quirúrgicas y dietas restrictivas, es responsabilidad de quien porta “la condición”.
En este contexto proponemxs recrear la situación narrada, mismo escenario, mismos actores: vereda con hija jugando. Pero, para sumar al análisis, creemxs pertinente cambiar un detalle de quienes protagonizan la historia: cambiamos gordura por discapacidad física. Pensemos entre todxs en una, sí, lo sabemos, pensaron en una silla de ruedas, ¿cierto?, ¡clásico! (en otro momento podemos discurrir porqué es la primer imagen que se nos viene a la mente). Entonces llega la vecina, que ve a hija jugar y pregunta cuantos años tiene. Allí comienza la catarata de adjetivos hacia la pequeña:
que es muy bonita,
que es muy linda,
que es muy dulce,
que es muy bla,
y cierra: decí que te salió sanita -y murmura- qué bueno que agarro lo genes del papá.
Cruza y se va a su casa. Nos quedamos pensando en sus palabras. ¿Dijo lo que dijo?, ¿posta?, ¿acaso eso será algo para decir?, ¿a qué se refería cuando hablaba de salud?, ¿siendo yo la persona con discapacidad y mi compañero no, su “capacitismo” lo hace inmune a cualquier trastorno, enfermedad o demás?
¿Se hubiera atrevido la vecina a decirnos que es bueno que haya salido sana (o sea que no tenga una discapacidad motriz)? ¿Por qué creen que no?, ¿lo pensará?, ¿me ve como responsable portadora de mi discapacidad?, ¿qué cambia acá?, ¿la autocensura para sostener la hipocresía de lo políticamente correcto es una suerte de complacencia funcional a la falacia social, sin dudas artificial cual generación de cristal? Los colectivos oprimidos, por lo general atravesados por la interseccionalidad que nos sigue subyugando a la dominación, padecemos, de manera obvia (gordofobia) o de manera “más delicada” (capacitismo) discriminaciones permanentes, vulneraciones de derechos naturales, humanos y personales que, sin lugar a dudas, siguen poniendo de manifiesto que hay ciudadanos de primera, de segunda, de tercera; incluso a veces sólo hay cuerpos permeables a ser vapuleados por la opinión, por la mirada o por la negación de un otrx que, bajo esta lógica, claramente se cree superior.
Para cerrar el escrito, pero para dejar abierto el debate, traemos un fragmento del texto de Castillo en “El cuerpo recreado: la construcción social de los atributos corporales”
“…No tardará en llegar –se me ocurre- el día en que se denuncie la opulenta pintura de Rubens, de Renoir o de Botero por sanitariamente incorrecta y se obligue a los museos a quemarla en un saludable acto de fe: no corren tiempos propicios para el gusto por las formas barrocas en el cuerpo humano, como tampoco para un hedonismo libre y desenfadado: el actual anhelo de placer no está menos sometido a ineludible norma social y a disciplina que la ascesis de viejos tiempos…”
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* Licenciada en Ciencia Política (UNR), Gorda, aprendiz de las diversidades en todos sus niveles, mamá, docente, con pretensiones de escritora y columnista radial “cuerpas mutantes”. Siempre rockera, o como diría mi amiga laRomiPunk. IG: romina.sarti