Mauricio Macri dejará el poder el próximo 10 de diciembre tras cuatro años de gobierno, con un caudal de votos que lo posiciona como jefe de la oposición, aunque con aspirantes propios a sucederlo en ese lugar, y el mérito de ser el primer presidente constitucional no peronista en completar su mandato.
Macri mejoró este domingo su desempeño electoral en la mayoría de las provincias respecto de las Paso de agosto, pero como sea no le alcanzó para evitar un triunfo en primera vuelta de su adversario del Frente de Todos, Alberto Fernández, que este domingo se convirtió en su sucesor.
Cuando Macri decidió incursionar en política tras la crisis de 2001 con su partido fundacional Compromiso para el Cambio, emprendió también un camino relativamente reciente: el de los que llegan a la política desde afuera de ella al compás de su descalificación por un sector importante de la sociedad cuando arrecian las crisis económicas. No fue el primero, pero sí algo inédito en el país: se propuso el salto de miembro de una familia con fortuna a gerenciar el Estado escalando jurisdicciones. No es que le fuera un ámbito extraño: las empresas de su padre, el fallecido Franco, crecieron al calor de los negocios con todos los gobiernos, democráticos o dictatoriales.
Cuando hace cuatro años su triunfo puso fin a doce años de gobiernos kirchneristas, el ingeniero Macri venía de exhibir una administración como jefe de gobierno porteño, convalidada por las urnas en 2011, y una gestión como titular de Boca Juniors a las que puso como ejemplo de eficiencia. Muchos coincidieron con su diagnóstico, y lo acompañaron con votos.
Si algo destacan de Macri quienes lo conocen de cerca es su paciencia y su capacidad de resiliencia. A ellos les gusta remitir esa característica, que consideran virtud, a la superación de sus días de cautiverio en 1991, cuando fue secuestrado por una banda llamada «de los comisarios» y liberado dos semanas después tras el pago de un rescate millonario.
Su compañero de fórmula, el senador justicialista Miguel Pichetto, que luego de denostarlo se le sumó y compartió con él las marchas del «Sí, se puede» por todo el país, cumpliendo el papel más fundamentalista en las críticas al peronismo y en la captación de votos «por derecha», admitió el potencial político de las características de Macri.
Contra todos los pronósticos que le vaticinaban un paso fugaz por la política, Macri no se amilanó ante las derrotas, como cuando perdió el balotaje en 2003 ante Aníbal Ibarra, y en lugar de abandonar la vida política se anotó para obtener una banca como diputado nacional.
Que el rol de parlamentario no iba a ser su prioridad quedó claro a sólo dos años de haber asumido, cuando renunció al escaño y se dispuso a dar nuevamente la pelea por el cargo que lo desvelaba: la jefatura de gobierno de la Ciudad.
También allí hizo una demostración que echaba por tierra las afirmaciones de que carecía de olfato político cuando fusionó Compromiso para el Cambio con el Recrear de Ricardo López Murphy y creó el PRO o Propuesta Republicana, el partido «amarillo» que finalmente sería su sello distintivo.
De allí nació Cambiemos, que ideó junto a dirigentes tan disimiles como Elisa Carrió y Ernesto Sanz, y al que muchos le vaticinaban una vida corta. Macri llegó a la presidencia hace cuatro años con ese sello, y con el mismo transitó buena parte del mandato sin grandes fisuras internas. Hasta que las consecuencias de sus políticas públicas derrumbaron todos los indicadores económicos y sociales. Incluido el de la inflación, que iba a ser el ítem «más fácil» de poner en caja y terminó siendo un «mal de 70 años» que no se podía domesticar en un mandato.
El presidente saliente tiene ahora el desafío de poner a prueba su vocación política y continuar como jefe de la oposición en Juntos por el Cambio, coalición en la es previsible que comiencen a arreciar los pases de factura internos, nada raro cuando se pierde el poder. Horacio Rodríguez Larreta sacó chapa para disputarle el mando, con la contundente reelección a la jefatura porteña. Es el único poder territorial de núcleo duro que le queda. Macri tiene cómo resistir el serrucho, con un 40 por ciento de votos que es significativo para cualquier mandatario que haya empeorado las condiciones de vida de grandes porciones de la población.