María Alicia Alvado / Télam
Además de muchas horas del más exquisito trabajo de vitralismo, ebanistería, mosaiquismo, herrería o yesería, el detrás de escena de la puesta en valor del Edificio y Confitería Del Molino, que cumple 105 años, incluye también un notable proyecto de arqueología urbana que ya recuperó más de 15 mil objetos, con la particularidad de no haber excavado ni un milímetro de tierra.
Y por si algo le faltara a esta investigación arqueológica, se trata de la primera vez que las técnicas de la disciplina se utilizan en la ciudad de Buenos Aires en un edificio histórico entero que sigue en pie y en paralelo a su restauración integral, en la emblemática esquina ubicada frente al Congreso nacional.
“El trabajo que hacemos aquí no se diferencia mucho de la arqueología tradicional, salvo que no podemos hacer excavaciones o levantar pisos como se hace habitualmente, que se trazan cuadrículas, se saca tierra y se llega a estratigrafías”, dijo Sandra Guillermo, coordinadora del equipo de arqueología Del Molino durante la recorrida para periodistas organizada con motivo del 105 aniversario de la inauguración de la Confitería, que se celebró ayer.
Es decir que el trabajo arqueológico se debe conformar con los objetos o sus fragmentos arrumbados en los distintos espacios del edificio, o los descubiertos al tamizar montículos de lo que aparenta ser basura acumulada en el tiempo.
“Lo que se hace acá es muy particular porque se trata de un pasado reciente y en Buenos Aires no hay otros casos de arqueología de este tipo dentro de un edificio entero, que está en pie y no tiene nada en demolición sino que está siendo reactivado”, afirmó.
La tarea del grupo que Guillermo comanda es la de “recuperar, restaurar y estabilizar los objetos que estaban en los subsuelos de la confitería, en la confitería y en todos los departamentos del edificio, incluida la azotea”, pero que no necesariamente eran utilizados en el lugar en que fueron hallados, al tratarse de un espacio abandonado e intrusado por muchos años.
“Así que nosotros nos centramos exclusivamente en los objetos y no en la matriz en la que se encuentran, y a partir de ahí tratamos de restablecer el tipo de actividad a la que sirvieron, qué tipo de producto se elaboraba con ellos y cómo se inserta en una cronología”, contó.
Entre los objetos cuidadosamente dispuestos en ocho mesas redondas vestidas de blanco y rodeadas de sillas en la planta baja, se destacan dos cartas tamaño bolsillo y de letras diminutas, impresas sobre papel amarillento y plastificado.
“Todo el mundo creía que esta carta era de la década del 90 porque estaba plastificada, pero el contenido del menú nos mostró que funcionó entre 1935 y 1950, porque dentro de las bebidas promocionadas está la leche chocolatada Toddy, que entró al país en 1928/1930; los precios están expresados en moneda de peso nacional, que circuló entre 1891 y 1969, y el papel está oxidado, lo que indica que está hecho en base a celulosa de madera, que dejó de usarse después de 1950”, detalló Guillermo.
Además, el tamaño en que se podía pedir la chocolatada también da pistas sobre la época: estaba el “vaso imperial” o el “vaso cívico”: “Era una medida estándar propia de esos años, como actualmente podemos pedir un porrón, pero después dejó de utilizarse y hoy en día no existe”.
Entre los objetos rescatados se destacan más de 3 mil asaderas, miles de moldes de pastelería, picos de manga, decenas de botellas y sifones, pero casi nada de vajilla a pesar del enorme stock del que disponía la confitería en su época dorada.
“No tenemos platos ni vasos; solamente dos tazas, una copa rota, algunas cucharas, tenedores y cuchillos, porque eran cosas que se podían vender y, al cerrar, se ve que se las llevaron, y dejaron los moldes oxidados que obviamente no tienen un mercado”, explicó.
Del análisis de los objetos encontrados se desprende que “El Molino daba mucha prioridad a la producción nacional” para la compra de materias primas o productos para la venta no propios, aunque “no por eso quedaba afuera de la vanguardia mundial, con lo cual acá había bebidas que eran un éxito en ese momento en el mundo”. De ello da cuenta, por ejemplo, una botella de gres de ginebra Bols que tiene grabado el lugar de procedencia: “Amsterdam”.
Los objetos rescatados también permitieron determinar que la Confitería Del Molino fabricaba mucho de su propio packaging, como las latas y las tapas para botellas de vidrio reutilizables.
“Siempre se pensó que las latas en las que venían algunos productos se hacían en otro lugar, pero nosotros pudimos comprobar que compraban las partes y se armaban acá, porque encontramos todos los términos medios y las etiquetas, todo nuevo, sin uso”, aseguró la coordinadora.
“Lo mismo con los frascos: tenemos los envases de vidrio, pero también las tapas sin uso y lo que iba dentro de las tapas en tiempos en que no había cerrado al vacío y se ponía una lámina de corcho, un aro de goma y una lámina de papel para cerrar a rosca de manera hermética y que no entrara el aire. ¿Cómo nos dimos cuenta? Porque tenemos como 400 tapas de frascos y 4.000 gomas”, agregó.
Como curiosidad, entre los objetos aparecen tecnologías que entraron en desuso, a pesar de su practicidad o eficiencia, como “unas budineras que tienen los extremos móviles”, desplazables sobre una bisagra, para desmoldar más fácil y rápido.
“Se cree que lo más avanzado es lo más moderno, pero no siempre es así y, si mirás para atrás, te encontrás con este molde de principios de siglo XX que podría ser muy útil para producir en cantidad”, ilustró.
Y si gran parte de los artefactos recuperados por los arqueólogos provienen de las estanterías o rincones del propio edificio y allí estaban esperándolos desde que fuera tapiado, “entre un 5 y 10 por ciento” fueron aportados por antiguos trabajadores o habitués que los cedieron para el acervo patrimonial.
Entre esas donaciones se destaca una caja –que se comercializaba en los 60– con 18 mini turrones cremona, cada uno de ellos empaquetado individualmente en una cajita de cartón decorada con la cara de seis próceres y con un gusto diferente: Sarmiento, Rivadavia, San Martín, Belgrano, Moreno y Mitre.
Pero los aportes no son sólo materiales: algunas personas también acercan información capaz de esclarecer el modo en el que funcionaban algunos objetos o las recetas de los preparados que se volcaban en esos moldes.
“Encontramos unos palitos de metal que creíamos que se usaban para las vidrieras hasta que vino Osvaldo Gross, uno de los pasteleros de El Gourmet y nos explicó que en esos palitos se envolvía la masa de cañoncitos, se llevaba al horno y, una vez cocido, se sacaban y se rellenaban con distintos tipos de crema”, detalló Guillermo.
Todos estos objetos van a ser exhibidos en el museo del sitio que funcionará en el segundo o tercer piso. “No van a quedar abandonados en un depósito sino que van otra vez a entrar en funcionamiento, formando parte de muestras itinerantes, del museo de sitio o resguardados en la reserva que va a crearse en el mismo edificio”, concluyó.