Se aprende más de las derrotas que de las victorias, en las malas que en las buenas, en el dolor que en la alegría… No son pocos los que repiten estas frases como mantras. Lo negativo, si uno está abierto a aceptar y a mirar para su interior, deja aprendizajes muy valiosos. Y Delfina Merino lo está viviendo en carne propia. Apenas un año después de ser elegida la mejor jugadora del mundo, la estrella de Las Leonas sufrió una lesión en la rodilla derecha que no revestía gravedad. O parecía. Pero un tratamiento kinesiológico no dio resultados en marzo, tampoco una primera operación en abril… Y así fue que debió recurrir a una segunda intervención, el 12 de junio. Ese permanente volver a empezar le hizo perder prácticamente todo el año. Y hoy, a semanas de su esperado regreso a las canchas, asegura haber atravesado “momentos muy difíciles” que le han enseñado y fortalecido luego de una carrera que, hasta los 29 años, “no había tenido lesiones”. Un parate que, además, le permitió abocarse a la carrera de Abogacía hasta quedar a cuatro materias de recibirse y, de paso, acelerar la ayuda social que arrancó hace un año con el programa Huella Weber para levantar un merendero en Icaño, un carenciado pueblo de 2.000 habitantes ubicado a 180 kilómetros de Santiago de Estero capital.
“Me perdí la World League, sobre todo las finales, a las que pensé podía llegar. También los Panamericanos, que estaban en mis planes. Realmente se me hizo muy duro porque me preparé para que fuera algo rápido y se demoró demasiado… Además, en estos 10 años de selección, nunca había tenido una lesión así. No estaba acostumbrada. Por suerte tuve la contención de mi familia, que se bancó mis bajones, mi malhumor, lo que fue el día a día de tantas idas y vueltas con la lesión”, explica Delfina. Tras la primera intervención, las molestias en la rodilla siguieron y cuando fue la segunda le encontraron una fibrosis. Y, ya en la nueva rehabilitación, le debieron sacar dos jeringas de líquido de la rodilla. Algo pasó. Por eso cambió de médico, tomó otro camino y aceleró en la recuperación de la musculación que perdió durante el parate. “Quizá lo positivo fue que pasó en un año no tan cargado. Hubo otros más importantes, con torneos más tentadores”, compara. Merino volvió a hacer hóckey con sus compañeras recién hace un mes y, si bien no quiere ponerse plazos, espera poder volver en diciembre, en los amistosos contra Alemania, en nuestro país. “Lo más importante del año ya pasó y no queremos arriesgar. Lo trascendente es empezar el que viene de una forma impecable”, aclara ella.
“No hay mal que por bien no venga”, es un refrán popular que muchas veces aplica a la vida cotidiana. “Estoy seguro que todo esto que me pasó tiene un gran aprendizaje para mí. Seguramente, cuando termine todo, le veré el lado positivo. Espero tener la recompensa a tanto esfuerzo”, dice mientras transita los últimos metros de un túnel que se puso muy oscuro y hoy empieza a aclarar, con algunas enseñanzas para Delfina. “Es verdad que, casi a los 30, con otra madurez, lo pude sobrellevar un poco mejor. Me di cuenta, por ejemplo, que soy bastante disciplinada y perseverante. Hice todo lo que me dijeron, le metí hasta el cansancio, aun cuando no avanzaba. También entendí lo que es ver los partidos desde afuera y cómo es estar lesionada. Ahora sé que, cuando a alguien le pase, puedo aconsejarlo, sabiendo cómo serán los distintos momentos de una recuperación”, cuenta Merino.
Lo interesante, además, es que el tiempo libre que nunca tenía apareció de repente y pudo usarlo a su favor. “Aproveché para avanzar con mi carrera de abogacía. Este año pude rendir cinco materias cuando, en un año normal, hago dos o tres”, explica quien ya lleva diez años cursando en la UBA y espera poder recibirse en 2020 o 2021. “Me quedan cuatro, por suerte”, informa. Con esfuerzo y determinación, Delfina rompe con ese mito que habla de que es imposible estudiar mientras uno es deportista de alto rendimiento. “Es más que nada un tabú, un prejuicio. No digo que sea fácil, que no haya que esforzarse mucho, pero se puede. Mi familia me lo inculcó siempre. Cuando terminé el secundario, me preguntaron ‘¿y ahora qué vas a estudiar?’’, por más que me iba bien en el hóckey. Y además, en mi visión, fue clave. Me ayudó en mi carrera. Me hizo salir de la burbuja del hóckey, de las Leonas. En la facu soy una más, incluso muchos no me conocen. Cuando estás tanto en un ambiente dejás de conocer personas, de vivir muchas situaciones del día a día… Además, la facultad te abre la cabeza, te la mantiene activa, incluso te hace mejor persona, más inteligente. Estoy convencida que te da herramientas para vivir mejor…”, opina quien si bien ahora se volcó al derecho empresarial, a futuro le gustaría unir sus dos pasiones: el derecho y el deporte. “El derecho deportivo está creciendo mucho, sobre todo afuera. Me gustaría inclinarme hacia ahí cuando vaya dejando el hóckey”, admite.
El año pasado también fue un despertar para ella, una apertura hacia la comunidad. “Llevaba mucho tiempo queriendo ayudar socialmente y justo se me cruzó Weber Saint Gobain en mi camino”, cuenta en referencia al programa solidario Huella Weber que desarrolla con varios de los mejores deportistas argentinos hace nueve años. “En Weber encontré la empresa, con la organización exacta, para que yo pueda hacer lo que tanto quería y así podamos ayudar a cambiar la realidad de gente que tanto necesita”, explica. Delfina se comprometió rápidamente y a los días, casi de casualidad, encontró el lugar para ayudar. “Mi viejo fue a cortarse el pelo y vio muchas bolsas con donaciones en el negocio. El peluquero le contó que él ayudaba en su pueblo (Icaño), sobre todo a un comedor improvisado donde comían 180 chicos, dos veces por semanas, debajo de un árbol… Cuando papá volvió a casa, yo justo le conté lo de la Huella Weber y él me dijo ‘éste tiene que ser tu proyecto’. Una hermosa casualidad que me hizo decidirme inmediatamente. Por suerte lo presenté y enseguida lo aprobaron”, relata ella.
A las pocas semanas, Delfina viajó al lugar para supervisar cómo era el lugar, qué se necesitaba y se encontró con muchas carencias pero también mucho amor. “Fue un viaje de mucha emoción y aprendizaje. No sabés con el amor y agradecimiento que nos esperaron, con carteles de bienvenida y empanadas caseras. Incluso algunas nenitas fueron con palos de hóckey. Sin dudas que en breve voy a volver, muy posiblemente a fin de año, para supervisar cómo está avanzando”, cuenta. Delfina muestra fotos y se siente orgullosa de cómo crece el merendero Las Trincheras, que será refugio para abuelos y niños con sus padres que viven campo adentro, casi en situación de abandono, lugares donde las condiciones de vida e higiene no son las adecuadas para el crecimiento sano de los niños. “Hace un año no había nada, apenas un terreno baldío, y ahora se levantaron las paredes y sólo falta el techo, para lo que seguimos trabajando. Por suerte mucha gente se sumó con donaciones de bicis, computadoras, libros y alimentos. La idea a futuro es que, además de comer, aprendan oficios y se nutran de una educación agrícola y sanitaria para que el lugar se transforme en autosustentable”, precisa con compromiso. Está claro que Merino, mientras supera una rebelde lesión y se prepara para su regreso, estudia y piensa más que en ella. Ya no hay dudas: no hay mal que por bien no venga. Delfina lo sabe.