Por: Conrado Estol
La pandemia ha dejado de ser el centro de la atención en la Argentina. El debate pasa más por las próximas elecciones, el fútbol y la primavera. Solo algunos se preguntan tímidamente qué pasará con la variante Delta.
Entiendo que hasta se tenga temor en anunciar niveles de contagios elevados, mayores hospitalizaciones y un nuevo aumento de muertes y que después esto no ocurra.
Sin embargo, prefiero creer que en realidad todos sabemos la respuesta y, como suele suceder, la neurociencia de la negación se impone una vez más sobre el pensamiento racional. Y lo esperable es que negar eventos que ocurrirán, en general tiene consecuencias -esto, los argentinos lo sabemos bien-.
La historia natural de los virus es que una nueva variante reemplaza a la previa, y no necesariamente porque sea más contagiosa.
Esto es lo que sucede casi todos los años con el virus de la gripe. Por lo que sería excepcional que la variante Delta no se diseminara en la Argentina como lo ha hecho en decenas de países.
Cuando la variante Delta se disemine, la mayoría de los vacunados que se contagien solo tendrá síntomas menores, pero una baja proporción, que no es posible predecir, podrá necesitar hospitalización.
Un problema adicional es que esta variante les generará una alta carga viral que aumenta la probabilidad de que ellos sean a su vez contagiadores. Por esta doble razón -no contagiar a otros y evitar una hospitalización por COVID severo- es que incluso los vacunados con dos dosis deberán cuidarse durante un nuevo brote.
Pero mucho más se deberá cuidar la alta proporción de personas que en la Argentina aún no ha recibido dos dosis de la vacuna.
Ellos tienen un mucho mayor riesgo de contagiarse y tener una versión severa de la enfermedad. Actualmente ha recibido dos dosis un 33% de la población. Esto es preocupante cuando todos los días leemos que países con 50 a 60% de la población con dos dosis han tenido brotes con consecuencias. La preocupación actual en los EE.UU., que padece un brote severo de Delta, es que la cantidad de contagios en menores de 18 años ha pasado de 40.000 a 160.000 por semana en solo un mes.
Todas las vacunas que se usan en la Argentina protegerán efectivamente contra hospitalización por enfermedad grave y muerte. Pero extremar los cuidados es necesario porque una pequeña proporción de estos vacunados puede desarrollar una versión severa de la enfermedad.
La inmunidad por la vacuna Sputnik fue evaluada en un estudio realizado en San Petersburgo, sin relación con el Gobierno o el Instituto Gamaleya, durante el brote con la variante Delta en 14.000 personas entre los que 1.300 estaban vacunados.
La protección contra hospitalización fue del 81% (algo baja comparada con las vacunas con ARN) y la efectividad contra infección fue estimada en 50%. La baja cantidad de pacientes no permitió evaluar la efectividad de una sola dosis. Como lo están notando países del sudeste asiático, y ya lo habían hecho varios en el mundo árabe, la vacuna Sinopharm tiene una menor efectividad para prevenir contagio y por esto estará entre las primeras en necesitar un refuerzo.
Las autoridades han dicho que gracias a los cupos de viajeros “retrasamos” la llegada de Delta. Restricciones a viajeros son razonables en países con estrategia de COVID “cero” como Australia donde algunos ciudadanos varados en India se contagiaron con el virus y murieron allí.
Pero no en un país como el nuestro donde la diseminación del virus dentro del país era alta y la restricción de viajeros probablemente no influyó en la llegada de esta variante. Si vemos a nuestros países vecinos, confirmaremos que, con medidas muy diferentes en todos, Delta ha llegado en forma casi simultánea entre mediados de julio y principios de agosto.
La diferencia será la capacidad que cada país tenga en amortiguar el impacto que la diseminación de esa variante cause en la población. La pregunta es, ¿qué debemos hacer para lograr un menor impacto de un brote por la variante Delta? Y la respuesta es, acelerar la vacunación y aumentar el testeo, especialmente usando el testeo rápido de antígeno que es más efectivo que la PCR para detectar personas que están en el período de contagiar a otros.
La matemática es simple, si solo hubiésemos logrado un aumento de hasta 500 mil aplicaciones diarias, entre agosto y septiembre vacunaríamos 30 millones de personas, ¡un 70% de la población! Claramente se debería descentralizar la vacunación para incluir decenas de lugares con experiencia y un control adecuado.
Aplicar rápidamente a personas con una sola dosis los 5 millones de dosis de diferencia que marca el Monitor Público de Vacunación entre dosis distribuidas y dosis aplicadas, agregaría 10% de individuos con vacunación completa en menos de 2 semanas. Pero no queda clara la situación de esos 5 millones de dosis. Esta es una buena razón por la que Pfizer -ahora Corminaty- hace geolocalización de cada uno de sus lotes.
Entendiblemente, la población está física y mentalmente agotada por lo que es probable que muchos tengan la guardia baja y esto favorezca la ocurrencia de contagios. Por esto es importante recordar que con las mismas medidas de cuidado previas a la vacunación -uso de barbijo, higiene, distancia- todos podremos disminuir significativamente la probabilidad de un contagio.
Europa calcula tener 230.000 infectados hasta fin de año y este número podría reducirse hasta la mitad con respetar las medidas físicas contra el contagio independientemente del ritmo de vacunación.
Como en la película Apolo XIII, en este importante momento de la pandemia el lema debería ser, el fracaso no es una opción…
(* – Conrado Estol es médico neurólogo).