Por ser una película argentina, hablada en español, lo que logró Rugna tiene aroma a hecho histórico para el cine nacional. Sumado a estos números tras el estreno en la meca del cine, Cuando acecha la maldad ganó el premio al mejor largometraje en el reciente Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges (España), y se erigió como la primera película latinoamericana en hacerse con el premio mayor del certamen más prestigioso del cine de terror.
«Fue una coronación –comentó el creador–; yo lo sentí como el cierre de un ciclo de las cinco películas que hice. Hace veinte años que hago este género y luego de varios intentos y frustraciones, llegué al premio máximo. Todo lo que está pasando con la película me divierte mucho, me da gracia y lo disfruto con los pies en la tierra, con la satisfacción de que salga bien algo a lo que aposté. Yo tengo películas que ni siquiera se estrenaron en Argentina».
«Cuando estuve en Estados Unidos, vi que la recepción fue increíble, aunque tenía mis reservas porque ellos son bastante exagerados. Pero ya estando acá, empecé a recibir un montón de críticas y comentarios de gente que salía del cine y eran alucinantes», completó.
Y el «batacazo», como él lo llama, fue apoyado por los especialistas. A pesar de haber competido en su lanzamiento con El Exorcista: Creyentes, Cuando acecha la maldad tiene el mejor puntaje del año para las producciones del género dentro del sitio Roten Tomatoes, que reúne y promedia un consenso de calificaciones de la crítica.
En concreto, la historia es simple: en un campo bonaerense aparece un «embichado», que no es más que un poseído y con el que hay que seguir una serie de reglas para que ese demonio no salga del cuerpo, a la vez que todo lo que tenga contacto con él será presa de una maldad absoluta. Dos hermanos, con un sinuoso pasado, son los que intentarán vencer al demonio en un fin de semana infernal rodeado de un entorno rural.
Lo atrapante de la película es el ritmo vertiginoso que le impregna Rugna; un ritmo que impide levantarse del asiento. Con varias escenas memorables que quedarán en la historia del género, sumado al engaño al espectador en varias otras y la sutil y jugada apuesta por empezar la historia directamente desde la acción del segundo acto.
La película tendrá estreno en 112 salas del país y cuenta con un elenco encabezado por Ezequiel Rodríguez, Demián Salomón, Silvina Sabater, Virginia Garófalo, Luis Ziembrowski, Emilio Vodanovich, Marcelo Michinaux, Paula Rubinsztein y Desiré Salgueiro.
Ciertamente es extraño que una película de género extranjera, con todas las que hay en Estados Unidos, haya entrado tan bien en ese mercado. Por lo general, son la películas más políticas o sociales las que consiguen instalarse. Respecto de esta variable, Rugna planteó: «Coincido, a veces llaman la atención las películas que hablan de nosotros porque en definitiva tienen que ver con lo que busca el espectador de afuera, algo exótico. Y acá salimos con algo que hacen ellos y nos está yendo re bien. Es re loco. No lo puedo creer, es muy raro».
Más allá del presente exitoso, el realizador pensó en algún momento en largar el cine y dedicarse a vender muñequitos importados por Mercado Libre. «Yo había hecho No sabés con quién estas hablando (2016) y creí que me iba a ir bien, pero no consiguió nada, ni festivales ni distribución, y me agarró una decepción enorme. Pensé que con Aterrados me iban a matar y, cercano a los 40, viviendo en el fondo de la casa de mi vieja, tenía que decidirme a ganar guita. Tengo un amigo importador y entonces me decidí a traer algunos cargamentos de muñecos. Después estrenamos Aterrados en México y la cosa cambió; pero creo que el 90 por ciento de los cineastas dejan porque esto es muy frustrante», comentó.
En el mismo sentido, Rugna analizó, en términos de producción, si se puede lograr este recorrido sin el apoyo del Incaa y sólo con el aporte de privados: «Eso depende en qué lugar del mundo naciste, acá sin el Incaa es muy difícil hacer una película y mostrársela al mundo. Mi tercera película, No sabés…, la hice con el Incaa y no pasó nada. Aterrados la hice también con el Incaa y sí pasó. Pero no sólo tiene que estar el Instituto, también tiene que haber medios de comunicación para que apoyen los lanzamientos y por otro lado debe haber un espectador que crea en el cine. Son muchas patas de la mesa. Por lo general, luego hay que mandar a festivales y ahí se arma el círculo virtuoso. A eso, sumarle tenacidad y talento».
Con respecto a la película, surge con la idea de los pueblos fumigados. En ese sentido, el director planteo si esa lectura social le interesa que se vea en primer plano: «El objetivo principal no es hacer una denuncia, sino que dentro de una buena historia de terror se pueda reflexionar sobre el fascismo y cosas que los medios nos meten en la cabeza y hacernos reflexionar sobre nuestra condición humana. Si eso pasa, genial. Esa es otra capa de esta historia. Pero lo más importante es que la gente no salga decepcionada luego de haber pagado una entrada».
En el film aparecen escenas muy violentas incluso con niños. Respecto de los límites a la hora de tomar esas decisiones, destacó: «Cuando escribo, no sé a dónde voy. Tengo dos o tres escenas en la cabeza y las empiezo a desarrollar. Esta es una película descarnada y honesta. Está pensada desde las entrañas, no desde la cabeza. Es un desafío técnico y de productores llevar este guion a la pantalla. Para mí usar niños y animales era lo que había que hacer. No quería censurarme ni limitarme. Es una película de terror. Si te limitan o te cuidan, es un lugar de confort contraproducente para el terror y nadie lo quiso hacer».
En el mismo sentido, es una película que no da respiro. Arranca con la acción y no para hasta el final. «Con Aterrados teníamos una vara que no podíamos bajar. Yo siempre intento hacer lo mejor en las áreas. El ritmo en un momento me lo planteé y sentí que ya tenía todo lo necesario y le puse más oscuridad en los últimos 20 minutos. Parece que nunca frena, pero sí en la estructura del guion. De todas formas, me encanta analizar después mis películas».