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Democracia, orden y policías

Por Carlos Duclos

jefaturadentro

Suele decirse, contra quien pretende disimular una realidad dada, que es imposible tapar el sol con las manos. Es cierto. Se pueden tapar los ojos del observador, pero esto no evitará que el resto del mundo deje de ver el sol y que la realidad permanezca, y que como causa produzca sus efectos. Desde hace mucho tiempo en este país permanecen nefastas realidades que pretenden ser encubiertas o no quieren ser vistas. Y hasta algunas, a veces, son insensatamente promocionadas. El enfrentamiento entre compatriotas, el desencuentro en puntos de coincidencia para el bien común, por ejemplo, son algunas de esas presencias lamentables y lastimosas.

Desde casi siempre, Argentina estuvo balanceándose entre las lanzas del rojo punzó y los sables celestes; entre los Rosas y los Lavalles, en medio del fuego destructor del odio, el rencor y la intolerancia. Algunos, casi diabólicamente, apelaron a la división para hacer crecer sus intereses personales o los del sector a los que representaban, sin importar que padeciera el conjunto social. Los resultados de la división estuvieron y están siempre a la vista, porque nada es efecto de la casualidad. El odio, el resentimiento, el desencuentro y la mezquindad sólo hacen prosperar maleza. Algunos, además, jamás se tomaron su tiempo para entender y  advertir que ellos mismos, en su vida personal y pública, debieron y deben pagar, más tarde o más temprano, por sus actos. La ley física y metafísica de la causa y efecto, de la acción y la reacción, no proviene de los hombres como para que pueda ser burlada.

Dos asuntos sobrevuelan hoy a la sociedad argentina. Por un lado el recuerdo de 30 años de democracia, y por otro una protesta policial en reclamo de mejoras salariales. En cuanto al primer punto, no está demás recordar que algunos actores protagonistas de esta democracia criolla, son los mismos que acorralaron al primer presidente de la democracia, Raúl Alfonsín, obligándolo a retirarse anticipadamente (y no fueron ni son sólo políticos). Otros, son los mismos que con la ayuda del señor del fabuloso tatuaje ridiculizaron no a la persona, sino a la investidura presidencial en la figura del ex presidente Fernando de la Rúa, sobre cuyo gobierno se puede discutir todo, pero no aceptar el ridículo al que fue sometido y a la institución a la que representaba. Mal que les pese a algunos dirigentes e ilustrados ciudadanos comunes, sus niveles de intelectualidad rodaron por el piso fangoso  cuando festejaron a risotadas batientes, frente al televisor, las  bufonadas de un impresentable. Y en tren de pretender ser imparciales, lo mismo puede decirse de una humorista y su mentor que se ha mofado de la actual presidenta y de sus seguidores, restándole a algunos que escribieran en los foros y en las paredes ¡viva el cáncer! como lo hicieron con Eva Perón. Claro, no podría alcanzarse un poco de imparcialidad si no se dijera que desde los mismos gobiernos se fomentó a veces la confrontación. Y si no que lo diga el papa Francisco. Así no se hace Patria, ni se alcanza la dignidad de sus hijos.

Nada bueno puede resultar del resentimiento, de la división, del enfrentamiento, y nada bueno y estable, permanente en el tiempo ha sucedido en este país. De otro modo, alguien debería explicar por qué en un país inmensamente rico hay siempre, históricamente, millones de pobres, subempleo, excluidos, pésimos salarios, narcotráfico, injusticia, familias de diversas clases sociales devastadas, sistemas de salud precarios, educación por el piso, inflación y jubilados mal pagos. Suelen remitirse algunos eruditos a los planes económicos, a las ideas políticas. Error, deberían primero analizar los principios morales y éticos, si hay  virtudes que abonan la bonanza comunitaria. Combatir aquello que implica resentimiento, división y  mezquindad es primera marcha para, desde distintos espacios aun divergentes, poder construir una realidad mejor.

En el conflicto policial que preocupa hoy a toda la sociedad, sucede lo mismo o algo parecido. Hay un problema no resuelto en las fuerzas policiales  desde hace muchísimo tiempo, del que las autoridades  de la Nación y de las provincias, desde hace décadas, no se han ocupado. Y hay, además, un problema de inseguridad que lejos de atenuarse se va incrementando.

El problema policial es complejo y está sazonado con demasiados aderezos. Parte de la sociedad argentina, y gran parte del arco político, cargan aún con las reminiscencias de los efectos nefastos  de la dictadura que dejó una grieta que no se cierra, con lo que cierto recelo puede obstruir el buen vínculo que permita integrar completamente a las fuerzas armadas y de seguridad a la vida nacional. Fuerzas que para algunos parecerían no pertenecer a la Patria, y cuyos integrantes, para otros, no parecerían ser seres humanos con los derechos que les son inherentes no sólo a cualquier ser humano, sino a cualquier ser.

Nadie, con una dosis aceptable de sentido común, puede convenir en que es justo que cualquier trabajador, de cualquier rama, no perciba un sueldo  que le permita vivir con dignidad. Y como no puede haber, por ser de gran injusticia ello y discriminatorio, trabajadores de primera, de segunda o de tercera. Son merecedores de un buen salario tanto el maestro,  el enfermero, el periodista, el barrendero, el empleado de comercio, el policía y todo trabajador. Y como no es justo que se tomen como referencia en una sociedad los derechos inferiores de las personas e igualar para abajo, es absolutamente atentatorio contra la justicia de la idea, recurrir a la consabida arenga para justificar un derecho conculcado: “¡Por qué no se fijan lo que gana un…!”. No se trata de lo que gana un maestro, un jubilado, sino de lo que deben percibir justamente todos los trabajadores, sin excepciones ni discriminaciones porque de otro modo, la división argentina sigue viva, la recomendación de Martín Fierro olvidada y los poderosos e inescrupulosos dominantes.

La Policía en este país está mal paga desde hace muchísimo tiempo, como están mal pagos los bomberos y tantos otros trabajadores públicos y privados, La ausencia de materiales para desarrollar tareas adecuadamente es notoria, y esto lo saben los dirigentes de todos los signos y de los diversos períodos. Pretender que el actual conflicto esconde propósitos inconfesables es un argumento bastante pueril y contraproducente para el propio espectro político, porque seguramente muchos argentinos se sentirán subestimados en su capacidad de análisis. ¿Hay acaso un sector policial corrupto? Claro, hay que depurar el cajón, pero no tirar todas las manzanas. ¿Han habido políticas en este país en los últimos 38 años, aproximadamente, dedicadas a la eficiente seguridad y a la correcta policía? Esta realidad indica que no. ¿Y a quién le corresponde, sino a los gobernantes, garantizar el orden no sólo en la estructura policial, sino en todos los niveles y sectores?

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