Hay artistas a los que el paso del tiempo les juega en contra y otros a los que el discurrir de los años los fortalece, al tiempo que acrecienta su intimidad cognitiva. Juan Pablo Geretto integra el segundo grupo, el de los artistas a los que la sabiduría que emana el taco gastado en escena (y nunca mejor utilizado el “lugar común”) los vuelve, también, un poco sabios a la hora de entender qué es el teatro, cuál es la responsabilidad de un artista cuando pisa un escenario y hasta dónde un discurso puede volverse un arma potente, dolorosa y transformadora.
Geretto volvió a Rosario este año en dos oportunidades, en marzo y en noviembre, con su espectáculo «Yo amo a mi maestra normal», y arrasó. Volvió a la misma ciudad que hace quince años comenzaba a maravillarse con los primeros atisbos de lo que luego fue Solo como una perra, casualmente o no el unipersonal que contenía a la Maestra como broche de oro. Y es la misma ciudad que lo despidió hace unos pocos años con una función multitudinaria en el Monumento a la Bandera, a partir de su decisión de instalarse en Buenos Aires.
Pasaron unos años más y el artista, oriundo de Gálvez, necesitó recuperar a la Maestra, según dice, “de todos los personajes de aquella época, el que estaba destinado a seguir”.
Pero aquella maestra que Geretto recreaba con los recortes de una infancia lejana en Gálvez, en parte, quedó relegada por la profundidad de un recorrido por los vericuetos de la historia de la educación pública argentina, acaso el sentido que reposiciona a un personaje cuyo tránsito fue vasto y provechoso, y disparó risas y aplausos por miles.
En «Yo amo a mi maestra normal», que en pocos días más regresa a la cartelera porteña en el contexto de una temporada despedida, está aquella misma maestra que Geretto construyó con los lugares comunes, vicios, dudas y certezas de esas que vio o escuchó en su primera infancia, pero el texto, sabiamente acompasado por el aporte de Andrea Fiorino, otra rosarina talentosa quien hizo las veces de dramaturgista en el traspaso de un monólogo al texto de un unipersonal (en el programa de mano figura cariñosamente como “coach de guión y emocional”), vuela alto y con otro destino.
Filosa y mordaz como nunca, esta Maestra muestra los dientes, pide a sus colegas que “no se dejen engañar” con la historia, y es ella misma quien la transita con un paso tan firme que hasta se zambulle en la oscuridad siniestra que parapetó la enseñanza pública durante la última dictadura, en un momento desconcertante para el público, en el que la teatralidad propuesta se vuelve aún más potente.
Hasta ese momento, el espectáculo tiene condimentos interesantes, en particular una resolución estética abarcadora que suma una serie de video-animaciones realizadas por otro rosarino, Pablo Rodríguez Jáuregui, del mismo modo que un registro de actuación que potencia los remates de aquél primer monólogo para abrirse y sacudir con una metralla de frases que desde la risa espantan por el costado racista, xenófobo, fascista y a la vez “amoroso” con el que la maestra se refiere a sus alumnos, ex alumnos, ex compañeras de trabajo y personal de la escuela representados por el público.
Geretto es el de siempre cuando baja a la platea y arranca carcajadas con las ocurrencias de un personaje del que, por encima de todo, conoce como nadie su prehistoria. Juega con una seguridad que es un clásico de sus performances, y como siempre, atiende cada detalle del “aquí y ahora”, algo que supo capitalizar en sus años de café concert. Pero el actor y transformista ya no es el mismo en escena: quizás cumplida la etapa en la que necesitó “amigarse” con su propia historia, el personaje tiene ahora una profundidad que por momentos conmueve, ayudado por la sensibilidad con la que Ana Sans montó una puesta de pocos elementos pero que están sabiamente dosificados, y que no “incomodan” en el devenir de un recorrido que va desde la humorada inicial en la que “intervienen” Sarmiento, Alberdi, Juana Manso y hasta Mariquita Sánchez de Thompson, pasando por la “excusa” conocida de un acto escolar para inaugurar el tan ansiado patio techado, hasta llegar a tocar una fibra en la que la maestra será todas las maestras.
Esas que con dolor vieron partir a sus alumnos de las aulas, esas que gritaron hasta el hartazgo buscando un entendimiento fatuo y revolearon borradores, esas que no comprendieron un nuevo modo del saber, esas que vieron cómo sus piernas se hinchaban y las paredes se descascaraban mientras seguían aportando sus conocimientos, esas a las que internet, el celular, la “c” por la “s” y las planillas les quitaron el sueño, todas esas están dentro del personaje.
Sabiamente, Geretto acompaña a la platea desde la risa a la conmoción, momentos en los que el actor muestra un enorme crecimiento a nivel artístico.
La dureza manifiesta y festejada por el público de esta “segunda mamá”, estereotipo de maestra con algo de Frankenstein heredado de lo mejor y lo peor de la historia de la educación pública argentina (a la que el actor y el personaje reivindican), llega al final del espectáculo con una carga imposible de sobrellevar: el peso de la historia la aplasta, es una carga compleja, imbricada, pero la maravillosa frase de “Desarma y sangra”, de Charly García (donde otro rosarino, Franco Luciani, brilla con su armónica), que asegura que “no existe una escuela que enseñe a vivir”, se encargará de hacer el resto del trabajo.
De regreso
Tras su exitoso paso a comienzos de este año por la temporada marplatense, donde ganó tres premios Estrella de Mar (mejor unipersonal, labor cómica masculina y autor nacional) y una mención especial al prestigioso José María Vilches, Geretto volvió a Rosario y llenó, en marzo, la sala Lavardén, y ya sobre fin de año, El Círculo. Como era de esperar, siempre tuvo que agregar funciones. El 6 de enero estará de regreso en la calle Corrientes y poco después, todo indica que comenzaría con los ensayos de un nuevo desafío: ser uno de los protagonistas de la versión teatral de Rain Man, que produciría Adrián Suar, y donde compartiría cartel con Fabián Vena. De concretarse, se trataría de una gran oportunidad para Geretto de demostrar el enorme actor que es, en el marco de lo que sería una versión teatral de la película homónima de Barry Levinson, de 1988, protagonizada por Dustin Hoffman y Tom Cruise.