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Desdibujadas entre los despojos del fracaso

“Esta máquina no era dios”, nuevo trabajo del grupo Hijos de Roche, es una imperdible comedia absurda de este tiempo, con dramaturgia y dirección de Romina Mazzadi Arro y las descollantes actuaciones de Elisabet Cunsolo y Paula García Jurado

ESTA MÁQUINA NO ERA DIOS
Dramaturgia y dirección: Romina Mazzadi Arro
Actúan: Elisabet Cunsolo, Paula García Jurado
Escenografía: Carola Rolfo, Margarita Wells
Vestuario: Norma Longo, Paula García Jurado
Música: Flor Croci
Sala: Espacio Bravo, Catamarca 3624, los sábados a las 21

Entre los despojos y el caos, entre la desidia, el ostracismo, la ignorancia y la abulia, el absurdo fluye como un río. Un hueco, un poso, un sótano, una oficina del Estado, una de tantas, donde una ministra y su contadora, como cada día, transitan su guión sin sobresaltos, o apenas unos pocos en una habitual rutina que las enfrenta a un puñado de corderos a punto de ser devorados, una vez más, por el sistema que claramente ha fracasado, ahora en tiempos de un cambio iridiscente.

Esta máquina no era dios, nuevo trabajo de Hijos de Roche, con dramaturgia y dirección de Romina Mazzadi Arro y las descollantes actuaciones de Elisabet Cunsolo y Paula García Jurado es una comedia absurda de esta época, surgida de una afiebrada realidad donde todo parece estar corrido, desfasado y agrietado, y donde, como se escucha en algún momento, “no se puede salir del agujero zapateando en el aire”.

Con su conocida habilidad para producir ficción a partir de dos personajes antagónicos, pero llevando ese primer plano hacia otros más profundos y corrosivos, Mazzadi Arro, como nunca antes, se vuelve permeable al presente y evoca, sin remilgos ni tibiezas, la proximidad del fondo.

Hay en Esta máquina no era dios una tensión precisa entre lo discursivo, devenido de un texto de escritura previa que encuentra sus potencialidades en la escena, y el trabajo de dos actrices, Cunsolo y García Jurado, la inolvidable pareja de Baby Jane de la misma directora, que fagocitan ese texto, mastican y escupen cada una de esas palabras para llevar esa realidad cotidiana a lo extracotidiano que sustenta y es materia del absurdo donde el signo aparece en la repetición y en una disparatada sinergia que acontece en escena a partir del sinsentido.

En un espacio escenográfico austero pero bien resuelto, pilas de expedientes rodean un escritorio donde reina el atraso, casi como una condición para que nada cambie y todo permanezca en su justo grado de inercia e injusticia. Y unos pocos objetos evocan ese mundo: una lupa que a modo de panóptico controla a la manada y una vieja máquina de picar carne en desuso que apenas pica lápices e ignorancia.

Es ese espacio con aspecto de desarmadero donde conviven estas dos mujeres en su siniestra cotidianidad algo que, al mismo tiempo, las amedrenta y las destruye.

Con algunos ecos al pasado, donde aquella relación sometedor-sometido de Hasta la exageración, uno de los trabajos más destacados de Hijos de Roche estrenado a comienzos de la década anterior pareciera reaparecer por momentos en el presente aunque con otro tono, el material dispara contra el público, particularmente contra un sector de la sociedad que se resguarda en su tranquilizadora paciencia y cómodo descompromiso.

Si Cunsolo apela nuevamente a su salvaje histrionismo para dar vida a esta ministra “humanista”, con pasajes en los que el disparate dialoga con el absurdo provocando la risa en la platea (que es controlada de inmediato), García Jurado juega en otro tono con la introspección, la incertidumbre y hasta el miedo, en otra de sus performances memorables.

Los personajes, emergentes de una sociedad y un tiempo en el que un sistema casi beckettiano hace ruido con sus engranajes oxidados y a punto de detenerse, rebotan en los límites de esa platea que, como pasa desde que Peter Handke escribió y llevó todo al extremo con Insultos al público, mira inerte cuando el control opera desde la escena y se rompe la protección que implica la presencia de la cuarta pared. Así, hasta abordar el aplauso como un acto liberador y quizás como eco de un futuro diferente que, incluso, logre levantarlos de la silla para intentar, al menos por última vez, cambiar el mundo.

Inteligentemente, Mazzadi Arro, lejos de mirar a partir de los personajes de manera complaciente ese mundo en el que prevalece la contradicción y un tono de incomodidad que se traduce en humor, produce una síntesis desde la cual la risa queda de lado y asoma, en algunos pasajes, una inevitable oscuridad.

Desde la expresión acuñada en el teatro griego “Deus ex machina”, es decir “dios desde la máquina”, para hablar de eso que se pone en acto como acción o espacio extemporáneo a la escena, el título de esta obra, Esta máquina no era dios es, al mismo tiempo, un guiño y una metáfora en relación con esa máquina que no funciona desde hace mucho tiempo, porque claramente el sistema ha fracasado y seguramente dios también. De hecho, queda bien en claro que dios sigue siendo apenas “una máquina de humo”.

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