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Desencuentro político y pena social

Por Carlos Duclos.

Uno de los problemas del género humano, en el que se sustenta parte de su drama, es que el individuo y el grupo concentrado en una idea común no aceptan que parte de la idea que sostienen es buena y que otra parte es equivocada. Muy difícilmente se encuentre un pensamiento del que pueda decirse que es absolutamente inequívoco, sin errores y cuya sustancia es la verdad completa. Si esto fuera así, el principio de los pares de opuestos, sobre los que se asienta todo el universo, sería innecesario; pero también sería imposible el mantenimiento de la creación. En toda idea política, religiosa, filosófica, por ejemplo, hay siempre una porción de error, por más plausible que sea tal idea. Y no hay dudas de que aquello de bueno que falta en la porción equivocada de esa idea está en posesión de otro individuo y de otro grupo. Si el ser humano comprendiera esto y se decidiera a accionar en consecuencia, desterrando de sí las patologías de la mezquindad, la necedad y la soberbia, en pocos días la humanidad comenzaría a gozar de los beneficios del bien común. ¿Qué es el bien común? Es el gozo de todos, que deviene de la práctica de las buenas ideas y acciones de todas las partes, quienes, a la vez, se han comprometido a desechar de sí aquello que es perjudicial para el conjunto.

Muy desgraciadamente, el hombre en general, y ciertas personas en particular, no tienen en cuenta tal cosa y en aras de poder, riquezas, gloria, por puro orgullo exacerbado, mezquindad, envidia o soberbia se han lanzado al enfrentamiento moral cuando no físico.

La clase política argentina ha ofrecido, históricamente, paradigmas en este aspecto. ¿De qué está compuesto ese paradigma? De enfrentamientos absurdos, que son inútiles para el bien común; de odio; resentimiento; de cuestionamientos al adversario. Tales cuestionamientos muy difícilmente son críticas que coadyuven a elaborar un plan político que tenga como objetivo la paz interior de cada ser humano y, en consecuencia, la paz social integral fundamentada en el reinado de la justicia social. Nada de eso: en general el único propósito de la clase política argentina ha sido y sigue siendo cuestionar al adversario a los efectos de socavar su imagen con miras a mejorar la propia en la competencia por el poder.

El problema argentino de ningún modo es de raigambre económica o política; el problema argentino es de índole moral. Esta realidad, claro está, no es patrimonio nacional, es patrimonio del género humano en general y esto sucede en todos los países del mundo. Mas lo que ocurre es que, mientras en ciertas sociedades la dirigencia es capaz de poner límite a su patología y encontrarse en puntos comunes que son de beneficio para la Nación, aquí han habido, y siguen vigentes, aquellos que en su corazón y en la acción han sustentado la antípoda de la máxima peronista post exilio y de tal forma blanden la espada con la siguiente consigna: “Para un argentino como yo, nada peor que otros argentinos que no piensan como yo”. Es decir, el fatídico principio del valor de lo propio, menoscabando el del otro que piensa distinto.

Todos los argentinos hemos asistido en los últimos días a un acto republicano que debiera ser sacrosanto, pero que ha sido maculado con ese rencor tan perjudicial para el ser humano de la Patria. Me refiero a la apertura de las sesiones ordinarias en los congresos de la Nación y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Por un lado la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, cuestionando severamente al opositor Mauricio Macri por arrepentirse y no querer hacerse cargo de los subterráneos de la ciudad de Buenos Aires devolviéndolos como quien devuelve una caja de zapatos. Y, por otra parte, un Macri patético, respondiendo con ironía que la señora presidenta sabe mucho de carteras y calzado. Estas palabras del jefe de gobierno porteño han servido sólo para mostrar sus escasas dotes de político y su endeblez para fundamentar posiciones. Un Macri, por otro lado, que ha apelado al invento menemista de manotear famosos sólo con el fin de ganar las elecciones u obtener buenos resultados: ¿Y después? Me estoy refiriendo, muy puntualmente, al caso del humorista Miguel del Sel, quien como artista es genial y como persona aún más, pero que en la última campaña capotó varias veces, quedando expuesto públicamente con respuestas equivocadas y en situaciones ciertamente lamentables que demostraron la ausencia de conocimiento en algunas cuestiones.

¿Cristina Fernández de Kirchner tiene la razón en todo? ¿Macri está absolutamente equivocado? Retorno al concepto formulado al comenzar esta nota de opinión: “Aquello de bueno que falta en la porción equivocada de esa idea, está en posesión de otro individuo y de otro grupo. Si el ser humano comprendiera esto y se decidiera a accionar en consecuencia, desterrando de sí las patologías de la mezquindad, la necedad y la soberbia, en pocos días la humanidad comenzaría a gozar de los beneficios del bien común. ¿Qué es el bien común? Es el gozo de todos, que deviene de la práctica de las buenas ideas y acciones de todas las partes, quienes, a la vez, se han comprometido a desechar de sí aquello que es perjudicial para el conjunto”.

No hay dudas: el desencuentro político determina el encuentro de los ciudadanos en situaciones de angustia.

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