Un grupo de hombres termina en planta baja los borceguies que fabrican habitualmente para la venta, pero esta vez apuran para que los compañeros de la organización tengan para la movilización de San Cayetano.
En la cocina, hombres y mujeres preparan minuciosamente lo que va a ser el almuerzo de los trabajadores. Y el primer piso parece, o mejor dicho es, una fábrica textil: decenas de costureras hacen guardapolvos, ropa de trabajo, ambos y hasta ropa de vestir que la propia Dina Sánchez (42), secretaria general adjunta de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular y vocera del Frente Popular Darío Santillán, va a mirar y comprar cuando llegue a saludar a sus compañeras del polo textil que tienen en Avellaneda, exactamente al lado de la estación donde fueron asesinados Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
Dina llega en moto para la charla con Télam y enseguida exhibe esa sonrisa inmensa que es su marca de agua, junto con el pelo tirante, atado en una cola de caballo que deja ver parte de lo que se adivina un protagónico pelo enrulado tan rebelde como ella.
Porque Dina no la tuvo ni la tiene fácil, pero le sobra la energía para luchar. Hace cinco años le mataron a un hijo que había caído en las redes del narcotráfico; desde los 20 años se hizo cargo sola de sus dos hijos y en 2010 se instaló definitivamente en la Argentina y dejó atrás a su Perú natal.
Va a decir que no hay que convertir los planes sociales en trabajo y como muestra está el polo textil de Avellaneda que funciona como un barco a todo vapor. Que lo que hace falta es que el trabajo que ya hacen sea revestido de derechos.
De todas las unidades productivas que tiene el Frente Popular Darío Santillán, 13 están en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). Y en todo el país son 32.
Escencialmente comercializan los productos a los estados nacional, provinciales y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. ¿Cobran un plan? Dina dice que es un salario social complementario, que ahora se llama Potenciar Trabajo. Son 22 mil pesos por mes por cuatro horas de trabajo. Pero es tanto lo que hacen que el resto del tiempo siguen trabajando.
En pandemia, hicieron barbijos, camisolines y alcohol en gel. Y a un compañero se le ocurrió empezar a probar con productos de limpieza que ellos mismos envasan y venden a través de la web del Mercado de Consumo Popular (MECOPO). También hacen productos de herrería, carpintería, serigrafía, tienen centros para adultos mayores y en Barracas uno para pibes con consumo problemático de drogas, además de un mercado en Constitución al que ya van directamente los vecinos del barrio.
«En los barrios populares está muy metido el narcotráfico, yo siempre me pregunto como madre cómo puede ser que nosotras sepamos dónde está el transa que le vende la droga a mi pibe y la policía no. Mentira. Y te lo digo con fundamentos porque también atravesé un problema así con mi hijo», dice Dina cuando explica que el centro de Barracas lo instalaron ahí porque está cerca de la villa.
Pero mucha gente prefiere repetir lo que dicen los medios dominantes a pensar y ni que hablar a verificar lo que se les dice. Y se instaló en una parte importante de la sociedad una especie de mantra que reza que «los planeros son unos vagos que encima hacen piquetes todos los días y no me dejan trabajar».
-Dina, ¿qué sentís cuando los medios los acusan de vagos y cuestionan las movilizaciones?
-La movilización es el método de lucha que tenemos. Si no, es «jódanse, ya está» y las cosas no se solucionan. Es muy fácil decir no movilicen, pero nosotros no tenemos un canal de televisión y no nos dan mucha bola que digamos.
Y vemos la tele, yo vengo de provincia como muchas compañeras. Y salen muy temprano, viven en barrios populares muy al fondo. Yo para salir de Glew, me tuve que comprar una moto. Vivo como a 20 cuadras de la estación. No hay muchos colectivos y a la hora pico sale todo el mundo y no te paran. ¿Podés caminar? Por supuesto que sí, lo hemos hecho un montón, pero dos veces me robaron en la esquina. Por mi barrio no pasa el camión de basura y la tengo que dejar todos los días en un container que está bien metido, como a una cuadra. Un día yo fui al container y el chorro estaba atrás. Y también nos ha pasado porque se corta el tren por una movilización de los compañeros trabajadores que nos quedamos varadas y los entendemos porque cada uno hace su lucha desde donde puede.
«Una petisa jetona»
Dina se sumó a la economía popular, a la «orga», como la llama, en 2010. La habían echado del supermercado Walmart y tenía dos hijos chicos a los que alimentar sola. Desde entonces fue creciendo en la UTEP de la mano de Juan Grabois y se fue formando. Terminó la secundaria y ahora está muy cerca de licenciarse en economía social en la Universidad de Quilmes.
Pero más allá de su formación y de que siempre le interesó leer los diarios y estar informada, es su carisma la que hizo que sus compañeros la eligieran como vocera del Frente Darío Santillán.
Se define como «una petisa jetona» y además de la sonrisa, su sentido del humor y su energía son contagiosos. «La pediatra de mi nieta de tres años tiene que comer carne roja dos veces por semana. Yo le digo que bueno, pero que la compre ella», se ríe.
Pero enseguida explica que en los barrios populares lo primero que se acaban son lasa alitas de pollo, los menudos y la parte trasera. Porque obviamente es lo más barato.
Y se ríe y se queja de que cuando para el último cumpleaños, su hijo Joel le pidió papa rellena, una comida típica peruana, el aceite había aumentado tanto que le dijo que era la última vez que se lo hacía, que no se le ocurriera pedir más frituras.
Cuando va a saludar a las costureras, mira todo lo que están haciendo y se enamora de un buzo colorido que sale 300 pesos. Antes de comprarlo pide algún descuento. «En Perú todo el tiempo regateamos, acá te miran mal», dice y vuelve a reírse mientras le buscan uno de su talle porque el exhibido era muy grande para su cuerpo menudito que termina en unos pies cuyo talle es 35.
Pero no siempre ser peruana le resulta fácil.
Ser inmigrante en Argentina
Acababa de terminar el censo y Dina estaba cursando en la UNQUI. Dos compañeras habían oficiado de censistas y comentaron que todas las personas a las que les costó entrevistar eran peruanas. A lo que un compañero agregó: «Los peruanos son todos narcos».
Ella, obviamente, no se iba a quedar callada.
-¿Qué hiciste, Dina?
–Levanté la mano y le dije al profesor que no me podía quedar callada. Les conté mi historia, que trabajo desde que tengo 17 años y que a mi hijo lo mataron en la villa 31 después de haber estado cooptado por el narcotráfico un montón de tiempo. Les dije que en la villa hay de todo, gente trabajadora y delincuentes, como en todos lados. Lo mismo pasa con los peruanos.
El dolor sin nombre
Está muy dicho, pero no hay un sustantivo para designar la condición de un padre o una madre que perdieron a un hijo. A Nahuel lo mataron a los 19 años, hace ya cinco, a pesar de que ella se metió en la villa 31 a pelearse con los «transas» que los tenían a él y a otros pibes consumiendo, vendiendo, y tirados en colchones, completamente dados vuelta.
A veces lograba llevárselo a su casa, pero se volvía a ir. Hasta que un día recibió la llamada fatal: agonizaba en un hospital, alguien había intentado matarlo y falleció.
-¿Cómo lograste sobrellevar ese dolor?
-Cuando pasó lo de mi hijo, mi familia no podía venir y la «orga» me brindó un montón de acompañamiento. Ese dolor se convirtió en lucha (Dina llora por única vez en la entrevista), en muchas ganas de seguir adelante. Lo que fue terrible es que hasta el padre me acusaba de pasar todo el tiempo en la calle y por ende de su muerte. Siempre el dedo señalador. Y la verdad que sí, mis hijos se criaron como pudieron porque había que bancar a dos pibes sola. Señalar es muy fácil.
Me dijeron en la»orga» que tenía que abordar el tema con ayuda porque no fue fácil por las culpas. Mis hijos se llevaban dos años, el hermano, Joel, se metió en las drogas al principio porque estaba perdido, pero hoy trabaja de delivery y es padre. Tengo una nieta que está por cumplir cuatro años. Uno tiene que aprender a vivir con un montón de situaciones.
Yo escucho mucho la estigmatización constante sobre los pibes que consumen, sobre todo recae el cuestionamiento en el tema de los padres. Y los padres están haciendo lo que pueden, hay un montón de mamás que dejan a los pibes solos porque tienen que salir a laburar. Detrás de cada pibe que consume hay una historia de dolor.
A los codazos con los hombres
Su exposición fue creciendo y hoy tiene bastante visibilidad entre los dirigentes sociales, pero Dina dice que sus compañeros todavía les cuesta hacerle un lugar. Ella los carga.
«Compañeros cómo les gusta salir en la foto, qué cholulos son ustedes», les dice y un poco es en serio. Dina cuenta que les encanta agarrar el micrófono y que en las fotos muchas veces ella se tiene que poner adelante porque es petisa y si no no sale en las fotos. Pero lo hace.
Para San Cayetano, va a marchar con sus compañeros con las demandas habituales, pero con eje en el salario básico universal.
-Dina, ¿qué les dirías a los que se quejan de que se movilicen?
-Que yo soy peruana, pero estudié mucho la historia argentina. A los que nos mandan a trabajar les diría que este país tiene algo muy arraigado. Todos los derechos laborales de los que tienen, entre comillas, el «privilegio» de contar con un empleo formal (porque la están pasando mal también), que recuerden que esos derechos han sido ganados en la calle. En movilizaciones como las que nos critican.