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Día del Amigo: aquel mano a mano del Negro Fontanarrosa y el Gordo Soriano

En la pantalla están uno enfrente del otro, serios como si fueran a decidir algún futuro, como si estuvieran eligiendo la última frase del mejor libro o como si empezaran a enunciar una declaración de principios

El 19 de julio de 2007 entraba en la inmortalidad el enorme Roberto Fontanarrosa, escritor e ícono de la cultura nacional. Nacido en Rosario e hincha fervoroso de Central, el amor por el Negro llevó a un pedido de que el Día del Amigo se adelantara 24 horas y deje de celebrarse cada 20 de julio, que recuerda a la llegada del hombre a la luna en 1969. El pedido no prosperó pero igualmente muchos seguidores de Fontanarrosa adelantan su celebración cada 19 de julio, y más aún en la ciudad de Rosario. Un texto evoca una charla de café entre el Negro y Osvaldo Soriano, otra pluma eterna de las novelas y los cuentos de fútbol

Ariel Scher (*)

En la pantalla están uno enfrente del otro, serios como si fueran a decidir algún futuro, como si estuvieran eligiendo la última frase del mejor libro o como si empezaran a enunciar una declaración de principios.

Están así, pero la cuestión es otra y cualquiera que alguna vez haya sentido que el fútbol es esencial comprenderá que abordan un tema importante. Fontanarrosa clava los ojos en algún lugar del aire y desparrama una pregunta que se hacía en la niñez: “¿Cómo puede ser que yo me acuerde perfectamente de cómo forma Platense y no me pueda acordar de un teorema o de una porquería de esas de los logaritmos?”. Comprensivo, enseguida Soriano apoya la vista en la cara de Fontanarrosa y le devuelve una confesión: “Mi recuerdo más grato de la escuela es haber jugado en el equipo de la escuela”. Es así todo el tiempo: un juego que se repite. Soriano envía centros con las emociones para que Fontanarrosa los cabecee con la expresión justa. O Fontanarrosa avanza por la punta de los recuerdos para que Soriano defina a la manera de los que saben hacer goles con las palabras. Soriano y Fontanarrosa juegan de memoria, como las grandes duplas ofensivas, con espontaneidad, con simpleza, con belleza. Juntos, los dos evocan, se ríen, cuestionan y hablan. Hablan de fútbol sin parar.

Roberto Fontanarrosa y Osvaldo Soriano conversaron sobre fútbol el 10 de mayo de 1996 entre las diez de la noche y los primeros minutos del día siguiente, cuando resolvieron irse a cenar a alguna parte. Fue en un bar de Rosario, por invitación y por mérito periodístico del programa Tercer Ojo, en la pantalla de TyC Sports. El encuentro pudo verse un domingo, bajo el título “Fontanarrosa-Soriano, una charla de café”. Darío Díaz, productor ejecutivo del programa, contó: “Necesitamos de dos meses de búsqueda para que se sentaran a charlar. Había que compatibilizar varias cosas, entre ellas que Soriano vivía de noche y en Buenos Aires y Fontanarrosa de día y en Rosario”.

La idea de juntarlos no requirió grandes explicaciones. Los dos personajes tenían por los menos dos fuertes elementos comunes: eran escritores populares y eran fanáticos del fútbol.

Fontanarrosa portaba su conocida pasión por Rosario Central. Soriano, la suya por San Lorenzo. Un tercer dato fortalecía el proyecto. Ambos habían sintetizado los dos elementos: con frecuencia escribían de fútbol. Como ocurre con los grandes partidos, la fórmula no falló. Salió un diálogo cautivante, futbolero y conmovedor. Hay que admitirlo: si se lo observa en estos días, resulta inevitablemente más conmovedor, porque Soriano murió de un cáncer de pulmón el 29 de enero de 1997, apenas ocho meses y medio después de la charla. Y porque el Negro dejó sin compañía a la Hermana Rosa, a Mendieta, a las risas de miles y a todos sus personajes deslumbrantes el 19 de julio de 2007.

—¿Vos te acordás del gol que más gritaste?, interroga Soriano.

–Indudablemente, debió ser uno contra Newells, contesta, previsiblemente, el fanático de Central.

Luego sobreviene la respuesta de Soriano a esa pregunta: el gol que Luciano Figueroa le hizo a River en la cancha de Vélez, en la final del Campeonato Nacional de 1972: “Estaba casi detrás del arco, bien arriba, hubo una avalancha…”, evoca Soriano al narrar su grito más grande.

Los ejes de la conversación desfilan como si no hubiera una cámara cerca. “¡Qué importantes que fueron las figuritas!”, exclama Fontanarrosa, quien al ratito aborda un cambio en la historia y se refiere a la publicidad: “Hay camisetas que han perdido identidad, que están diseñadas para ser vistas desde muy cerca, pero las ves desde lejos y se convierten en una cosa marrón o grisácea”. Soriano se vuelve socio muy rápido: “Todavía me choca terriblemente no ver la camiseta entera, con todo el ritual”, y lamenta que no esté a la vista la sigla Casla, del equipo de su corazón.

De todas las melancolías que alberga el encuentro, una es de Fontanarrosa y bien argentina: “La primera imagen del fútbol fue auditiva. Estar en casa de mis tíos, con mis primos, a la tardecita, y la radio pasando los resultados”. También hay un relato memorable de un gol del centrodelantero Osvaldo Soriano: “Me presento en un club de Tandil, en Independiente. Empieza el partido, un amistoso contra un cuadro de camiseta verde. Saqué yo –en ese tiempo era impensable que no sacara el 9–. En mi cabeza no pasaron 30 segundos. Un wing me mete una pelota larga, cortada, y yo supe enseguida que la agarraba, que era mía. Yo soy zurdo contrariado: zurdazo cruzado, palo, adentro. Se me había abierto un mundo en Tandil…”.

La historia dirá que hubo un día en el que Fontanarrosa y Soriano se juntaron para conversar sobre la pelota. Es una verdad relativa. O tal vez una gambeta. Cuando dos hombres sensibles y profundos hablan sobre el pasado y el presente, sobre los éxitos y los fracasos, sobre los sueños y la memoria, sobre el fútbol y la literatura, hablan, en realidad, de un solo tema. El más enorme y el más bonito. Ese tema es la vida.

(*) Periodista, escritor, docente. De Deporte y Literatura

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