Por Mario Juliano*- Cosecha Roja
Los tiempos cambian y se van incorporando nuevas formas de expresarnos que forman parte de la cultura de una época.
Comunicar las ideas, hacernos entender no es sencillo en momentos en que el valor, el sentido y significado de las palabras se encuentra en conflicto permanente. No es el mismo sentido que asignamos a las palabras “libertad” o “justicia” según el sitio en que nos ubiquemos y los intereses que nos movilicen.
Como atento oyente/vidente/lector de los temas que me interesan (administración de justicia, seguridad pública, políticas penitenciarias, criminología) observo de qué manera se ha instalado en personas honestamente involucradas en los procesos de reforma un modo de expresarse que los distingue a la distancia, discursos que parecen salidos de un mismo molde y que se repiten al infinito. Naturalmente, me siento tributario de ese modo de decir las cosas que, válido es decirlo, no es un fenómeno nuevo.
En mi caso me asomé a la vida pública en la década de los 70/80 y esa fue una época donde muchísimas personas fuimos impregnadas por el discurso de Raúl Alfonsín, por los giros que imprimía a su oratoria, que hizo escuela más allá de preferencias partidarias, y que muchos competíamos en imitar en la primera oportunidad que alguien nos prestaba el oído, en un ridículo esfuerzo digno de mejores causas, suponiendo que nos enfrentábamos a una multitud que colmaba la avenida 9 de Julio.
Creo que otro tanto ocurre en nuestros días, donde el “progresismo” (por emplear una categoría muy discutible) apela a un lenguaje típico y característico, que se reitera en ciertos patrones.
Para tratar de corroborar esta impresión recurrí a mis amigas y amigos de las redes, para ver si se trataba de una mera sensación personal o era compartida por otras personas. Formulé el interrogante en los siguientes términos: “Observo un tendencia al empleo indiscriminado de ciertas palabras de moda que colocadas en distinto orden nos permiten armar un discurso “progresista”. Por ejemplo: territorio, articular, contexto, políticas públicas, pensar juntos, herramientas”.
La respuesta fue inmediata, coincidente con mis percepciones, lo que me permitió armar una suerte de diccionario progresista gracias al aporte, cargado de humor y autocrítica, de mis amistades:
Abordaje
Agencias
Articular
Atravesar
Blindar
Contexto
Continuidades
Deconstrucción
Discurso hegemónico
Dispositivo
Disruptivo
Empatía
Empoderar
Espacios
Estereotipos
Gestionar
Herramientas
Impacto
Insumo
Interpelan
Multidimensional
Narrativas
Operar
Pensar juntos
Políticas de Estado
Políticas públicas
Perspectiva
Prácticas
Problematizar
Recorrido
Rupturas
Sinergia
Sororidad
Territorio
Una mirada sobre…
El catálogo es bastante completo y muchas personas (yo el primero) nos podemos identificar con estas palabras, que utilizamos hasta la saciedad y que, emitidas en un momento oportuno, hasta nos pueden sacar de una laguna del pensamiento.
¿Está mal emplear esos términos? ¿Critico a quienes lo hacen? No, de ninguna manera. Simplemente me interesa dejar reflejada una suerte de corriente de costumbrismo que, en buena medida, se identifica con el uso de ese lenguaje. ¿Y cuál es problema? Ninguno.
Solo me permito señalar que puede ser llamativo el uso acrítico de ese palabrerío, en ocasiones vacío de contenido. Y ese sí es un problema, al menos en mi modo de ver las cosas. A veces escuchamos o leemos algunos discursos que simplemente se limitan a enlazar un grupo de estas palabras que pueden ser utilizadas en forma indistinta para referirse a una multiplicidad de temas. ¿En qué buena exposición puede faltar un buen “articular” “territorio” o “pensar juntos”? Yo creo que en ninguna. Lo que ocurre es que al finalizar la perorata no estamos muy seguros del contenido del mensaje, qué es lo que en realidad se nos quería transmitir, como no sea la reafirmación de ciertas convicciones.
También me permito apuntar otros riesgos que hemos conversado con algunas amigas y amigos.
El empleo de estos discursos, plagados de los giros en cuestión, se encuentran de la mano de personas que, insisto, de modo muy honesto promueven cambios y reformas. Sin embargo, es probable que ese discurso se torne un tanto inaccesible para personas que no están al corriente de las discusiones políticas que las involucran y, principalmente de las personas que, se supone, deberían ser las destinatarias de esas acciones. Fuera de los cenáculos intelectuales, las personas no suelen hablar usualmente empleando esas palabras. Y en ese sentido el discurso en cuestión puede constituir una barrera para aproximarse a los colectivos con los que nos queremos conectar.
El otro tema, central, es una cierta dificultad, diría que histórica (aunque está muy mal hacer generalizaciones), en convertir los discursos en acción, transformar las palabras en hechos concretos. Y en ese devenir, en reuniones, cabildeos y especulaciones se nos va la vida. Quizá porque esperamos que en una fecha determinada va a ocurrir el cambio social general, como si se tratara de un hecho de la naturaleza, o porque esperamos cosas tan remotas como un cambio cultural, o un gobierno revolucionario que trastoque las bases de la sociedad, lo que hoy por hoy aparece un tanto improbable.
En resumidas cuentas, soy de la idea de que tenemos que articular miradas transversales que concilien nuestros respectivos recorridos desde una perspectiva multidimensional orientada la promover políticas públicas que generen empatía y sororidad, interpelando al afuera con una mirada que problematice el aquí y ahora.
Muchas gracias.
*Director Ejecutivo de la Asociación Pensamiento Penal. Juez del Tribunal en lo Criminal 1 de Necochea.