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Diego y Messi vienen de una tradición, «la nuestra»: cómo jugaban De la Mata, el Chueco García, Pontoni y el Charro Moreno

Antes de la tele, el fútbol se escuchaba por radio y se leía por diarios y revistas, como "El Gráfico". En los recortes de aquellas viejas publicaciones, pero también en fragmentos de películas de una época en que empuñar una filmadora era una actividad de privilegiados, está plasmada la historia viva de muchos cracks hoy olvidados

Por Gustavo Grazioli / Especial para El Ciudadano

El fútbol se construye con historia, con significados que no arraigan su origen en esta era de cracks multimillonarios. Verlo así sería una obstinación por parte de un interés comercial y se perdería de vista a los que vinieron de más atrás, haciendo escuela, plantando la semilla de la influencia. Se suele decir que sin Los Beatles es posible que no existiera el rock moderno. En el deporte, en especial en este que cautiva con sus goles y jugadas, pasa algo parecido. Por eso el interrogante: ¿Sin Diego Maradona, Alfredo Di Stefano, Ricardo Bochini, Ángel Rojas o el Charro Moreno, la calidad futbolística, el ADN de juego que se construyó, sería el mismo?

“Nosotros jugamos así porque existió Moreno, Bochini, Alonso… Maradona no podría haber nacido en Japón ni tampoco en Europa. En Europa hay grandes jugadores, claro, pero no, no, es lo mismo. Hay una genética en Argentina, en Brasil, y en Uruguay, también, que no la tienen los demás”, dijo Pipo Gorosito en una entrevista que dio a La Nación, en referencia al juego de la Selección y principalmente de Lionel Messi.

Al hurgar en el cajón de los recuerdos, hay fotos de otros jugadores, previos a los mencionados, que han edificado las bases de este edificio llamado fútbol argentino. Futbolistas que siguen alimentando la curiosidad y que, a partir de las leyendas, se han vuelto revisitados por generaciones más jóvenes.

En esa pila de imágenes en blanco y negro, aparece la figura de Vicente De La Mata. El rosarino que hoy tendría 106 años, huella indeleble de Central Córdoba, junto a su ídolo Gabino Sosa, que se consagró en Independiente y fue integrante de la temible delantera roja encabezada por Antonio Sastre y Arsenio Erico. También, tuvo un breve paso por el club de sus amores, Newell’s Old Boys, donde jugó 23 partidos y marcó un gol.

Capote le decían a De la Mata. Una habilidad inusitada, gambeteador serial (el rey de la gambeta), fue el segundo máximo goleador del Rojo en la era del profesionalismo (152 goles). “Difícil jugar tanto; más, imposible. Capote fue extraordinario, aunque no haya olvidado sus rezongos y sus caprichos. Refunfuñando, toreando, iba a buscar al rival cada vez que entraba en posesión de la pelota y hasta sin ella también. Y era un pericón con relaciones y una de cortocircuitos en las canillas que metía miedo. Volvió a sus pagos, le pusieron una E de entrenador en el pecho, pero la redonda lo llamó como una novia querida… Capote arrancó la E y volvió a chairarla”, lo describió Borocotó, a mediados de los 50, en El Gráfico.

Si seguimos revisando el arcón, en otra de las fotos aparece Enrique “Chueco” García, “el poeta de la zurda”, como lo bautizaron. De Santa Fe, empezó sus primeros pasos en Gimnasia, el equipo de su ciudad natal. De una izquierda temible, con la que se cansó de apilar rivales, pero con una derecha inhábil. Cuenta el mito que una vez un masajista quiso trabajar sobre esa pierna y la respuesta fue: “Dejá… total, ¡Para lo que sirve!”. Tuvo paso por Unión, jugó en Rosario Central, antes de que el Canalla arribara al campeonato profesional, y causó furor en Racing, al ser parte de “la mejor delantera del fútbol nacional” junto a Enrique Guaita, Alejandro Scopelli, Evaristo Barrera, Vicente Zito.

Héroe del Che Guevara, cuando estuvo en Central fue símbolo de la gambeta, la imaginación y la improvisación. Y un ferviente defensor de la esencia del juego. “Soy enemigo de todos los sistemas tácticos: atentan contra la belleza, no hay preciosismo ni improvisación”, dijo alguna vez.  “¡Qué piruetas las del Chueco, qué maravilloso trazado de curvas y talonazos, qué paradas en seco!”, describió el historiador Osvaldo Bayer, en sus contratapas de Página 12.

“Los Hombres Sensibles pensaban que el fútbol era el juego perfecto, y respetaban a los cracks tanto como a los artistas o a los héroes”, escribió Alejandro Dolina en sus Apuntes de fútbol en Flores, recopilado en su libro «Crónicas del Ángel Gris». En ese cielo de glorias bohemias, con acento marcado en el barrio, en el potrero, emerge la figura de René Pontoni. De los años 20, surgido de Santa Fe, jugó en Newell’s y se consagró figura estelar de San Lorenzo en compañía del no menos exquisito Rinaldo Martino, formado en los clubes Peñarol y Belgrano de la Asociación Rosarina de Fútbol. Considerado uno de los mejores delanteros del fútbol argentino de la historia, en el equipo de Boedo fue campeón en 1946 y en ese torneo marcó 90 goles.

“El centro delantero más fino, elegante, armonioso, sutil y brillante de toda la historia del fútbol nacional”, escribió la distinguida pluma de Juvenal para El Gráfico. Pontoni, ídolo del Papa Francisco, marcó una época en la que el ecosistema de su juego era sinónimo de gol. Cerró su carrera con 132 goles en 212 partidos. Y fue fundador, junto a Mario Boyé, de la pizzería La Guitarrita, un local donde se respira fútbol, decorado con las camisetas de todos clubes. “Extraño al futbol, porque fue mi gran berretín y porque jugué más o menos bien. Porque lo quise. Porque no hay otra forma de triunfar en algo que queriendo. Tenés que sentir, tenés que creer en lo que hacés”, fueron algunas de sus últimas palabras, años antes de que lo sorprendiera un infarto.

La memoria del balón

La génesis del fútbol orbita en estos nombres, en estos jugadores que tuvieron un único objetivo: divertirse. Son los creadores de las gambetas, la picardía y de una imaginación que, si bien hoy se modernizó, tiene su origen en lo más artesanal de un terreno hecho a base de pasto y tierra.

En la última foto de este baúl repleto de nostalgia, asoma José Manuel Moreno. Hasta la aparición de Diego Armando Maradona, allá por 1976, se dice que fue el más grande la historia del fútbol argentino. Eternizado bajo el apodo del “Charro”, quienes lo vieron jugar, mencionan que fue superior a Alfredo Di Stéfano y hasta incluso, que el propio Pelé. Fue reconocido como el quinto mejor futbolista sudamericano del siglo XX y sus cualidades con la pelota le valieron para ganarse la reputación de –también– “poeta de la zurda”.

Fue parte de La Máquina y su nombre conformó la recordada alineación que en la narrativa riverplatense aparece como: Juan Carlos Muñoz, José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Ángel Labruna y Félix Loustau. Su forma de jugar sembró lo que luego se consideraría como “futbolista total”. Su manera de manejar la pelota o de construir paredes para abrirse caminos imposibles, son los cimientos de ese fútbol creativo que captó la atención de propios y ajenos.

Los cronistas de la época se deshicieron en elogios y las impresiones que cubrían los diarios y revistas, decían cosas como estas: «Moreno no parece un jugador criollo de los que se han hecho a empujones de puro inteligentes o de puro pícaros, de los que han aprendido todo sin haber estudiado nada, a fuerza de precocidad y de intuición maravillosas, más bien, viéndolo accionar, sereno y majestuoso, con la prestancia y el señorío de los que están plenamente confundidos con su alta misión sobre la tierra”.

“Lo llamaban el Charro, por su pinta de galán de cine mexicano, pero él venía de los potreros del riachuelo de Buenos Aires. José Manuel Moreno, el más querido de los jugadores de la “Máquina” de River, gozaba despistando: sus piernas piratas se lanzaban por aquí, pero se iban por allá, su cabeza bandida prometía el gol a un palo y lo clavaba contra el otro”, lo describió Eduardo Galeano.

 

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