La pésima reacción de los mercados financieros a cualquier indicio de un posible triunfo de Dilma Rousseff en el balotaje brasileño de este domingo no da cuenta sólo del favoritismo de los inversores por el opositor Aécio Neves, sino también de la necesidad de la presidenta de recomponer esos lazos rotos en caso de permanecer por otro período en el Palacio del Planalto.
Esto tuvo el martes último una nueva expresión con la caída del 3,44 por ciento de la Bolsa de San Pablo, que cerró en su menor nivel desde junio. La baja siguió a otra del 2,55 por ciento del lunes, todo en reacción a las últimas encuestas, que muestran a la mandataria socialista pasando al frente por primera vez en la campaña para la segunda vuelta. El real, en tanto, se devaluó un 0,65 por ciento frente al dólar.
Dilma no sólo piensa en estas horas en lo que debe hacer para cimentar sus posibilidades. También hace planes para recobrar la confianza de los mercados, sin los cuales le será muy difícil restaurar el vigor de la economía. Que ésta es su gran necesidad queda demostrado por lo mucho que le está costando ser reelecta y por las frías cifras: el suyo ha sido un mandato pobre en términos de crecimiento. Este año, tras superar una breve recesión, el PBI de Brasil cerrará con un alza ínfima del 0,27 por ciento (según las últimas estimaciones privadas) y los tres anteriores distaron de ser brillantes: 2,5 por ciento en 2013, 1 en 2012 y 2,7 por ciento en 2011.
La inflación, en tanto, es una queja especialmente intensa entre los empresarios, pero también para una población que afronta el día a día en un país que consideran demasiado caro, sobre todo en vivienda y transporte. El martes se conoció que el índice de precios al consumidor se aceleró en la primera mitad de octubre, lo que permite proyectar un 0,48 por ciento para el mes. Si este número se confirma, la inflación interanual llegará al 6,62 por ciento, por encima del techo de la meta del Banco Central, del 6,5 por ciento.
Mantega no
En Brasil se apuesta a que Dilma nombrará a un empresario al frente del Ministerio de Hacienda o, al menos, a alguien que no despierte más resistencias, dado que ya en la campaña para la primera vuelta había anunciado que Guido Mantega, tras ocho años en los gabinetes del Partido de los Trabajadores, no estaría en su segundo gobierno por convenientes “cuestiones personales”. La presidenta y su ministro saliente son acusados por el empresariado de haber dejado de respetar la autonomía de hecho del Banco Central que rigió en los años de Luiz Inácio Lula da Silva, de haber intervenido excesivamente en la economía y de haber incrementado de manera imprudente el gasto público.
José Roberto Novaes de Almeida, doctor en Economía y docente de la Universidad de Brasilia, resumió el punto de vista de los críticos. “El primer gobierno de Lula fue muy firme en cuanto a mantener políticas macroeconómicas sólidas: control de la inflación, control del déficit fiscal y tipo de cambio flotante. Su segundo gobierno ya dejó que desear, con un ministro de Hacienda poco convincente. El país empezó ahí a perder el rumbo”, dijo. ¿De quién hablaba? De Mantega, desde ya.
Con Dilma, “hubo una pérdida de confianza de los empresarios privados en el gobierno.
Las estadísticas de gasto público y de comercio exterior fueron manipuladas, generando una percepción de que el gobierno es irresponsable”, agregó Novaes de Almeida.
Tres de los que no enojan
Así, en busca de figuras potables tanto para el PT como para los factores económicos, los asesores de la campaña oficialista barajan al menos tres nombres.
Uno es el de Josué Gomes, titular de la textil Coteminas. Esa posibilidad no debe sorprender, ya que es el hijo de José Alencar, el ahora fallecido vicepresidente de Lula da Silva y hombre que cumplió el mismo rol apaciguador en las elecciones de 2002, cuando los mercados no querían saber nada con el ex sindicalista y acompañaban su suba en las encuestas con caídas de las acciones y del real aún más dramáticas que las actuales.
Otra alternativa es Aloizio Mercadante, actual ministro jefe de la Casa Civil (jefe de Gabinete) y coordinador económico de la campaña petista, a quien se considera un moderado.
Por último, se menciona a Nelson Barbosa, un ex viceministro de Hacienda, que dejó su cargo el año pasado supuestamente por discrepar con la línea de Mantega.
Los mencionados no van a provocar grandes muestras de rechazo, pero si se quiere un golpe de efecto tal vez tampoco sean los más indicados. Esa entidad vaporosa llamada “mercado” pide más. Novaes de Almeida repasó su agenda.
“Urge recuperar la confianza del empresariado con políticas tradicionales de reducción de impuestos, de gastos y en el supergeneroso sistema de jubilaciones y pensiones, particularmente en el sector público”, explicó. En relación con la nunca resuelta problemática previsional, añade que “es emblemático que las hijas casadas y que tienen un empleo regular sigan recibiendo la pensión de sus padres si son militares”.
Ése es uno de los muchos ejemplos de privilegios irritantes que se citan en Brasil. Una promesa de Lula y de Dilma que jamás se abordó, básicamente para no irritar a algunos de los sindicatos más poderosos del país. Si Dilma gana, ¿podrá hacerlo en un mandato en que su autoridad quedará mermada tras una campaña en la que, por sus tropiezos, el PT estuvo a punto de perderlo todo?