La “nueva agresión unilateral británica” en nuestras Islas Malvinas –tal como definiera el gobierno nacional al envío de la plataforma Ocean Guardian para la exploración petrolera en nuestras aguas alrededor del archipiélago–, ha producido todo tipo de reflexiones sobre el pasado, el presente y, fundamentalmente, el futuro de la causa por la recuperación de nuestras islas Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y espacios marítimos adyacentes.
La más importante, a mi entender, es la demolición del argumento central de la desmalvinización, esto es, la reducción del conflicto de Malvinas a patologías endógenas, en especial a las intenciones de la dictadura militar por perpetuarse en el poder, que explicaría –según la policía del pensamiento único que ocupa la mayor parte de los espacios de producción simbólica en la Argentina–, las causas de la guerra de 1982.
Como sucediera en 1806 y 1807, los argentinos volvemos a comprobar la real existencia de la otredad –lo que no somos, el enemigo–, para reafirmar lo que somos, la identidad.
En efecto, el proceso de construcción de nuestra nacionalidad estuvo íntimamente ligado a las incipientes afirmaciones autonómicas de los pueblos de la América hispánica, enfrentados a la voracidad imperial anglosajona. Esto se resume perfectamente en la famosa definición del general Manuel Belgrano ante las Invasiones Inglesas: “El amo viejo, o ninguno”.
Y como ocurriera durante el nacimiento de la Patria, la respuesta más significativa a la nueva agresión británica provino de las treinta y dos repúblicas iberoamericanas, cuando reunidas en la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe el 22 de febrero de 2011, no sólo instaron al Reino Unido de Gran Bretaña y a la Argentina a reanudar las negociaciones por la soberanía sobre los archipiélagos australes, sino que rechazaron unánimemente la escalada producida por la potencia ocupante al instalar la plataforma de exploración petrolera alrededor de Malvinas.
Incluso, antiguas colonias británicas del Caribe, por primera vez, suscribieron el documento, constituyendo un importantísimo logro diplomático.
Sin embargo, para que la declaración diplomática se convierta en acción política concreta, creemos necesario perseverar en el camino iniciado por el gobierno nacional cuando, previo a la Cumbre de Cancún, dictó el decreto 256, con el propósito de dificultar la operatividad del transporte marítimo desde las aguas jurisdiccionales argentinas hacia el territorio en disputa.
El mensaje implícito de esta medida hacia las compañías petroleras es: “Para que el negocio sea posible, no se puede obviar a la Argentina; de lo contrario, le encareceremos los costos al punto de su inviabilidad económica”.
Pero la Argentina, sola, no puede. Para que ese mensaje sea contundente se requiere la solidaridad concreta de los países que comparten costas en el continente suramericano. De nada valdrá que nuestro país endurezca su posición, si la plataforma petrolera y la base militar británica que le garantiza su seguridad siguen abasteciéndose desde puertos sudamericanos.
Es imprescindible que Brasil, Uruguay, Chile y Argentina acordemos un bloqueo total a las islas, que dificulte realmente el abastecimiento de la plataforma petrolera que opera ilegalmente en nuestras aguas, y que ese bloqueo incluya todo tipo de comunicaciones, no solo navales, sino también aéreas.
La denuncia de la declaración conjunta del 14 de julio de 1999, donde la Argentina y el Reino Unido acordaron el restablecimiento de las comunicaciones aéreas a través de vuelos regulares –que cubre desde entonces la aerolínea de bandera chilena LAN– se impone como medida obligada en las actuales circunstancias.
Pero la caridad bien entendida empieza por casa. De poco nos servirá reclamar solidaridad a los países hermanos si por nuestra parte no somos absolutamente coherentes en el plano doméstico. Y aquí surgen diversas reflexiones sobre debates aún no saldados internamente.
Uno de ellos, es el de la Defensa Nacional. El Derecho Internacional no impide a las naciones el ejercicio de su legítima defensa; por el contrario, es el único caso en el que habilita el uso de la fuerza. ¿De qué otra manera que “agresión unilateral” podemos calificar a la existencia de una base militar extranjera en el territorio argentino de Malvinas, o el reforzamiento de esa fuerza con submarinos nucleares y aviones de combate de última generación?
Efectivamente, no estamos ante una hipótesis de conflicto: estamos ante un conflicto real provocado por una invasión extranjera. Ante los argumentos pacifistas extremos, conviene recordar la sentencia de Federico el Grande: “Pretender que una nación ejerza su política exterior sin capacidad militar, es lo mismo que querer hacer música sin instrumentos”.
Es imprescindible, en consecuencia, que la Argentina redefina su proyecto de defensa nacional, que involucra inevitablemente –por disposición constitucional–, la recuperación de las islas Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y espacios adyacentes.
Cómo y con quien lo haga –si es en asociación regional–, es otro tema de discusión. Pero no puede renunciar al principio de legítima defensa.
Anterior a ello, nos debemos un profundo debate cultural sobre la causa de Malvinas.
El hecho de que la guerra de 1982 haya transcurrido durante la última dictadura militar les impide a intelectuales, académicos, periodistas, pensadores y dirigentes políticos y sociales reflexionar sobre las múltiples dimensiones en que se pueden abordar las causas y las consecuencias de la guerra.
Parece que los defensores del “pensamiento crítico” se tararan ante el acontecimiento, quedando desbordados ante su complejidad, repitiendo los sencillos y falaces argumentos de Margaret Thatcher en el momento del enfrentamiento. Bartolomé Mitre, desde su aristocrática tumba, debe estar muy complacido con la labor de sus discípulos.
Seguramente no pasará lo mismo con las más humildes tumbas de nuestros compañeros caídos por la defensa de nuestras islas Malvinas, Georgia del Sur y Sandwich del Sur. Ellos están esperando que tengamos una actitud más acorde con su sacrificio.
Es muy probable que cuando saldemos estas deudas pendientes con nuestra historia –es decir, con nosotros mismos–, estaremos en mejores condiciones de construir una auténtica unidad sudamericana y el camino de la recuperación de Malvinas nos parezca más cercano, menos “eterno”.
Que así sea.