Esteban Guida y Rodolfo Pablo Treber
Fundación Pueblos del Sur (*)
Especial para El Ciudadano
Hace unos días el ministro de Economía, Martín Guzmán, criticó al gobierno de Mauricio Macri por no haber utilizado el fenomenal endeudamiento externo contraído durante su gestión para transformar la estructura productiva argentina.
Esta declaración apunta más bien a señalar las deficiencias del gobierno anterior, pero revela la urgencia y necesidad de operar sobre la estructura productiva argentina para poder terminar con los problemas económicos más profundos y sus consecuencias bien conocidas. Esto viene al caso de que, cuando el ministro se refiere a su propia gestión, pone el énfasis en la estabilidad y en la recuperación económica, sin entrar en las cuestiones de fondo relacionadas con la producción y la inserción internacional del país en el comercio mundial, que son las que en definitiva importan.
En la misma conferencia, el ministro señaló que la recuperación económica que se está registrando en el país tiene “características heterogéneas”. Es una manera delicada de decir que algunos sectores están mostrando indicadores positivos de recuperación, mientras que otros no logran superar los niveles de producción previos a la pandemia. En efecto, al analizar en profundidad el último Informe del Indec sobre el Índice de producción industrial manufacturera, se puede apreciar que el sector automotriz presenta un crecimiento interanual del 99,2%, mientras que muebles y otras industrias manufactureras es de -8,2%; minerales no metálicos y metálicas básicas creció el 46,4% interanual, pero alimentos bebidas y tabaco, el 3,9%.
A su vez, dentro de cada sector se observa un crecimiento interanual muy dispar. Por ejemplo, dentro de la categoría textil, el rubro hilados de algodón creció un 60,8% interanual, mientras que Preparación de uso textil, cayó un 14%. Un fenómeno semejante se observan en otras categorías también, como sustancias y productos químicos y petroquímicos, o vehículos y automotores. Desde luego, hay sectores cuyos subsectores tuvieron movimientos más homogéneos; dentro de los que no muestran una tasa de crecimiento interanual importante, se encuentra productos de tabaco; madera, papel e impresiones; muebles y colchones, y otras industrias manufactureras.
Si bien el informe del Indec no detalla la cantidad de empresas que integran cada sector, se puede observar que buena parte de las actividades que se caracterizan por un elevado nivel de concentración muestran elevadas tasas de crecimiento interanual y mayor capacidad de recuperación post crisis. Por ejemplo, vehículos automotores (154,3%), motocicletas (78,7%), fundición de metales (79%), siderúrgica (63%), o hilados de algodón (60,8%). Esto no quiere decir que no haya sectores con mayor número de empresas que también muestran un crecimiento interanual positivo, sino que, dentro de la heterogeneidad mencionada por el ministro, no sólo hay que tener en cuenta los diferentes sectores, sino la composición dentro de cada uno y su grado de concentración.
En la enumeración de las cuestiones positivas que hizo el ministro, se encuentra el fuerte crecimiento de la industria, la recuperación de la construcción, el incremento en el valor de las exportaciones y la recuperación de las economías regionales. Son cuestiones válidas, pero no se ubican en el marco de un proyecto de crecimiento y desarrollo que prevea los conflictos originados en el crecimiento de la economía argentina. El primero de ellos (por la criticidad de sus efectos conocidos) es el achicamiento del superávit comercial que se viene dando desde que la economía acusó lo más agudo de la recesión. Desde el comienzo de la recuperación post pandemia, y morigerado por las restricciones de abril-mayo, el superávit comercial se viene achicando y, si la economía sigue este ritmo de crecimiento, muy probablemente empecemos a observar un déficit comercial hacia fines de año. No hay ninguna razón para pensar que el conocido problema de la restricción externa esté ausente en este período de recuperación porque, en rigor de verdad, no hay cambios estructurales en este modelo económico, tal como criticó Guzmán respecto al modelo macrista.
Las políticas transversales que se están aplicando, más alguna que otra cuestión sectorial, no pueden ser vistas realmente como pasos en una transformación estructural. De hecho, el crecimiento de los sectores tradicionales, la consolidación de la concentración económica en sectores clave y la vigencia de un perfil exportador agropecuario son claras muestras de ello.
A fin de encarar esta necesaria y urgente reestructuración del aparato productivo argentino, queda claro que lo conveniente al desarrollo nacional no es seguir enfocándonos únicamente en exportar más de los productos que hoy vendemos al mundo. Eso está bien (sobre todo por sus efectos fiscales), pero no alcanza. Por el contrario, la salida nacional se encuentra en producir localmente una mayor cantidad de insumos y bienes que la economía importa. Esos más de 60.000 millones de dólares anuales no son otra cosa que la principal causa de dependencia a la moneda extranjera, la falta de empleo para los argentinos y, por lo tanto, la insustentabilidad económica y social de este modelo.
Necesitamos implementar un proyecto de industrialización por sustitución de importaciones para quebrar una estructura económica que cercena nuestras chances de desarrollo, acrecentando el mercado interno y elevando el nivel técnico y cultural del Pueblo a partir de la cultura del trabajo (que viabiliza todas las otras). No existen soluciones mágicas de economistas tecnócratas ni ideologías extranjeras que adoptar para salir de esta aberrante situación de injusticia social.
En principio, para cumplir ese objetivo, se precisa la voluntad política de recuperar el rol histórico del Estado en la planificación e inversión en los sectores estratégicos de la economía nacional. Resulta indispensable recuperar la administración del ahorro nacional para contar con soberanía monetaria, y el comercio exterior para ejecutar el proyecto económico consecuente. Banca multinacional, aduana privada, oligarquía terrateniente y empresarios importadores nunca lo hicieron –ni lo harán– por sí solos.
En la propia historia encontramos antecedentes exitosos que validan esta asociación como el modelo argentino de desarrollo por excelencia: Estado en los sectores estratégicos impulsando y promoviendo al capital privado. En nuestra Patria no existió industria manufacturera antes de la nacionalización del comercio exterior de Juan Manuel de Rosas, tampoco industria energética antes de YPF, ni grandes gasoductos antes de Gas del Estado. No existió industria naval antes del Astillero Río Santiago, ni nuclear antes de la Comisión Nacional de Energía Atómica, ni militar antes de Fabricaciones Militares, ni siderúrgica antes de Somisa… Nada grande antes de una inversión estatal. En la práctica es cumplir la máxima de subordinar el capital al interés social, porque los mercados libres no existen: los regula el Estado a favor del bien común, o los grupos económicos en su propio beneficio.
Es por eso que cuando los gobiernos de turno delegan, en beneficio foráneo, funciones inherentes al Estado, se lo privatiza, parasita o abandona, sobrevienen desocupación y productos extranjeros al mismo tiempo. Lo mismo sucede cuando intenta ejercer como árbitro, sin participación activa, es débil, incapaz y no perdura en el tiempo.
Más allá de lo que se plantea discursivamente, el gobierno debe demostrar con hechos que verdaderamente tiene esa la voluntad de transformación, porque hasta el momento eso no se vio.
(*) fundacion@pueblosdelsur.org