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«Discursos de odio y racismo: un fuego que luchamos por extinguir y aún humea»

Esta semana, durante los actos por el 80° aniversario del levantamiento del Guetto de Varsovia, en la capital de Polonia la gente se colocaba un narciso amarillo en la solapa, un emblema de la estrella de David que los judíos europeos debían llevar cosida a sus prendas durante el nazismo

Elisa Bearzotti/Especial para El Ciudadano

Cumplí 15 años en el ’76, cuando en el país pasaban cosas terribles. Imágenes de calles militarizadas, “razzias”, noticieros televisivos que adelantaron 40 años la aparición de las modernas “fake news”, presencia policial en locales nocturnos, escuelas secundarias, universidades y cualquier otro espacio que congregara jóvenes, resumen el escenario cotidiano de mis años jóvenes.

A pesar de tanta efervescencia ideológica, en el pequeño pueblo agropecuario donde me crié, las lecturas políticas no formaban parte del repertorio de esa adolescente devoradora de historias, que había transformado la biblioteca del colegio en su segundo hogar. En ese momento estaba en auge la industria editorial de “best sellers” y los autores, motorizados por empresas multinacionales proponían historias de espías, conspiraciones, crisis mundiales, y sobre todo, se dedicaban a producir aquellas que tenían la cuota de catástrofe suficiente como para merecer un formato fílmico. Así pasaron por mis manos títulos como “Infierno en la Torre”, “Petróleo”, “Aeropuerto”, “El día del chacal”, casi todos los libros de Morris West “Las sandalias del pescador”, “Los bufones de Dios”, “El abogado del diablo” hasta que apareció una perlita inesperada: “Mila 18” de León Uris.

El autor, un judío americano, hijo de inmigrantes polacos, desarrolló en sus novelas el drama del holocausto judío con una maestría inigualable, mostrando tal como sólo el arte puede hacerlo, los horrores de la Segunda Guerra Mundial. “Éxodo”, obra traducida a más de diez idiomas y que fue llevada al cine por Otto Preminger en 1960, “Topaz” llevada al cine por Alfred Hitchcok en 1969, “QBVII”, una de las primeras miniseries hechas para televisión con Ben Gazzara y un joven Anthony Hopkins en sus roles principales, fueron algunos de sus títulos más resonantes.

“Mila 18” cuenta una historia de amor agazapada entre los hilos de la guerra, la cual sirve como excusa para narrar los detalles de una de las más resonantes rebeliones populares del planeta: el levantamiento del Guetto de Varsovia. El personaje principal es Chris de Monti, un periodista americano que llega a Polonia en tiempos de la ocupación nazi y se enamora de una mujer judía que queda atrapada en el “gueto” y muere. A partir de allí decide hacer suya la causa de los jóvenes judíos que desafían a los tanques de Hitler con piedras, armas de fabricación casera y hasta con puños desnudos, proponiendo una ficción calcada de la realidad, cuyo aniversario se recordó esta semana con diversos actos organizados por la comunidad judía internacional y un pedido de perdón de parte de Frank Walter Steinmeier, presidente de Alemania. 

Un año después de invadir Polonia en 1939, los nazis delimitaron una zona en Varsovia donde, en tres kilómetros cuadrados hacinaron a casi medio millón de judíos. Muchísimos murieron debido al hambre y las enfermedades, y más de 300.000 fueron deportados a las cámaras de gas de Treblinka, un campo de exterminio ubicado a 80 kilómetros al este de la capital polaca.

El 19 de abril de 1943, un grupo de jóvenes que había logrado ingresar armas al gueto de manera clandestina y armar una pequeña organización inició una rebelión que se extendió hasta el 16 de mayo, cuando finalmente fue aplastada por las tropas nazis. Durante los días del levantamiento unos 750 combatientes fabricaron barricadas dentro de los edificios y búnkeres, hasta que los alemanes comenzaron a incendiarlos, uno por uno, obligándolos a salir de sus escondites. De los más de 56.000 judíos capturados, aproximadamente 7.000 fueron fusilados, y los restantes fueron deportados a campos de concentración.  

Este año, durante los actos del recordatorio, las sirenas municipales y las campanas de las iglesias de Varsovia repicaron en homenaje a los judíos aniquilados por los alemanes, mientras los presidentes de Polonia, Andrzej Duda; de Israel, Isaac Herzog; y de Alemania, Frank Walter Steinmeier rendían homenaje a las víctimas frente el monumento a los Héroes del Gueto, situado en el lugar donde se produjeron numerosos enfrentamientos durante el alzamiento.

“Estoy aquí hoy delante de ustedes y les pido perdón por los crímenes cometidos por los alemanes en este lugar”, dijo Steinmeier, primer jefe de Estado alemán en estar presente durante un acto de estas características. En toda la ciudad, como en años pasados, más de 3.000 voluntarios repartieron flores de papel, que la gente lucía en sus chaquetas y abrigos en recuerdo de Marek Edelman, el último comandante del alzamiento, fallecido en 2009, que acostumbraba recordar este aniversario depositando en solitario un ramo de narcisos al pie del memorial. Por el color y la forma, los narcisos de papel recuerdan la estrella de David que los judíos europeos debían llevar por imposición de los nazis. 

Vale la pena también mencionar este oscuro episodio de la historia de la humanidad en el momento en que acabamos de conocer la noticia sobre la vandalización del local partidario de Roberto Sukerman ubicado en Corrientes y Rioja donde, sobre la foto del candidato del Frente de Todos a intendente de Rosario, apareció dibujada una estrella de David junto a la leyenda “rata judía” y “judío de mierda”.

Ante esta situación, Sukerman se presentó en el Ministerio Público de la Acusación de la provincia para realizar la denuncia correspondiente, sin que por el momento se conozca el nombre de los responsables.

“Yo esto lo atribuyo a la proliferación de los discursos de odio, porque nunca me pasó una cosa por el estilo, esto es inédito y me sorprende”, dijo el actual jefe de Gabinete del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación.

En relación al tema, Darío Teitelbaum, ex director para América Latina del movimiento juvenil judío Hashomer Hatzair al que perteneció uno de los líderes del histórico levantamiento del Gueto de Varsovia dice: “los discursos de odio pueden conducir a genocidios, porque logran transformar a una población o a un grupo social, ideológico o político en objeto de odio. Esto incluye la intención de su desaparición, de su eliminación”.  

Pareciera ser que, a pesar de la magnitud de la barbarie nazi tan espantosa que todavía hoy algunos deciden negarla, algunos fuegos que creímos extinguidos siguen humeando. ¿Es que acaso el odio no dejará nunca de extender sus tentáculos sobre la atribulada humanidad? Hoy más que nunca vale la pena recordar las resonantes palabras del alegato final del fiscal Julio César Strassera en el juicio contra los integrantes de la Junta Militar: “Señores jueces: ¡Nunca Más!”.

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