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Disfrutar del trabajo

Por: Presbítero Jorge Nardi

Pienso que es una fortuna trabajar en lo que siempre se soñó realizar y se puso los medios para alcanzar. Si eso no es posible hay que intentar libremente hacer con agrado la tarea del momento, tal vez con vista a lograr otra mejor. Trabajar con un ideal alegra, rinde y perfecciona a quien lo hace, a los demás y a lo que se forja. Todo depende del sentido que se le dé a los quehaceres.

Hace unos años un hombre pasó un día por un terreno que durante mucho tiempo había sido un baldío y observó que tres albañiles estaban comenzando una construcción. Curiosamente les preguntó qué estaban haciendo. Uno dijo: “Me encuentro trabajando como un animal en este día de calor para que después otro se lleve los honores de todo lo que hago”. Un segundo hombre afirmó: “Estoy ganando el pan ya que si yo no trabajo, mi familia se vendrá a pique”.

Un tercero dijo: “Estamos construyendo una maravillosa escuela que servirá para que muchas personas sean formadas como gente de bien en la sociedad. Estoy muy feliz de trabajar acá”.

Así como los tres albañiles hacían lo mismo con diferentes actitudes también puede suceder que nuestro trabajo lo estemos forjando con gusto como el último o con quejas que pueden hacer mucho más pesado lo que sería llevadero si se realizara con libertad interior.

Cuando falta la diligencia todo se torna más duro, desagradable y a veces insoportable porque no hay valores internos que lleven a que la persona se sienta ennoblecida con lo que hace.

Lo que dignifica cualquier trabajo es la persona que lo realiza buscando el bien, no el tipo de trabajo, por eso cuando se hizo un estudio en Estados Unidos sobre este tema se llegó a la conclusión de que “nadie vale cien veces más que otra persona sólo porque se le pague cien veces más”. Todo depende de la postura íntima que existe en medio de las actividades. Por eso, valen mucho los servicios de una madre, de un albañil, de un profesional, de un carpintero o quien sea, porque cada uno aporta algo al cometido que los humanos tenemos de administrar este planeta que habitamos. Lo que se logra a favor de los demás con amor es lo que permite alcanzar la felicidad en lo que se hace.

El cinco de enero de 1964, Pablo VI visitó Nazaret y allí predicó: “Nazaret es la mansión del Hijo del carpintero. Aquí quisiéramos comprender y celebrar la ley severa y redentora del trabajo humano; restaurar la conciencia de la nobleza del trabajo; recordar que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, sino que su liberación y su nobleza le viene, más que de su valor económico, de los valores que lo inspiran”.

Antiguamente el trabajo manual pesado se asignaba a los esclavos pero después que Jesucristo quiso asumirlo junto con todo lo humano como propio, éste adquirió un nuevo sentido mostrando que cada uno vale más por lo que es que por lo que hace. Cualquier actividad que se realice puede poseer un valor grandísimo porque lo importante es cómo lo lleva a cabo la persona.

En este tiempo se requiere un respeto por cada ciudadano ya que todos debemos tener acceso al trabajo sin segregaciones de raza, clase social, sexo, religión o cultura. Nos permite transformar la naturaleza adaptándola a las necesidades propias y de los otros, creando fuentes de trabajo cuando se han recibido las posibilidades de ingresos para hacerlo, siendo creativos y generosos con quienes tienen menos, lo que es una responsabilidad urgente en la actualidad.

Se necesita tener bien claro las metas que deben ser prácticas y alcanzables. Sabiendo hacia donde vamos podremos producir mucho, con calidad profesional, para ello se requiere esforzarse internamente por adquirir buenos hábitos de laboriosidad dejando de lado cualquier recuerdo negativo que nos intranquilice, deleitándonos en el aquí y ahora con pensamientos positivos que nos lleven a disfrutar de nuestro trabajo.

Conviene ser meticulosos ya que el trabajo bien hecho suscita el placer de hacer el bien a los que servimos. En cambio, lo que se hace con descuido puede suponernos una gran tristeza y un daño a los demás, especialmente cuando se realiza algo delicado.

Para conservarnos contentos en el trabajo necesitamos creatividad cotidiana, evitando la rutina que consiste en llevar a cabo lo de siempre pero evitando hacerlo como siempre. También es conveniente mejorar los espacios físicos en donde producimos nuestras obligaciones para que sean lo más acondicionados posibles. En el trato con los demás siempre es aconsejable evitar las polémicas e impedir que las maneras negativas de otros nos interrumpan en lo que ejecutamos. Nos conviene tener iniciativas amistosas en los diálogos humectando el ambiente con buen humor.

Jamás dejemos que las dificultades que surjan nos quiten el regocijo y aprendamos que nadie puede vivir sin problemas circunstanciales, pero cada uno debe elegir la actitud interna, discerniendo de qué manera se pueden solucionar con fortaleza si es factible o aceptándolos con serenidad si no se pueden cambiar, creyendo que todo es para bien.

Me parece que no se trata de aspirar a ser superhéroes y que conviene vivir el equilibrio entre el descanso y las actividades, animados por un ferviente ideal que es fuente de vida saludable.

Quien no puede permitirse intervalos convenientes para el reposo hace notorio que ha descuidado la mesura para sí mismo y en algún momento el cuerpo lo forzará a aceptar su límite.

Dicen que para integrar el Club de los Infartados se requiere: “Ir a la oficina los sábados, domingos y fiestas, llevar a casa los asuntos pendientes, nunca decir que no a lo que los demás soliciten, formar parte de todas las comisiones, aceptar todas las invitaciones a fiestas, aprovechar el tiempo de las comidas para resolver problemas pendientes, jamás perder el tiempo practicando un deporte o en un hobby, aplazar siempre las vacaciones, no delegar responsabilidades, viajar de noche para trabajar de día, nunca pedir ayuda y escribir como lema: ¡Mi trabajo ante todo!”. Cuando analicé estos puntos pensé que ello puede surgir de una adicción al trabajo por la búsqueda de reconocimiento, por la ambición desmedida de poseer o por esconder algo detrás de las impetuosas actividades.

Es un riesgo que cualquiera puede correr plantados como estamos, en el frenesí de esta sociedad actual.

Un viejo proverbio dice: “La hora más importante es la presente, la persona más importante es la que en este momento habla conmigo y el trabajo más importante es el que hago por amor”

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