En los últimos meses, la voz de la disidencia cubana se fue apagando de forma trágica. La primera en despedirse fue la líder de las reconocidas Damas de Blanco, Laura Pollán, que falleció a cusa de un cáncer. Más tarde, y aún consternados por ese deceso, Oswaldo Payá perdió la vida en un trágico accidente el 22 de julio. La ausencia de ambos representa un cimbronazo para la oposición al régimen de Raúl Castro, hoy sin un frente común.
“Con el fallecimiento de Oswaldo Payá, Cuba ha sufrido una dramática pérdida en su presente y una insustituible ausencia en su futuro. La gran lección que nos deja es la ecuanimidad, el pacifismo, la ética por encima de las diferencias, la convicción de que a través de la acción cívica y de la propia legalidad la Cuba inclusiva nos queda más cerca”, escribió la bloguera Yoani Sánchez, una de las caras más visibles de la disidencia. .
Al respecto, la periodista Tracy Wilkinson, del diario Los Ángeles Times, afirmó que estos decesos significa un “un golpe desmoralizador para un movimiento ya debilitado por el tiempo y el hostigamiento auspiciado por el gobierno”.
Como ejemplo de ese maltrato cotidiano, la semana pasada el funeral de Payá fue interrumpido por las fuerzas del gobierno para arrestar a los presentes, incluido el periodista Guillermo Fariñas, Premio Sarajov a los Derechos Humanos 2010, entregado por la Unión Europea. No solo eso, en los últimos dos años, luego de un pacto con la Iglesia católica local, el gobierno ha accedido a liberar decenas presos políticos de renombre a cambio de que abandonen el país. Con todo, quienes se atreven a desafiar el acoso oficial son reducidos a cuentagotas, y peor aún, los que resisten no están unificados bajo el ala un mismo movimiento.
“Dentro de las filas de la disidencia existe una gran variedad de opiniones respecto a los posibles caminos y destinos de la transición. Aunque algunas de esas rutas son divergentes, también hay numerosos puntos en los que todas confluyen. La necesidad urgente de que se produzcan cambios políticos, sociales y económicos es el hilo común que atraviesa a la sociedad civil”, explicó Sánchez en un artículo que fue publicado por el diario El País de España.
Así, chocan quienes que se mantienen a favor del embargo norteamericano a la isla y quienes lo defenestran, los que optan por las marchas en las calles de La Habana o los que prefieren levantar sus quejas a través de Internet. No sobran los que apuestan al diálogo con las autoridades o los que optan por medidas más radicales. Como sea, lo cierto es que hoy en día la disidencia es más conocida fuera que dentro de la isla y carece de propuestas concretas.
Payá era conocido internacionalmente por el llamado Proyecto Varela, una iniciativa de reforma constitucional que recaudó amplio apoyo entre la población cubana y por el que recibió el Premio Sajarov a los Derechos Humanos del Parlamento Europeo en 2002.
Con la medida, Payá buscaba impulsar reformas políticas en el país a favor de mayores libertades civiles. Para llevarlo a cabo, se amparó en el artículo 88 de la constitución local, que permite a los ciudadanos proponer nuevas leyes si más de 10.000 electores registrados se manifiestan a favor de la idea. A pesar de que la organización consiguió más de 24.000 adhesiones, la Asamblea Nacional le dio la espalda al pedido hacia 2004.
La respuesta de Fidel Castro fue un ataque de doble frente: convocó a su propio referéndum en el que declaró indiscutible el carácter socialista de la Constitución y lanzó una persecución sin precedentes a la disidencia, con énfasis al Movimiento Cristiano Liberación (MCL), fundado por Payá. En total fueron arrestadas 75 personas, hombres en su mayoría, lo que dio lugar a la creación de las Damas de Blanco, esposas, hijas y hermanas de los disidentes en prisión. Su lider, Laura Pollán, murió en octubre pasado.
Así, el fallecimiento de Payá saca de la batalla a uno de los pocos abanderados de la disidencia que lograba respaldos tanto dentro como fuera del país y que era admirado por su tenacidad política. No por nada, algunos de sus pares lo llamaban “el presidenciable”.