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«Divididos por la felicidad», cuarenta años de un disco que dio un soplo de vigoroso aire nuevo al rock nacional

En los ochenta el rock argentino tuvo un cimbronazo con la aparición de Sumo, sobre todo a partir del primer álbum oficial de la banda comandada por el rebelde con causa y contestario Luca Prodan. Ese registro, con sus líricas prodigiosas y desquiciadas, abrió las puertas a la irrupción del post-punk y a una forma singular de ejecutar el root, el ska y el dub que haría escuela en muchas bandas posteriores, como Los Piojos o Intoxicados por nombrar un par

Juan Aguzzi

La aparición de un pelado en los primeros años de los ochenta, que por momentos cantaba como si estuviera bajo la ducha en la escena porteña under, causó un considerable revuelo. Se trataba de un joven italiano que hablaba un inglés fluido por haber vivido en Gran Bretaña y haber hecho sus primeros intentos musicales en pleno efervescencia punk.

A ese joven que se había escapado de su adicción a la heroína en Londres, le gustaba criticar a otros músicos de gran predicamento como Charly García o el Flaco Spinetta o señalaba como “adaptados” al sistema a los Virus y a Los Abuelos de la Nada, e insistía en que al rock nacional había que sacarle el polvo que lo anquilosaba. Al poco tiempo, ese pelado que se llamaba Luca Prodan armó Sumo, una banda de aires contestatarios y revulsivos con una marcada identidad under, pero que a la vez se erigiría como señera en la incipiente primavera democrática.

El primer álbum de Sumo, que ya había consolidado una formación con Luca a la cabeza; Ricardo Mollo y Germán Daffunchio en guitarras; Diego Arnedo en bajo; Alberto Troglio en batería, y Roberto Pettinato en saxo, fue Divididos por la felicidad, un título que albergaba un guiño explícito a Joy Division, la brillante formación inglesa de la escena post punk y dark. El disco fue grabado entre octubre de 1984 y enero del año siguiente y salió a bateas en abril de 1985. Divididos por la felicidad fue un disco con claras intenciones de sacudir el universo rock argento.

Su impacto fue inmediato porque Sumo sonaba muy diferente a la mayoría de las bandas de rock del momento y su performance escénica era poderosa y atractiva, pero además resultó una suerte de asidero para la generación post Malvinas, cuando ya las promesas de un mundo mejor de la democracia argentina comenzaba a hacer ruido por todas partes. La irreverencia de Luca Prodan era palpable no solo in situ, sino en la interpretación prepotente de los temas en un contexto de climas densos en los que sobresalía su actitud combativa.

Reggae sofisticado, rock crudo, punk enrevesado constituían el sello distintivo de la banda y Divididos por la felicidad no hacía más que poner de relieve la formidable síntesis que un por momentos desquiciado front man logró acompañado por otros músicos que compartían ese formato y apostaban a ser el síntoma de una época del rock con distintivos como una voz en inglés y un dispositivo que transformaba el reggae que tocaban en un campo de batalla nada desdeñable. Justamente la apropiación tan particular del género jamaiquino había hecho que un ejecutivo de la CBS se entusiasmara con el sonido de la banda y les propusiera la grabación de ese disco.

Ninguna experiencia previa en grabar un disco les tiraba algún tip, así que el proceso productivo fue algo bastante caótico –al fin y al cabo no hubiera podido ser de otra manera– y todos querían tener una última palabra sobre el sonido del registro. Lo cierto es que el resultado fue una gigantesca marejada de inventiva musical y era fiel también al sonido logrado en el vivo. Todo estaba bien apalancado en el dúo de viola y bajo de Mollo y Arnedo, al que se sumaba Daffunchio con una guitarra más ruidosa. Sobre esa trama, Pettinato metía punteos de saxo irascibles y punzantes y en ciertos pasajes absolutamente free, y Troglio le daba a los palos con la desmesura que lo caracterizaba.

La voz del Pelado cruzaba esa trama con vehemencia sajona, malabares operísticos (usaba una cámara de eco a cinta en algunos temas) y comandando coros apoteóticos mientras una cadencia reggae se entronaba más allá de cualquier previsión. La cubierta de Divididos por la felicidad exhibía dos ballenas yaciendo en una playa y lo que se entendía como una cita explícita a Joy Division en un juego de palabras traducidas y adaptadas libremente al castellano. Una curiosidad: la lírica del temazo “Mejor no hablar de ciertas cosas” es del Indio Solari, que creyó que Prodan la cantaba mejor que él, luego de que el pelado lo reemplazara en un concierto en La Plata. “La rubia tarada”, que fue la primera canción que Luca compuso en castellano y lanzaba sus cañones sobre la imbecilidad de las clases acomodadas, se convertiría en un clásico y sonaría como hit radial durante un buen tiempo.

La rítmica root de Divididos por la felicidad corre pareja con el dub y el ska envuelta siempre en un contexto tribal post punk que vuelve a los temas difíciles de encasillar y los sitúa en un vanguardismo que haría escuela en muchas bandas posteriores. Fue un disco con un despliegue rítmico versátil, dotado de una asombrosa vitalidad y con una imaginación desbordante para convertirse, de un tema a otro, en algo en permanente mutación, porque, claro, nada más lejos que alcanzar alguna perfección para ese pelado decidido a ocupar un lugar como un artista único en los dorados ochenta.