Hace más un mes, una bala policial terminaba con la vida de Franco Pereyra, un pibe de 17 años que vivía con su mamá y cinco hermanos. Cayó en una de las esquinas de República de la Sexta, el mismo barrio pobre que lo vio nacer y que a diferencia de otras zonas postergadas, tiene tintes de la clase media. Sus barrancas bordean los límites de Rosario con una ostentosa vista al río y en el centro de su geografía se levanta la ciudad universitaria. Por eso abundan las líneas de transporte, sus calles tiene bicisendas y en las garitas policiales siempre hay uniformados cuya única tarea es prevenir para que los cientos de estudiantes que desfilan a diario no sean blanco de robos. Franco vivía en ese barrio, pero pertenecía a la otra postal. A la de casillas precarias y pasillos largos donde la Policía sólo ingresa para hacer allanamientos y detenciones o apagar el fuego de algún búnker que incendian los vecinos (ver recuadro). Cursaba quinto grado en una escuela nocturna para terminar la primaria, junto a su mamá Natalia, de 34 años. Tenía una novia de su edad, que lo vio morir. Y se recuperaba de su prematura adicción a las drogas. De esos contrastes también están teñidos los relatos de su muerte. Porque de ella dan cuenta no sólo sus familiares y amigos, sino también agrupaciones barriales y universitarias que denuncian el crimen como otro caso de gatillo fácil.
Franco murió minutos antes de las diez de la noche del pasado 25 de junio en la vereda de Chacabuco al 1700. Según la versión de Ariadna A., la oficial de la Policía Federal que le disparó y que también vive en el barrio, a esa hora regresaba a su casa y tras bajarse de un taxi fue sorprendida por dos muchachos que intentaron sacarle la cartera. La uniformada contó que abrió fuego en defensa propia en una versión que contradicen los vecinos, quienes aducen que los dos carteristas fallidos se fugaron al trote y que la mujer que vestía de civil se asustó y le disparó a Franco, quien no estaba armado y volvía del parque con su novia.
“Lo extraño una banda”
Natalia tiene una mirada apagada que no condice con sus 34 años. Fue madre seis veces y crió a sus hijos sola, tras separarse de su pareja con la que vivía en Roldán. “La persona que estaba conmigo era adicta y yo quería sacar a mis hijos adelante, no que se hundan más en la droga. Entonces me separé, hace mucho tiempo. A mis chicos los crié siempre sola. Laburando. Elaborando cosas de porcelana fría para vender. Así salgo adelante, con eso y con el plan social”.
Dice que no está recuperada, que hace pocos días volvió a comer, que la tuvieron que operar de urgencia, que nunca más pudo volver a la casita que alquilaba y que se refugió un tiempo en lo de su madre, también a metros de La Siberia, en Esmeralda al 1900. Aclara que hay una esquina del barrio que ya no transita, porque es un lugar horrible; que visita todos los domingos el cementerio y que su único consuelo es encontrar justicia para que Franco descanse en paz.
“Quiero que se haga justicia porque lo mató mal. Primero él (por Franco) no le estaba robando, y otra, le hubiera dado un tiro en las piernas, pero ella le tiró a matar. Te digo la verdad, yo todavía no estoy recuperada, hace poco empecé a comer y no puedo tragar comida porque me falta un hijo. Ella (por la policía) me arruinó la vida a mí y a los hermanos de Franco. Sé que la vida de mi hijo no la voy a recuperar. Pero por lo menos quiero que pague lo que hizo, porque mi hijo no le estaba haciendo nada”.
Natalia saca las fotos que guarda como un tesoro, junto a volantes que fueron repartidos en distintas marchas que se hicieron frente a Tribunales. Uno lleva la firma del movimiento universitario Martín Fierro y en su texto titulado “La impunidad del gatillo fácil en Rosario” sostiene que es “inadmisible que los pibes de nuestros barrios sigan muriendo de esta manera. La dimensión del delito y el crecimiento exponencial del narcotráfico en la ciudad constituyen el telón de fondo de una violencia que siembra de miedo, dolor y desconfianza a la sociedad, llevándose la vida de los pibes de los barrios más humildes”.
Otro volante que se atribuyen Familiares y amigos de Franco Pereyra y fue hecho con la colaboración de organizaciones barriales se titula “Basta de gatillo fácil” y exige que “la Policía deje de abusar de su poder, que no nos peguen más, ni nos maten como si nuestra vida no valiera nada”. El escrito también denuncia amenazas sufridas durante distintas movilizaciones e invita a sumarse a la lucha bajo el lema “Ni un pibe menos”.
“Franco era un chico bueno, era muy compañero con los hermanos y solidario con la gente del barrio. Se estaba recuperando de su adicción, hacía poco había salido del instituto (por el Irar), y había empezado la escuela nocturna. Yo iba con él para acompañarlo y porque también quería terminar la primara. Lo extraño una banda”, dice Natalia mientras recuerda la última vez que lo vio con vida.
“Ese día, salí a hacer los mandados. Franco me dijo que haga de comer y me dio 20 pesos. Le avisé que cocinaba y lo llamaba. Cuándo salí a buscarlo no estaba y pensé que había ido a la casa de mi hermana. Al ratito, cuando estábamos sirviendo la comida, apareció una vecina para avisar que a mi hijo lo tenía la Policía, mal. Pero nunca me imaginé eso. Cuando llegué no me dejaron acercarme al cuerpo y encima los policías no me creían que era la madre porque decían que era muy joven. Su novia, que estaba con él y otros vecinos que vieron lo que pasó, aseguraron que Franco no tenía nada que ver. Que los pibes que quisieron robar la cartera se fueron corriendo y que Franco volvía del parque. También contaron que su novia le preguntaba a ella (por la uniformada) por qué le disparó y le gritaba que llame a una ambulancia, pero que ella le dijo «dejá que se muera ese choro», lo pateó y lo insultó”, reconstruyó Natalia.
La causa es investigada por el Juzgado de Instrucción de la 5ª Nominación, a cargo de María Luisa Pérez Vara y Lucía Araoz, de la Fiscalía Nº 1.
En dicha oportunidad, voceros relacionados a la investigación de la causa indicaron que el adolescente recibió un solo disparo que le ingresó por el brazo y le perforó el pecho. Las fuentes agregaron que la única arma secuestrada es la reglamentaria de la efectiva policial, la cual está siendo peritada.
El búnker de la esquina
El búnker de drogas ubicado en Esmeralda al 1900 ardió el 1° de agosto pasado cuando cerca de las 8 de la mañana se prendió fuego un colchón que había en su interior. Las llamas fueron controladas por personal de Bomberos, quien constató que no había personas en su interior como tampoco la presencia de estupefacientes. Este lugar, ubicado en inmediaciones de la casa de los familiares de Franco, había sido denunciado por vecinos de la zona en varias oportunidades y allanado cinco veces. Además, desde el gobierno provincial indicaron que el sitio fue derribado en dos ocasiones. Sin embargo, residentes del barrio República de la Sexta aseguraron que la construcción se vuelve a levantar en pocas horas para seguir comercializando estupefacientes.