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Don Pedro Tuella, más allá de su fallida historia

Por: Ernesto Del Gesso

En la nota anterior, aprovechando que transitamos el año del Bicentenario de la Revolución de Mayo, nos referimos al festejo del supuesto segundo centenario de la fundación de la ciudad, basado en la historia de nuestro personaje de hoy, que por dos siglos tuvo plena vigencia y reconocimiento oficial. Lectores amigos han comentado que el párrafo referido al conocimiento de la vida de Tuella, si bien no determina continuidad inmediata, crea una expectativa sobre el personaje que sería conveniente satisfacer. Atendiendo la sugerencia y agregando el objetivo de ampliar la difusión del ámbito, esto es, la Capilla del Rosario, en el que se desarrolló la vida de uno de sus principales pioneros, se toma el desafío con la salvedad de tener que repetir algunos contenidos expuestos en el artículo de la semana anterior, válidos para los que inician la lectura con el presente.

En aquella nota, sobre datos biográficos de don Pedro Tuella y Mompesar, sólo señalamos su origen aragonés, que ampliamos con su nacimiento aproximadamente por 1738 inferidos de sus propios datos. Éstos figuran en un documento al que haremos mención más adelante. Otra fuente nos informa sobre su villa natal, Naval, cerca de Barbastro, ciudades de la provincia de Huesca, en la región de Aragón. De su llegada al Río de la Plata por 1759, fecha basada en el mismo documento antes citado, sabemos de su actividad en puestos oficiales en la ciudad de Montevideo. De allí dice haber pasado a las Misiones de Guaraníes y desempeñarse como maestro de escuela en el pueblo de Itapúa, en el que dictó clases a un “crecido número de indiecitos”, y agrega que en Rosario desembarcó por accidente.

De estas interesantes informaciones sobre su actividad anterior a su afincamiento en la Capilla no registramos datación, pero según unos en 1774 y otros en 1775 se lo ubica ejerciendo aquella función iniciada en las misiones. Por el artículo anterior sabemos de su casamiento con doña Nicolasa Costey y la designación para la administración de las recaudaciones fiscales de estancos y alcabalas; la apertura de su pulpería, sin que esta última actividad de pulpero se oponga a la de poeta e historiador. Claro que esta última, publicada en “El Telégrafo…”, a pesar de sus interesantes aportes de distintos órdenes sobre la ciudad, falló en lo estrictamente histórico y llevó a festejar un bicentenario de su fundación en 1925, que luego, investigaciones más modernas, demostraron que tanto datos como interpretaciones eran erróneas. La nota del pasado martes 9 desarrolla ese tema. Pero don Pedro Tuella fue un calificado poblador de la Capilla del Rosario con saldo muy positivo y suficiente para ser juzgado sólo por aquella historia fallida. Además, algunas de sus acciones tienen cargas amargas y otras, felices. Ambas están relacionadas con la Revolución de Mayo. Una, la amarga, en forma directa al Bicentenario que cursamos. La otra, feliz, tiene a su vez un tinte de calor humano y está vinculada con el hecho histórico más importante de la ciudad y que la identifica.

Para don Pedro la Revolución debió haber sido conflictiva. Había demostrado su espíritu españolista y monárquico en numerosas oportunidades. Sin embargo, el historiador jesuita, padre Guillermo Furlong, lo define como patriota, al tratar este tema que afectó profundamente a aquel hombre. La circunstancia fue la visita y hospedaje en su casa del aragonés Gervasio Algarate, que tenía pretensiones de poeta, al que Tuella le había dedicado un escrito. El mismo, publicado en Buenos Aires con largo título que resumimos en “Odio a Francia”, estaba referido a la heroica resistencia de Zaragoza, capital de Aragón, ante las tropas invasoras de Napoleón. Pero el fondo de la cuestión fue que el aragonés estaba comprometido con la monarquía y tuvo que fugar a Brasil. De su paso por la Capilla y hospedaje en la casa de Tuella hay dos versiones. La del historiador de Rosario Juan Álvarez, que caracteriza al tal Algarate de herbolario y curandero y lo sitúa bajando de uno de los barcos que siguió aguas arriba, desde San Nicolás, después de que la flota a la que pertenecida había batido a nuestra primera flotilla frente a ese pueblo a principios de 1811. Durante su estadía habría lanzado coplas que terminaban con la repetida mención “La República Argentina / no puede tener marina”. La otra versión pertenece al citado padre Furlong, que no hace referencia a los barcos. La relación comprometió a Tuella y a la Junta llegaron “abultadas” informaciones (en toda sociedad hay amigos y de los otros). De resultas de todo esto, Hipólito Vieytes, llegado a Rosario a raíz de las incursiones navales y planificar la instalación de baterías, notificó a Tuella que quedaba exonerado del cargo de administrador de las rentas fiscales y le advirtió que por su edad no se lo desterraría lejos de la costa, como a otros españoles que no acataban la Revolución. Duro golpe para Tuella, que apeló. En el oficio elevado a la Junta, dirigido a Cornelio Saavedra, hace referencia a lo actuado desde que llegó al país, documentos del que tomamos los datos iniciales. También describe los materiales de mucho valor que aportó a la construcción de las originales baterías, obra que luego fue suspendida su construcción. Sobre la visita de Algarate señala que fue con aviso anticipado y con pedido de reserva de cuarto. Que aquel llegó con otras personas que siguieron viaje, todos con licencia para viajar a Santa Fe. Ampliaba el descargo con la observación de que Algarate investigaría la naturaleza de la región para la Cátedra de Botánica que se abriría en Buenos Aires (se encuentra aquí una coincidencia con la denominación de herbolario dada por Álvarez) y agrega que desconocía que aquel era hombre “malo”. Después de conocido el presente descargo, puede considerarse que el padre Furlong haya basado en este documento su posición. Lo importante del oficio, aparte de aquello de hombre “malo”, es que los datos podían ser verificados para definir si eran reales o falseados. La Junta envió el expediente al Cabildo de Buenos Aires y este cuerpo avaló la declaración de Tuella por lo cual la Junta, el 9 de julio de 1811, revocó lo actuado restituyéndolo en sus cargos y declarando que “…está en pie su buen nombre y reputación”.

El siguiente relato también está relacionado con la Revolución en su proceso de consolidación y, como se adelantó, feliz para nuestro hombre más de vinculado con la historia de la ciudad. Se trata de aquel glorioso 27 de febrero de 1812 cuando Belgrano en las barrancas de la Capilla del Rosario enarboló por primera vez la enseña patria. Durante su estadía en la Capilla, el general se hospedó en la casa de María Catalina Echevarría de Vidal, dama que la tradición le asigna ser quien confeccionó la primera bandera argentina. Esta señora había quedado huérfana de padre y madre cuando niña y fue adoptada por el matrimonio Tuella Costey, sin hijos. La niña fue criada y educada a tal grado de hija, que tanto en el testamento conjunto, que es una hermosa página de amor, y en el de doña Nicolasa después del fallecer don Pedro el 28 de febrero de 1814, es declarada única heredera de todos sus bienes.

 (*) Historiador

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