“Son las 5 de la mañana, tomando mate, tratando de entender. ¿Por qué me despidieron? Ayer llegué a la empresa donde trabajo hace 6 años, Villa D’Agri, me cambié, fui al comedor a tomar un café antes de comenzar la jornada, se me acerca un compañero de vigilancia y me comunica que no entre, que el señor Alejandro García, de recursos humanos, dice que no puedo entrar. No entendía nada». Así comienza un posteo de Facebook que pocos días atrás, este miércoles 21, escribió Osvaldo Gerardo Scavone, y que en cuestión de horas se comenzó a replicar indeteniblemente en el país y en el exterior, junto a la historia del trabajador de 62 años a la que la fábrica de fideos, ñoquis, pastas rellenas y tapas de tartas y empanadas del partido bonaerense de San Justo despidió al enterarse –todo indica que así fue– de que compraba sus productos y los donaba a comedores populares.
“Recorrí en mi cabeza toda la jornada anterior pero no encontré nada que podría justificar una sanción, nada, trabajé mis ocho horas a pleno como siempre”, lamentó el trabajador. Y relató: “La empresa es una industria de pasta que fabrica marca propia y para marcas importantes del mercado. Como por convenio nos dan 2 kilos de pastas por semana, ante la situación que vive el país comencé a juntar esos ravioles para llevar a comedores comunitarios con la buena colaboración de compañeros que se solidarizaban y me daban lo que podían”.
“A veces no juntaba los 20 kilos que llevaba cada 15 días; había semanas que no alcanzaba a juntar lo suficiente y compraba lo que me faltaba en Día, Carrefour o Coto, para completar”, narró Scavone.
“El primer comedor fue El Lucerito, del barrio el Lucero de Madero, y el actual es Rayito de Luz, de Ciudad Evita, un comedor que necesita mucha ayuda”, continuó.
Hasta que todo se terminó: “Bueno, llegó el Sr. García de recursos humanos y me comunica que por esas donaciones la empresa me despide. Porque el comedor publicó la donación y se alcanza a ver la marca Carrefour, etcétera, que seguro compre algunos”, lamentó.
“Seguro voy a implementar los medios que pueda para que Carrefour, Día, y Coto, donde en este último compre la marca D’Agri, para preguntarles por qué hacen despedir a una persona de 62 años que compra sus productos para donar a un comedor comunitario, donde muchos chicos a veces obtienen su única comida caliente del día”, prometió.
“Estuve una hora en la puerta de la fábrica tratando de calmar mi angustia porque no podía manejar la moto en ese estado. Cuando me sentí mejor fui a darle la novedad a Stella, mi esposa, lo más entero posible. Pero cuando vi llenarse los ojos de lágrimas de mi señora yo también me quebré”, admitió el trabajador en su enternecedora versión de uno de los momentos más difíciles de su vida.
Pero se plantó: “No me arrepiento de haber tratado de ayudar con un granito de arena a compatriotas que la están pasando mal ante un gobierno insensible, y en mi caso empresas insensibles. Agradezco a mis compañeros por ser solidarios, haber colaborado, y a los que colaboran cocinando con muchas dificultades en el comedor Rayito de Luz”.
La solidaridad llegó en forma de cataratas de mensajes de apoyo, en los que también se multiplicó la indignación con la firma que se presenta como “líder en la fabricación de pastas”, y como “empresa argentina desde 1981”, y se vanagloria de exportar sus productos a Uruguay, Paraguay, Chile, Brasil, Colombia, Estados Unidos e Inglaterra.
Ahora, la pyme bonaerense está recogiendo repudios en pala. Pero también advertencias de muchos que continúan difundiendo la historia de Osvaldo Scavone opuestas a los más numerosos pedidos de boicot a sus productos: “Otros argentinos dependen de este trabajo”.
La síntesis, que continúa surgiendo en una suerte de movimiento social, apunta directamente a los dueños y jerárquicos de la empresa: “Hay que escracharlos hasta que reincorporen y se retracten, sino no comprar más”, planteó un usuario de Twitter. Es que el enojo generalizado tiene, incluso, un ribete lógico: “Pudieron aprovechar la publicidad gratis, pero decidieron echarlo”.
Confundidos, no
«Pensaban que me robaba los ravioles», le dijo Osvaldo al sitio Infogremiales cuando su historia también comenzó a ser replicada por los medios. Según relató logró convencer a las autoridades de la empresa de que le permitieran recibir las pastas en la puerta de la planta: «Yo esperaba afuera con el baúl de la moto abierto y los muchachos me iban dejando las cajas al salir».
Scavone contó que cuando El Lucerito cerró porque se rompió la cocina, siguió colaborando con Rayito de Sol, de Ciudad Evita. Para darle transparencia al asunto, este comedor publicaba un agradecimiento por las donaciones a Osvaldo y a sus compañeros de trabajo.
Según recopiló el portal especializado en noticias sindicales, la empresa refirió que esa publicación había motivado que un cliente se quejara por incumplimiento de un acuerdo de confidencialidad, ya que se veían las marcas en las cajas.
«Es extraño que la empresa miré mi Facebook. Suena feo, ¿no?», reparó también Scavone. Y lo cierto es que la publicación no la hizo el trabajador sino el comedor, en agradecimiento, y no se menciona a la fábrica ni a quienes serían sus clientes. Osvaldo dijo sospechar su caso en realidad no respondería a ninguno de los motivos alegados, sino al inicio de una reducción de personal: “Te mandan a juicio, y como vos vas a estar tres años litigando, llegan a un arreglo, pagan menos y punto».
De igual modo, hasta este fin de semana todo había sido de palabra. El telegrama de despido no había llegado y los motivos del despido no constan en ningún escrito. E incluso traza una valoración positiva de D’Agri: «Es una buena empresa, pagan en fecha, sueldos medios, me tomaron con 56 años. Yo estoy agradecido», niveló.
Pero igual le valoró su lealtad: «He mandado cinco notas de hasta dos carillas contando los problemas que yo veía, para mejorar la producción. No pueden decir que no me interesaba mi trabajo, pero se ve que nada de eso les sirvió. No soy un mal trabajador, yo sé que soy buen trabajador», concluyó.