Donald Trump llegará al 2018 con la peor aprobación de un presidente en su primer año en la historia reciente de Estados Unidos. Según una encuesta de CNN, es rechazado por el 65 % de la población norteamericana.
La Casa Blanca es epicentro de un fenómeno de naturaleza sin precedentes: Donald Trump.
Según Granma las ondas telúricas que surgen en Washington alcanzan al mundo entero. En menos de un año, el nuevo mandatario echó por tierra un acuerdo internacional para contener el cambio climático, abandonó importantes alianzas económicas, le dio un portazo a las Naciones Unidas y a la Unesco, retrocedió en los avances en las relaciones con Cuba y atizó un conflicto histórico al reconocer a Jerusalén como capital de Israel.
Y muchos se preguntan cuál puede ser el próximo paso de un magnate egocéntrico, capaz de desatar la guerra nuclear con un mensaje de 140 caracteres en las redes sociales o dejar sin amparo a millones de personas en su propio país debido a sus ideas xenófobas y anti inmigrantes.
Los medios de prensa estadounidense reportan sobre una administración caótica. Su gabinete ha sufrido más de una docena de cambios en menos de un año y aún existen importantes plazas vacantes.
La Casa Blanca, añaden, se mueve por los estados de ánimo de Trump o los susurros que recibe en el oído de sus principales asesores.
Quizás el mejor ejemplo son las medidas anunciadas el 16 de junio en Miami, que limitan los viajes y el comercio con Cuba, que se ampliaron ligeramente tras el deshielo con la administración de Barack Obama.
Trump decidió satisfacer a un minoritario grupo de la Florida en detrimento del abrumador rechazo a esa política en las Naciones Unidas, la opinión pública estadounidense e incluso entre la comunidad cubana que vive en Estados Unidos.
También en el bando de sus aliados crecen las preocupaciones. La mandataria alemana, Ángela Merkel, aseguró en mayo pasado que el Viejo Continente debía aprender a cuidar de sí mismo, señala Granma.
Más allá del populismo en que viene envuelto, el concepto de “Estados Unidos primero” que defiende el actual mandatario, supone una reconfiguración en el papel que viene jugando Washington en el escenario internacional desde la II Guerra Mundial.
Además de las implicaciones en el ámbito geopolítico y de seguridad, sus ideas proteccionistas sobre cómo “hacer grande a América de nuevo”, pueden cambiar los flujos comerciales y económicos de las últimas décadas.
De hecho, desde su llegada a la Casa Blanca, Trump ha calificado de “injustos” los acuerdos firmados por sus predecesores, incluido el Tratado de Libre Comercio de América del Norte con México y Canadá. Asimismo, decidió abandonar por completo la Alianza Transpacífica, que pretendía convertirse en la mayor área de libre comercio del mundo.
De cara al próximo año, pretende reducir en un 30 % el presupuesto del Departamento de Estado y aumentar en 80 mil millones los gastos del sector militar.
La reciente votación en la Asamblea General de la ONU, en rechazo a la decisión estadounidense de trasladar su embajada en Israel a Jerusalén, fue una muestra del tipo de diplomacia a la que aspira Washington.
Nikki Haley, la representante norteamericana ante las Naciones Unidas, envió cartas a los países miembros señalando que Estados Unidos anotaría los nombres de los países que votaran en contra. Luego organizó una fiesta para los pocos que apoyaron la decisión de Washington.
El millonario neoyorquino parece tomarlo con calma. Desde que ocupa el despacho Oval, ha pasado más de cien días lejos de Washington, en su mansión en la Florida o el campo de golf privado que posee en Bedminster, Nueva Jersey.
Su holgada agenda contrasta con las declaraciones que hizo durante la campaña electoral, cuando aseguró que, de llegar a la Casa Blanca, no “sería un presidente que tomara vacaciones”.
Trump aparenta resistir cada golpe que se le propina en Washington, desde sonadas demandas por acoso y maltrato a las mujeres, hasta investigaciones del FBI sobre la posibilidad de que miembros de su campaña o él mismo se hayan aliado con potencias extranjeras para obtener la victoria en los comicios del año pasado.
Sin embargo, las estadísticas comienzan a arrojar señales de desgaste. Llegará al 2018 con la peor aprobación de un presidente en su primer año en la historia reciente de Estados Unidos. Según una encuesta de CNN, es rechazado por el 65 % de la población norteamericana.
Aunque puede existir cierta intencionalidad política de una cadena que está en combate frontal con la Casa Blanca, medios más favorables al partido republicano arrojan cifras similares con sólo dos o tres puntos porcentuales de diferencia.
Su personalidad y los continuos enfrentamientos con la prensa y personalidades públicas del país, incluido deportistas y artistas famosos, comienzan a hacer mella.
También episodios como su apoyo indirecto a los nacionalistas blancos que marcharon en