A los cinco años, Ramiro Tejeda y Nicolás Mastroberardino comenzaron a jugar al rugby en el Club Atlético Fisherton. Ambos vivían en zona oeste y la institución fue la responsable de hacerles conocer el deporte ovalado. Al dejar de practicarse rugby en dicha institución, junto a otros compañeros emigraron a los 14 años a Duendes, donde llegaron a jugar en primera división. Hoy, ambos con 38 años y con la amistad inquebrantable desde la infancia, formarán parte del staff técnico de Los Caranchos, el club de Mendoza y Wilde les abrió las puertas para poder, como ellos mismos confesaron, “devolverle al rugby algo de todo lo que nos dio”.
“Caímos en el CAF”, expresan en coro y aparecen las primeras sonrisas de la entrevista. Mastroberardino vivía en barrio Belgrano y Tejeda en pleno corazón de Fisherton. Gonzalo, hermano mayor de este último, ya jugaba y entrenaba infantiles en el Club Atlético Fisherton y a los cinco años comenzaron a jugar. Y nació la amistad que llega hasta el día de hoy, con el rugby como pasión y como un deporte que los marcó para siempre.
A fines de la década del 80, desapareció el rugby en el Club Atlético Fisherton , pero el fanatismo ovalado de ambos los hizo buscar otros horizontes para poder despuntar el vicio. “Un amigo en común, que era Gonzalo Castillo, que había jugado con nosotros cuando éramos más chicos, nos llamó, nos juntamos en su casa y nos invitó a jugar en Duendes”, dijo Mastroberardino. La decisión de ir a jugar a Duendes conllevaba toda una organización. Para llegar al barrio Las Delicias desde Fisherton, el grupo que emigró al Verdinegro tenía que tomar dos colectivos. “Primero tomábamos la B hasta España y San Luis y después tomar el 132. Como entrenábamos a las 19, de Fisherton salíamos a las 17 y como no había celular, el que tomaba antes el colectivo se asomaba por la ventanilla para avisar a los otros para que subieran”, expresó Tejeda. A veces algún padre nos llevaba pero no era siempre.
“Hasta que nos hicimos ricos y nos pudimos comprar dos autos”, sentenció Nicolás y explotaron ambos de la risa. “Sí, un Citroen 3CV y un Fiat 600. Usábamos un auto por vez, cargábamos a cinco y ninguno era flaco, por lo que en la subida de Circunvalación esos autos no podían subir, así que había que bajarse y empujar. Era una odisea, pero mirándolo a la distancia no fue un esfuerzo porque íbamos a jugar al rugby”, agregó Ramiro.
“El amor por el rugby lo teníamos naturalmente, lo que encontramos en Duendes fue un club totalmente organizado. Ahí empezamos a entrenar de otra manera, veníamos de algo muy improvisado. El CAF nos dio todo lo que tiene el rugby en cuanto a los valores, y Duendes nos terminó de completar en el sentido del rugby puro y poder vivir este deporte, además de poder ganar un partido porque antes nos costaba muchísimo”, aseveró Tejeda.
El paso de un club a otro los marcó a fondo. Dos personas fanáticas del rugby se incorporaron a un club donde el rugby es religión. Poder contar con entrenadores calificados y preparados fue determinante para el crecimiento. Y como en varios pasajes de la charla, ambos respondieron a coro: “Eduardo Chachi Ferraza fue el que más nos marcó”.
“Cuando te vas a Europa valorás mucho lo que es la vida del rugby amateur. Pero la amistad siguió vía Internet o cuando se podía hablábamos por teléfono. En 1998 cuando me fui a jugar rugby profesional, Ramiro ya se había casado, caminos diferentes pero siempre amigos”, dijo Mastroberardino, que en el ambiente del rugby es famoso como Perro.
Los caminos de la vida hicieron que un día los hijos de Ramiro llegaran a Caranchos y ese día, al ver como sus hijos disfrutaban del club y de la ovalada, hizo que se sumara como entrenador en juveniles y semanas después, tras un breve retiro, volviera a ponerse los cortos. Tras el adiós definitivo, y después de varios años colaborando con el plantel superior, Ramiro aceptó ser el head coach al conformar el staff técnico junto a Antonio Rodríguez, Fernando Assi, Gustavo Beltrán y Leonardo Lamas. Sabiendo que su amigo Mastroberardino no tenía ningún compromiso, lo sumó al desafío de buscar el tan ansiado ascenso con Los Caranchos.
“Estoy en una etapa donde un amigo me tiró un salvavidas y me vino a buscar. Una etapa en la que estoy afuera del deporte y un amigo me vio así y me invitó para sumarme a Caranchos. Ramiro tiró esa soga pensando que puedo ser su mano derecha”, confesó el Perro y rápidamente agregó: “En Caranchos encontré un lindo grupo de jugadores jóvenes que te hacen sentir de nuevo la adrenalina de ser rugbier. Me pusé botines de nuevo tras siete años sin usarlos, me sentí de nuevo con energías. También un grupo de entrenadores compuesto por gente de bien y de rugby; estoy conociendo el club, y tengo muchas expectativas, nunca para ver, siempre para hacer”.
“Yo sabía que en Caranchos Nicolás iba a encontrar algo que le iba a venir muy bien para su momento. Un club compuesto por personas con las que compartís muchas cosas, entre las cuales el rugby es un cable a tierra que muchos necesitamos”, expresó Ramiro.
Dos amigos que el rugby los hizo hermanos. Dos amigos que comparten lo más sagrado de la filosofía del deporte ovalado. Dos amigos que llevan con orgullo las banderas de los valores y que sienten una enorme deuda con el rugby, pero que han encontrado en el club Los Caranchos el lugar en el mundo para devolver todo lo que el rugby les dio.
“Puedo decir que jugué con Rama y Perro”
Ariel Gómez*
Con Ramiro éramos compañeros de primaria en la escuela Nº 1080 Gabriela Mistral, y fue él quien me invitó a jugar al rugby en el club Fisherton. Y ahí, entre tantos, lo conocí a Nicolás.
Jugamos juntos en el CAF desde 1989 hasta el 92. La división se disolvió y los que teníamos ganas de seguir debimos buscar nuevos horizontes. Y llegamos a Duendes.
Ramiro fue un jugador exquisito. Se destacaba por ser un centro muy hábil con las manos pero también tenía un tackle muy duro. Una serie de lesiones en uno de sus hombros no le permitió jugar el Veco Villegas en 1995 con Duendes. Tras su retorno al rugby, en Los Caranchos, jugó como apertura.
Además, fueron muchas las tardes, luego de la escuela, en las que venía a mi casa o yo iba la de él a jugar, o el simple hecho de pasar el tiempo.
Nicolás fue un tremendo tercera línea. Potente, veloz y muy guapo. El rugby italiano se lo llevó y nos privó de ver todos los sábados a un jugador excepcional. Siempre fue un fanático de este deporte. Él sí pudo participar del Veco Villegas 95, y, jugando de pilar, fue uno de los jugadores más importantes que tuvo el equipo.
Estas, entre tantas, son las cosas que me ha dado el rugby. El haber compartido la camiseta y la pasión por este deporte con ellos. Pero, por sobre todo, su amistad. Y verlos juntos en este desafío en Caranchos me pone muy contento.
Ahora, después de 28 años de habernos conocido, orgullosamente, digo: yo jugué con Rama y el Perro.
(*) Periodista de rugby y ex compañero de equipo de ambos.