Uno de los epicentros de las protestas que llevaron a cabo los llamados chalecos amarillos en París fue el Arco de Triunfo, donde se pintaron grafitis en contra de Macron. El amarillo inunda Francia con un significado diametralmente opuesto al que utiliza el gobierno argentino. Dos colores, dos símbolos. El alza del precio del diesel, que es el combustible más usado en el país galo, sobre todo por la gente de fuera de París que viaja todos los días a trabajar a la capital, viene subiendo ininterrumpidamente durante el último año.
Los chalecos amarillos fueron quienes lideraron la protesta pero a ellos se sumaron miles de manifestantes de todos los sectores sociales y políticos y esto trajo aparejado daños a vehículos lujosos, a almacenes y tiendas ostentosas, y este aspecto es ya una característica de los movimientos masivos de protesta en Francia porque implica lisa y llanamente una demostración de fuerza; allí se juega lo que la ciudadanía es capaz de demostrar cuando se avasallan los derechos conquistados o se intenta ajustar los bolsillos de los trabajadores o de quienes tienen empleos temporarios más o menos precarios.
Lo que exigen los chalecos amarillos es que el gobierno dé marcha atrás con el aumento en el diesel porque afecta toda la dinámica laboral. Los métodos utilizados por los manifestantes son múltiples y creativos. Para que no se abastecieran las estaciones de servicio, la semana anterior, los chalecos amarillos bloquearon los depósitos de una de las petroleras más grandes. Las protestas fueron subiendo de tono a medida que el gobierno hacía oídos sordos a los reclamos y enviaba a las fuerzas de seguridad a reprimir, lo que produjo hasta el momento tres muertes, 100 heridos e incidentes altamente donde fueron arrestadas a 400 personas, lo que redunda en que el clamor de los manifestantes se hizo oír allí donde pudiera. El fenómeno francés de las manifestaciones ha despertado un importante nivel de simpatía en vastos sectores y lo que comenzó como algo perfectamente limitado, es decir con una protesta dirigida específicamente hacia una determinada acción de gobierno, fue incluyendo además otros malestares que se hicieron vox populi en cánticos y banderas, tales como el rechazo a las políticas neoliberales del gobierno de Macron.
Hoy, el ejemplo de las protestas francesas inunda las pantallas de la tevé en los países más sometidos a esas políticas y el gran interrogante es cómo logran tanta homogeneidad para golpear al gobierno interrumpiendo el flujo cotidiano que daña severamente la economía. Pero el movimiento de protesta no tiene todavía un liderazgo identificable y ganó impulso a través de las redes sociales, con participantes que van desde la extrema izquierda, hasta los anarquistas y pasando –para espanto de muchos– a la extrema derecha nacionalista. Habrá que ver qué ocurre en los próximos días con el gobierno tentado a implementar un estado de emergencia. Por lo pronto, queda el color de los chalecos y la fuerza que promueven quienes los usan y que, en un sector de los Campos Elíseos, al verlos avanzar, la policía desistió de reprimir.