“Me quiero morir, suéltenme”, les repetía la mujer de 83 años a los dos mozos del bar Davis mientras la remolcaban por las aguas del Paraná, adonde se había arrojado, hasta la costa, con lo que le salvaron la vida. Ocurrió minutos pasado el mediodía de ayer frente a los ex silos donde funciona el museo Macro, y también el local gastronómico donde trabajan los jóvenes que se transformaron en rescatistas. Uno de ellos, sin embargo, ya tenía al menos un respaldo técnico para esos menesteres: en julio pasado completó el curso de guardavidas que imparte la Cruz Roja.
Juan José y Simón estaban trabajando en el restobar ubicado en Avenida de la Costa casi Oroño cuando observaron que desde una de las mesas dos chicas hacían un comentario en broma sobre algo que flotaba en el río. Entonces vieron a la mujer aferrada a uno de los pilotes de madera del muelle abandonado que está frente al complejo de los silos. Al principio creyeron que estaba muerta, pero observaron que movía un brazo y enseguida ambos se decidieron a actuar. Se arrojó al agua Simón, y Juan José lo siguió. Para no cargar con el peso de la ropa mojada, el primero lo hizo sólo en jean y el segundo apenas con su boxer. Llegaron hasta donde estaba la mujer, “pálida, en estado de shock”. Al principio la aferró Simón. Juan José, con los conocimientos de rescatismo a cuestas, le indicó a su compañero cómo tomarla entre ambos para llevarla a nado hasta otro muelle, a 30 metros de allí y cercano al bar, para finalmente sacarla del agua. A partir de entonces, fue el Sies el que se hizo cargo de la situación.
Arrojarse al Paraná, en ese lugar, no es fácil: hay barrancas y el lecho no es precisamente de rosas, sino de piedras resbaladizas y peligrosas. Los dos jóvenes, de poco más de 20 años, atinaron a sacarse casi toda la ropa, pedir permiso a los dueños del bar y salir a socorrer a la mujer. Los dos mozos-rescatistas no la vieron arrojarse al agua, pero las intenciones de la persona parecían claras: mientras la trasladaban hacia el muelle más cercano a la costa, “con los ojos cerrados, bien apretados”, les pedía insistentemente que la soltaran porque se “quería morir”. Fueron unos 10 minutos, estimó Juan José, pero valieron toda una vida.
“Estaba pálida, en estado de shock, pero conciente”, y no ofreció otra resistencia que la verbal al rescate, relató Juan José a El Ciudadano. En julio se recibió de guardavidas en la Cruz Roja de Rosario, institución que forma socorristas desde hace décadas. Ayer tuvo su bautismo de fuego –o de agua– en el flamante oficio. Juan José tiene hace poco el carné de guardavidas. Los dos, ayer, obtuvieron el de buena gente.