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Dos perspectivas frente al factor tecnológico en el universo laboral

En la actualidad conviven dos perspectivas dominantes sobre el cambio tecnológico y el empleo, aquella que supone una fuerte destrucción de fuentes de trabajo y de actividades y la que lo enfoca como un fenómeno factible de ser administrado

Franca Bonifazzi, Alejandro Castagno, Lucía Kaplan, Néstor Taborda, María Belén Vismara Alonso*

La tecnología es un fenómeno social y está determinada por la cultura en la que emerge y, a su vez, moldea el estándar cultural de la comunidad en la que se instrumenta.

En la actualidad conviven dos perspectivas dominantes sobre el cambio tecnológico y el empleo, aquella que supone una fuerte destrucción de fuentes de trabajo y de actividades y otra que lo enfoca como un fenómeno factible de ser administrado.

La particularidad de los cambios a los que asistimos es novedosa porque se conforma a partir de una serie de tecnologías relacionadas entre sí, que determinan una nueva forma de encarar la producción, el consumo y la relación entre los actores y que inevitablemente debemos adoptar.

Para Marta Novick, la dinámica de incorporación de estas tecnologías es heterogénea y discontinua y se expresa generalmente en mercados de trabajo segmentados y en economías que evolucionan a diferente velocidad.

Un tipo de tecnología no actúa como factor determinante sino como una dimensión interviniente en el proceso, su relación con el empleo está determinada por el tipo de estructura organizacional y la gestión del conocimiento existente.

Estas afirmaciones, pertenecientes a esta autora, ponen de relieve otra mirada, donde es posible asumir a los territorios  ya no en forma homogénea a escala global, sino asumiendo sus particularidades, mirada que nos convoca para imaginar proyectos autónomos.

La visión “pesimista” sobre el futuro del trabajo tiene su punto máximo de difusión en el ya famoso documento de Carl Benedikt Frey y Michael Osborne (2013), de la Universidad de Oxford, que estimó que el 47% del trabajo actual sería sustituido por máquinas. Este trabajo recibió fuertes críticas en cuanto a lo metodológico y en los años siguientes se realizaron estudios alternativos cuyo resultado es menos dramático.

David Autor y David Dorn (2013) distinguen entre las tareas cognitivas y manuales, y rutinarias y no rutinarias. Para estos autores, las máquinas pueden realizar tareas rutinarias manuales y cognitivas, pero encuentran dificultades en las no rutinarias.

Melanie Arntz, Terry Gregory y Ulrich Zierhan (2013) encuentran que la automatización puede reemplazar ciertas tareas cambiando la naturaleza de los puestos en los cuales se realizan, pero los puestos no estarían en compromiso, concluyendo que en los países de la Ocde, en promedio, sólo el 9% de los actuales trabajos están bajo riesgo de ser sustituidos (Novick 2018).

Un proceso complejo y no lineal

Una  postura más ligada a la teoría institucionalista muestra al cambio tecnológico como un proceso complejo y no lineal que surge por oleadas y fases diferentes, y que la dinámica de creación y destrucción de empleo es movilizada tanto por el mercado como por las fuerzas económicas y sociales (Novick 2018).

Josh Mishel y Lawrence Bivens (2017) argumentan que en la discusión sobre el fin/futuro del trabajo se enmascara el debate sobre el verdadero problema del empleo, la desigualdad en la distribución del ingreso y la inequidad social.

Sobre Estados Unidos, Daron Acemoglu y Pascual Restrepo (2017) constatan que no hay un aumento significativo de la automatización que explique el desempleo en los últimos 10-15 años, y que la automatización se ha desacelerado; asimismo tampoco la automatización revela el estancamiento salarial, la polarización ocupacional y el aumento de la desigualdad de la clase trabajadora de ese país.

Irmgard Nubler (2016) sostiene que el cambio tecnológico difiere entre países ya que el impacto depende significativamente de las capacidades sociales; el autor afirma que los cambios no los genera el mercado, sino las decisiones sociales y políticas.

Susana Novick y Abeledo Perrot (2009) señalan que las instituciones vigentes, su jerarquía y su dinámica permiten perfilar la conformación de diferentes modos de producción que derivarán en distintos modos de crecimiento y modelos de desarrollo. Carlota Pérez y Mariana Mazucatto (2014) sugieren que la innovación debería redireccionarse hacia el funcionamiento de la economía real y lo “verde”, lo cual constituiría una nueva oportunidad tecnológica y de mercado (Novick 2018).

En definitiva, la propuesta es abordar esta transformación con responsabilidad, lo que implica además impugnar las opciones que postulan un deterioro en las condiciones de trabajo, una flexibilización de las relaciones laborales y el desaliento de los proyectos colectivos.

El trabajo humano debe ser (mínimamente) trabajo decente, en toda su multidimensionalidad, como postula la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

En este sentido es válido recordar la Conferencia Internacional del Trabajo (2008) del organismo tripartito, donde entre otros postulados se concluye que “una economía basada en bajas calificaciones, baja productividad y bajos salarios es insostenible a largo plazo e incompatible con la reducción de la pobreza”, mientras “el desarrollo de competencias es un factor esencial, tanto para alcanzar el objetivo del trabajo decente como para aumentar la sostenibilidad y productividad de las empresas y mejorar las condiciones de trabajo y empleabilidad de los trabajadores”.

Referencia: Novick Marta (2018): “El mundo del trabajo. Cambios y desafíos en materia de Inclusión”. Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Cepal, ONU, Santiago de Chile

*Cedet-Centro de Estudios Territoriales y Cátedra Libre del Trabajo-Facultad de CCPP y RRII

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