Carlos Polimeni
El mayor escritor argentino se formó en el culto a las proezas de los vikingos y de los sajones, que terminaron unificando una serie de reinos hasta fundar Inglaterra. De eso tratan dos series épicas de alto impacto en Netflix.
En la lápida de Borges en Ginebra aparece la imagen de siete guerreros, tomada de una lápida del siglo IX hallada en Inglaterra que conmemora un ataque vikingo a un monasterio en la isla de Lindisfarne.
La abuela inglesa de Jorge Luis Borges, Frances Ann Haslam, cambió para siempre la historia de la literatura argentina, sin habérselo propuesto, cuando entusiasmó al niño mimado de su familia con una serie de lecturas de las obras clásicas de la literatura anglosajona, entre ellas La balada de Maldon.
Para el niño Borges, que aprendió tan aceleradamente inglés que a los 9 años hizo su propia traducción de El príncipe feliz, de Oscar Wilde, las lecturas de su abuela, cuyo apodo era Fanny, fueron el túnel de ingreso a un interés que lo persiguió por siempre: la antigua épica de Europa del Norte, las famosas sagas. La balada de Maldon, en realidad los pocos versos que se rescataron de un relato mucho más amplio, es un poema que se tomó como la crónica de una derrota de un puñado de campesinos y guerreros que en el año 911 enfrentaron con coraje a los vikingos que asolaban el actual territorio de Inglaterra, a orillas del río Blackwater, en Essex, durante el reinado de Etelredo II el Indeciso.
La desigual batalla terminó con la derrota de los futuros ingleses y el pago de diez mil libras romanas en plata (3300 kg), a Olaf Tryggvason, el jefe de aquella excursión noruega, pero fue el inicio de la épica que permitió que siglos después los reinos de Wessex, Mercia, Anglia, Sussex, Northumbria y Essex se unificaran en lo que hoy es un solo país, cansados de pagar tributos a aquellos feroces paganos.
Los anglos y los sajones, eran en realidad invasores previos de esas tierras ya que provenían del actual territorio de Alemania y habían llegado a las Islas Británicas después del final del Imperio Romano, donde no sólo se cruzaron con otras tribus, sino que terminaron fusionándose siglos después con los colonos vikingos, que provenían de países que hoy se llaman Suecia, Noruega, Dinamarca, e incluso Islandia y Finlandia.
Los expertos en su obra, entre ellos el lingüista y antropólogo Martin Hadis, autor de Siete guerreros nortumbrios: enigmas y secretos en la lápida de Jorge Luis Borges, sostiene que la fijación que tuvo con los guapos y los gauchos, con la cobardía y la valentía, fue un resultado del modo en que el niño que era empezó a concebir el mundo, luego de su afiebrado consumo de relatos épicos del norte europeo.
Todo puede pensarse desde el punto de vista del otro
Ese universo, el del desarrollo del poder los vikingos, que durante siglos asolaron y dominaron buena parte del mundo conocido, y por otra parte el de la conformación del espíritu bélico británico (concepto que suma a los actuales territorios de Escocia, las dos Irlanda y Gales), está en el centro de dos grandes series disponibles en Netflix.
La primera se llama Vikingos, consta de seis temporadas con un total de 89 episodios, es una mega producción canadiense-irlandesa, y narra las andanzas del legendario Ragnar Lodbrok, sus esposas, descendientes y compañeros de aventuras, basándose en relatos clásicos como Ragnars saga loðbrókar y Ragnarssona þáttr, así como en la obra Gesta Danorum, de Saxo Grammaticus.
La segunda cuenta la misma historia, aunque partiendo años después, pero desde el punto de vista contrario: The Last Kingdom, original de la BBC, está centrada en las andanzas de Uhtred de Bebbanburg, un nativo criado como vikingo, que será una figura central en una época de turbulencias en que nada estaba asegurado para el futuro inglés.
Basándose en distintas novelas épicas, entre ellas The Saxon Stories, The Last Kingdom, The Pale Horseman, The Lords of the North y Sword Song, las cinco temporadas, divididas en 46 capítulos permiten comprender a los que se entusiasmaron con <Vikingos< que las cosas siempre pueden pensarse desde el punto de vista del otro.
Como el corpus total del relato de ambas series se extiende a más de 120 horas de televisión de alta calidad de producción y realización, con carácter cinematográfico en ambos casos, es obvio que se necesitan semanas y semanas de dedicación para apreciarlas, en caso de que se guste del género de las aventuras épicas basadas en hechos reales.
Una época en que nada era seguro para nadie
Borges, que solía decir con gracia que desde que se inventó la pólvora se acabaron los valientes, nunca vio televisión porque se quedó ciego a sus 50 años, antes de la primera transmisión en la Argentina, que de todas maneras no le hubiese gustado, porque consistió en 1951 en la cobertura de un acto que terminó siendo épico para el peronismo.
Sin embargo, como solía ir al cine a “escuchar” mientras María Kodama le contaba, y a veces pedía música inglesa para oír en sus cumpleaños, entre ellas algunos temas de Pink Floyd, puede pensarse que podría haberse sorprendido con estas series, si los tiempos hubiesen coincidido, lo que es una verdadera ucronía.
Incluso, tal vez los que leyeron cuentos y poemas de Borges completamente relacionados con los universos de ese pasado turbulento o saben de la historia de la lápida en su tumba en Ginebra, con una cita de la épica de los siete guerreros del norte inglés, tal vez tengan la oportunidad de visualizar en estas serie una representación de una era en que nada era seguro para nadie, sólo la muerte.