Una de las pepitas de ámbar más grandes del mundo que se conoce hasta el momento, valorada en un millón de euros, estuvo más de tres décadas en la casa de una anciana de Rumania que pensó que se trataba de una piedra común. La mujer había encontrado la pieza, de 3,5 kilogramos, en el cauce de un arroyo de Colti, una aldea situada al sureste del país de la Europa del Este, y la usó como tope de puerta sin que ella ni su entorno supieran el valor que tenía. Y lo peor: una vez entraron a la vivienda ladrones que buscaban joyas, y ni se molestaron en llevarse el objeto.
Por fin, la resina fósil llamó la atención de un familiar de la propietaria de la vivienda, que murió dos años después de la caída de la dictadura comunista en 1989. Al heredar lo que consideraba una roca, la examinó con más atención y comenzó a sospechar que podía tener algún valor. Se la vendió al Estado rumano, que enseguida clasificó la pieza como tesoro nacional.
Las autoridades rumanas dejaron la pepita en manos de especialistas del Museo de Historia de Cracovia (Polonia), que tiene una sección dedicada al estudio de piedras semipreciosas. Los expertos polacos ratificaron la autenticidad del ámbar y estimaron que podía tener entre 38,5 y 70 millones de años de antigüedad. “Su descubrimiento representa una gran trascendencia tanto a nivel científico como a nivel de museo”, explicó Daniel Costache, director del Museo Provincial de Buzau, quien asegura que es una de las piezas más grandes del mundo y la mayor de su tipo.
Miembros de la familia de la anciana poseedora de un tesoro del que no tenía noción relataron que había sido víctima de un robo durante el cual los ladrones le sustrajeron unas pocas joyas de oro de poco valor. Los intrusos, dijeron, ignoraron por completo la pieza de ámbar. “En su frenética búsqueda de objetos de valor, pasaron por alto el verdadero tesoro que guardaba la casa ante sus ojos”, relataron.
Rumania tiene importantes yacimientos de ámbar, y el condado de Buzau es una de las zonas donde se halla en abundancia esta piedra semipreciosa. Debido a las particularidades de los yacimientos del país, el geólogo Oscar Helm los llamó “rumanit”, comúnmente conocida como “ámbar de Buzau”, señala World Record Academy, la organización mundial más importante que certifica los récords.
En la región se ubica una reserva natural donde se descubrieron variadas pepitas de ámbar de un valor considerable por el tamaño pero también por los más de 160 matices de colores predominantemente oscuros, del rojo al negro. Algunas de las piezas, incluso, encierran restos fósiles de arácnidos, coleópteros, dípteros, crustáceos, reptiles, plumas de aves y pelos de animales, entre otros. Además, en el territorio protegido se halla la antigua mina de ámbar de Stramba, conocida como una de las más productivas durante la primera mitad del siglo XX, pero que el régimen comunista paró al considerarla poco rentable.
Una piedra formada durante miles de años con vida atrapada en su interior
Las plantas segregan líquidos viscosos como látex, gomas y ceras. Algunas, normalmente las leñosas, producen resinas, que son sustancias complejas y pegajosas que no se disuelven en agua y se endurecen cuando se exponen al aire.
Las resinas sirven para cubrir las heridas de las plantas, como si fueran las plaquetas del torrente sanguíneo. Cuando una planta que produce resina se lesiona o sufre una rotura en la superficie (como una grieta en la corteza de un árbol), la resina rezuma por la zona. Cuando queda al aire libre y se calienta con el sol, empieza a endurecerse. Este proceso forma una cubierta protectora sobre la herida de la planta, ayudando a mantener alejados a los hongos y otros patógenos.
Como la resina es pegajosa, algunas pequeñas criaturas pueden quedarse atrapadas en ella cuando rezuma sobre la corteza de los árboles, gotea sobre el suelo o incluso sale de las raíces de los árboles. En ocasiones, algunos de estos grumos acaban en el agua, quizá porque el árbol crecía en la orilla de un océano o un lago, o porque una inundación lo arrastró hasta un río. De estos glóbulos de resina transportados por el agua, algunos terminan enterrados en sedimentos, como la arena de una llanura aluvial o el limo del fondo de un lago.
Cuanto más profundamente se entierre la resina a lo largo de muchos milenios, estará sometida a más presión y calor. Durante un periodo prolongado, estas condiciones hacen que los compuestos de la resina se polimericen o reaccionen químicamente entre sí para formar una maraña de enlaces moleculares. Este proceso da lugar al material duro y vítreo que se conoce como ámbar, y también puede preservar, con extraordinaria fidelidad, las formas de cualquier pequeña criatura atrapada en el ámbar.
La transformación de la resina en ámbar es, en última instancia, producto de las condiciones que ha experimentado la gota de resina. En general, el ámbar suele tener más de 40 000 años.