Revista un Caño
Parece lejana aquella tarde del 2 de abril de 1982, cuando desde el balcón de la Casa Rosada, el represor Leopoldo Fortunato Galtieri incitó a la absurda guerra de Malvinas, que dejó el triste saldo de 649 vidas perdidas. “Si quieren venir, que vengan. Les presentaremos batalla”, provocó el presidente de facto.
Y mientras centenares de pibes que tenían sueños e ilusiones daban la vida por el país, la actividad deportiva siguió su curso. La selección argentina se preparaba para defender en España el título conseguido en 1978, y el Campeonato Nacional estaba llegando a las instancias finales.
En medio de esta locura, el 25 de abril, Estudiantes y Quilmes fueron protagonistas de un hecho increíble durante el partido que se jugó en La Plata. El Pincha ganaba 1-0 por un penal de Brown, pero cuando Quilmes jugaba mejor y merecía el empate, llegó lo insólito. A los 36 minutos del segundo tiempo, por los altoparlantes del estadio se escuchó una voz que paralizó a todos: “Señor árbitro, rogamos a usted detener el juego”. Juan Carlos Loustau, sorprendido, obedeció. Los jugadores, entonces, se agruparon a su alrededor.
“Lo recuerdo y se me pone la piel de gallina. Leyeron un comunicado de la Junta Militar que decía que se habían iniciado las acciones bélicas en las islas”, relata Héctor Clide Díaz, defensor de Quilmes. “Estaba en la barrera, escuché y enseguida lo busqué a mi compañero Pizzarulli, que era clase 61. Cagamos, nos llaman”, cuenta que dijo entonces Néstor Frediani, volante derecho cervecero.
El tiempo se detuvo y ese puñado de minutos pareció eterno. El público entonó el por entonces inédito “y ya lo ve, y ya lo ve, el que no salta es un inglés”. “Fue emocionante, imposible de olvidar”, rememora Jorge Gáspari, el capitán de Quilmes, que escuchó la noticia en la tribuna por haber sido reemplazado –en esa época no podían permanecer en el banco de suplentes–. Entre tanta euforia, Loustau reanudó el juego pero el partido ya no fue el mismo. Estudiantes selló la victoria con un gol de Hugo Gottardi cuando restaba un minuto para el final.
Más de 30 años después, los ex jugadores de Quilmes tienen bien presente este encuentro. “Es el día de hoy que nos juntamos con los muchachos y lo recordamos. Siempre decimos que fue algo adrede de parte de Estudiantes. Que el técnico Bilardo habría parado el partido para enfriar. Aunque nunca vamos a saber si realmente fue así, pero en el fútbol nos conocemos todos…”, insinúa Frediani, actualmente entrenador en las inferiores de Quilmes. Para Clide Díaz, hoy gerente de Banfield, el comunicado le hizo un clic en la cabeza. “Escuchar que mi país entraba en guerra me desconcentró emocionalmente. Fue tremendo. Si bien no me consta, siempre se sospechó de Bilardo. Es que fue en el único estadio donde se paró el partido. Y tuvo efecto. Muchos quedamos shockeados”, confiesa.
Sin embargo, para Quilmes, la historia futbolera tuvo un final feliz. “Nos vengamos –agrega Díaz–. Nos volvimos a enfrentar por las semifinales de ese mismo Nacional y les ganamos en La Plata y en Quilmes. Fue una pequeña revancha. Hay cosas que me han quedado marcadas en mi carrera, y aquel partido fue uno de ellos”.
El 1° de mayo de 1982, el día del primer bombardeo inglés sobre las tropas argentinas, se pone en marcha, en Portugal, el Mundial de hockey sobre patines. Y casi como una paradoja del destino, Argentina debe enfrentar a los ingleses en el partido inaugural del Grupo B. En medio de una ola de rumores y versiones, Carlos Gómez Centurión, el embajador de Argentina en Lisboa, “confirma la presentación del equipo nacional”.
Los organizadores descartan la posibilidad de cambiar de zona a uno de los dos participantes. Pero el ambiente previo al partido es una atmósfera de tensión, y los ingredientes proporcionan un cóctel explosivo. Abundan las situaciones incómodas. Los dos planteles se concentran en el Hotel Penta, en el centro de Lisboa. Y, como si fuera poco, los dos equipos viajan en el mismo micro hacia el estadio. Hay más datos que alimentan el morbo: en el equipo inglés hay un jugador cuya novia nació en Malvinas, y otro es hijo de un habitante de las islas. Increíble, pero real.
En la antesala del esperado partido, el jugador José Martinazzo, explica su sentimiento: “Cuando me puse la camiseta argentina sentí un escalofrío en todo el cuerpo”. En las tribunas hay apenas dos banderas que hacen referencia al conflicto. “Las Malvinas son argentinas”, dice la que cuelgan los argentinos. “The Falklands are portugueisas”, expresa otra, mezcla de humor e ironía, que colocaron los locales.
Los equipos salen a la cancha y los jugadores argentinos no realizan el tradicional intercambio de banderines, por expreso pedido de sus dirigentes. Pero los nervios comienzan a esfumarse cuando, a los 4 minutos, Mario Agüero abre la cuenta. Daniel Martinazzo marca el segundo gol tres minutos después, y el partido, en definitiva, es un trámite para Argentina, que gana 8 a 0. Con el partido como recuerdo imborrable, el sanjuanino Daniel Martinazzo apela a la memoria de un duelo que quedará en la historia por ser el único enfrentamiento deportivo entre Argentina e Inglaterra durante la guerra: “por suerte, pudimos abstraernos de los comentarios y no hubo ni siquiera un roce. Eso sí, abundaron los sentimientos, los recuerdos y un montón de sensaciones difíciles de explicar”.
Iban apenas seis minutos del primer tiempo y Vélez y San Martín de Tucumán se estaban estudiando. De pronto, una ola de murmullos se apoderó del José Amalfitani. El público comenzó a señalar el cartel electrónico, un lujo tecnológico de ese entonces. “Inglaterra retira las naves de las Islas Malvinas”, decía el comunicado oficial. El árbitro Claudio Busca paró el juego y los jugadores se sumaron al festejo general. El delantero tucumano Juan Carlos Torales, eufórico, levantó los brazos, cerró el puño, mientras deseaba ser uno más de los que estaban en la tribuna. Él también quería gritar: “Argentina, Argentina…”.
“El público estaba de pie y cantaba más por las Malvinas que por Vélez. Cuando se detuvo el partido, yo me encontraba en posición de ataque junto a mi marcador, Carlos Macat. Nos felicitábamos”, rememora con emoción Eduardo Pino Hernández, puntero del Fortín. Rodolfo Bernárdez cubrió este encuentro para la revista Goles Match y todavía tiene los recuerdos bien frescos. “En el palco la gente se abrazaba y también lloraba. Sin embargo, a los pocos minutos, borraron la leyenda y no volvió a aparecer”, cuenta.
El partido continuó, San Martín ganó con un gol de penal y la frase en el cartel quedó como una triste anécdota más. Los que tenían radio nunca confirmaron la retirada de los ingleses de las islas. Lamentablemente, ese público que se ilusionó con una noticia ficticia jamás imaginó que esa misma tarde, mientras los comunicados oficiales de la Junta Militar jugaban con sus sentimientos, se producía el hundimiento del crucero General Belgrano.