Osvaldo Pellin (*)
Bien dicen que, en tiempos oscuros, como los llamara Hanna Arendt, es conveniente volver a los clásicos, pues son los que encierran las verdades de siempre, las inalterables.
Buscando donde anclar para analizar nuestra realidad arrasada por una crisis económica de magnitud, di con Aldo Ferrer y aquel libro de junio de 1982, titulado “La posguerra”.
Habíamos pasado la guerra de Malvinas y se avizoraba el final inexorable de la dictadura cuyo programa monetarista hacía agua por los cuatro costados, más o menos como ahora en plena era de Cambiemos, y Ferrer diseñaba un “programa para la reconstrucción del desarrollo económico argentino”. De por sí la pertenencia que señalaba el título, de rigurosa actualidad, ya era una clara definición perfectamente aplicable al macrismo, que está en clara oposición con su negacionismo histórico.
El texto concede unas pocas páginas a describir el diagnóstico a raíz del cual la sociedad argentina cayó en una decadencia condicionada por una deuda externa gigantesca e impagable y fruto de sus crímenes de lesa humanidad en la necesidad de esclarecerlos y someterlos a la Justicia de la democracia.
En síntesis, el ajuste socio económico de entonces, comandado por las Fuerzas Armadas, no cerraba sin una represión salvaje.
El panorama que describe Ferrer señalaba, como saldo de gestión, que, “el PBI por habitante en 1982 era 15% inferior al de 1975”.
“La producción industrial había caído 25% con respecto a 1970, la capacidad ociosa de la infraestructura productiva era del 50%. Los quebrantos y el endeudamiento han devorado el patrimonio neto del sector privado. Se ha producido una transferencia nominal del control del aparato productivo al sector financiero”.
“La deuda externa plantea un problema sin precedentes en la experiencia argentina, las amortizaciones e intereses en 1982 superan los 12.000 millones, esto es, representan 1,2 veces el valor de las exportaciones previstas para el año”.
“Los gastos en personal cayeron en más del 30% como consecuencia de la reducción de los salarios reales”.
“El sector público presenta un desequilibrio explosivo”.
Posteriormente se pregunta: “¿Cuál es la respuesta de la ortodoxia frente a este cuadro de situación? En primer lugar concebirlo como una fase del proceso de ajuste, del retorno al sistema preindustrial. Como según la visión monetarista, lo que se está destruyendo es lo que se construyó mal en el último medio siglo, lo que ocurre es natural”.
“Bajo la conducción monetarista –sostenía Aldo Ferrer en 1982– la Argentina pasó de ser un país en proceso de desarrollo a otro en proceso de subdesarrollo”.
No hacemos más que describir el final de aquel proceso histórico y notamos que la decadencia y caída de entonces es enormemente parecida a esta realidad que vivimos hoy.
La historia ha dado una vuelta de casi 40 años para volver al punto de partida, con la salvedad que el daño cuantitativamente es mayor pues afecta a más personas hoy que hace 40 años atrás.
Cabe preguntarse hasta dónde las fuerzas antipopulares que no dejan de volver una y otra vez son conscientes de poner en marcha sus políticas destructivas en lo material y en lo humano. El costo cero de sus experiencias es el costo gigantesco que paga la sociedad.
¿Cómo entender la desmemoria de gran parte de la sociedad que ha vuelto a apostar por un sistema económico y político que la había empobrecido? ¿Acaso no se registra en la memoria colectiva la experiencia histórica?
¿Qué grado de indefensión padecen las fuerzas nacionales, progresistas y democráticas que se sumen en la impotencia una y otra vez, cuando son desplazadas del gobierno o fuera de él no logran operar en defensa de los derechos avasallados?
Habría que aceptar que la correlación de fuerzas actual no está a favor de las decisiones autónomas en lo político y en lo económico de los pueblos.
Podríamos decir que la ignorancia o el no querer aprender se ha extendido y ese no querer saber ha sido ocupado por el odio y como diría Erich Fromm, también por el miedo a la libertad.
Parecemos vivir un ciclo histórico largo que aún no ha resuelto la orientación del destino del mundo en el marco de la llamada globalización. Un ciclo que me apresuro a afirmar, no suspende la lucha por la igualdad en la que las grandes mayorías están empeñadas.
Son los eternos intereses del privilegio de una oligarquía, atrincherada en sus irrenunciables privilegios, el motivo de la lucha a vencer.
(*) Médico. Ex diputado nacional por el Movimiento Popular Neuquino, afiliado después al Partido Socialista y colaborador de Guillermo Estévez Boero. De vaconfirma.com.ar.